Políticas

9/2/1989|257

De Irigoyen a Alfonsín, de Juan B. Justo a Luis Zamora

La Semana Trágica y sus constantes históricas

Con el inicio del año 1919 Buenos Aires fue conmovida por una formidable huelga general. A la convocatoria de las dos centrales obreras el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen respondió con una feroz represión, que estuvo a cargo del ejército, la policía y una banda parapolicial (la Liga Patriótica, un antecedente de las 3A).

Todo comenzó en diciembre de 1918 con el rechazo por parte de la patronal del pliego de reclamos de los obreros metalúrgicos de los Talleres Vassena, que pedían la reducción de la jornada de trabajo a 8 horas, el pago de las horas extras, la eliminación del trabajo a destajo y un aumento salarial, y con la huelga subsiguiente. La patronal apeló a la contratación de rompehuelgas entre el hampa y el lumpenaje, que actuaron como guardias armadas dentro de las fábricas o también para eliminar físicamente a los dirigentes. Los obreros se organizaron en piquetes para defender su huelga.

Fue en estas circunstancias que al mediodía del 7 de enero de 1919 se produjo un enfrentamiento con la policía y los hampones que transportaban material a la fábrica parada. Al querer impedir su circulación los obreros fueron alevosamente asesinados. A las pedradas de los obreros, la policía y los matones respondieron descargando sus armas contra el piquete, lo cual provocó cinco obreros muertos y más de treinta heridos. Juan Forni, Santiago Gómez, Toribio Barrera, Manuel Britos y Eduardo Barrera fueron los obreros muertos.

Al tenerse conocimiento de la sangrienta represión la indignación ganó a las barriadas obreras. Esa misma noche el gremio metalúrgico declaró la huelga general, a la que otros gremios adhirieron espontáneamente. El 9 de enero los piquetes obreros recorrieron la ciudad llamando a los demás trabajadores a plegarse al paro. Los únicos periódicos que circulaban eran La Protesta y La Vanguardia, que pertenecían a organizaciones obreras. En la tarde de ese nueve de enero, una verdadera multitud para la época (alrededor de 250 mil manifestantes) acompañó los restos de los muertos hasta el cementerio de la Chacarita. Ya en el camino al cementerio la columna fue atacada varias veces. Pero la verdadera masacre se produjo dentro del cementerio cuando la policía y los bomberos parapetados detrás de los muros descargaron su fusilería contra la multitud indefensa. En medio del desconcierto y el pánico tas manifestantes buscaron refugio detrás de las tumbas, o empujados por la desesperación hacia las puertas de salida varios de ellos, incluso mujeres y niños, cayeron asesinados.

Al conocerse la noticia de lo que estaba aconteciendo en el cementerio, grupos de huelguistas se dirigieron hacia los Talleres Vassena, donde se produjo un enfrentamiento con los guardias armados.

Los huelguistas fueron sorprendidos por la llegada de la policía y fueron acribillados entre dos fuegos.

A partir de ese momento Yrigoyen nombró al general Dellepiane como comandante de la represión. El ejército y la “Liga Patriótica” pasaron a actuar bajo un mando único.

La resistencia de los trabajadores se fue extendiendo a otras provincias, como Córdoba, Rosario y Tucumán. La dirección de la Fora del IX° Congreso, sin embargo, que era la central mayoritaria (dirigida por sindicalistas, socialistas y algunos anarquistas) entró rápidamente en conciliación con el gobierno y levantó la huelga general ante el compromiso del gobierno de presionar a la patronal de Vassena para que accediera a los reclamos de los obreros. La otra central, la Fora del V° Congreso, dirigida por los anarcosindicalistas, de escasa inserción, siguió luchando unos días más, en lo fundamental pidiendo la libertad de los detenidos. Los asaltos a las comisarías y la resistencia armada en algunas barriadas obreras no alcanzaron para generar un alzamiento popular masivo.

La huelga fue finalmente desarticulada al costo de 700 muertos, 3.000 heridos y cincuenta mil detenidos.

Hace 70 años en medio del fragor del combate, cuando los obreros estaban siendo masacrados por la represión, el partido socialista decía lo siguiente:

“Los socialistas rechazamos toda participación o solidaridad con la rebelión obrera, que justifica las represiones violentas del capital y del Estado. Los obreros no deben dejarse arrastrar por elementos anárquicos y por los que aspiran, por la revolución y la violencia, a la supresión del derecho y las leyes, en vez de procurar su enmienda”.