El clero y la sublevación militar
La verdadera “mano de Dios”
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El régimen constitucional “democratizante” ha sido un rotundo fracaso político en todos los planos, pero contradictoriamente con esto podría llegar a representar un ejemplo de perfección geométrica. Luego de debutar con la derogación de la ley de autoamnistía dictada por la dictadura militar, los democratizantes empezaron a desandar el camino con la reforma que autorizaba a la justicia militar a intervenir en los juicios por secuestros y desapariciones, más tarde con el “punto final” y luego con la “obediencia debida”. En el medio modificaron las “instrucciones a los fiscales” y durante todo el tiempo ejercieron la mayor presión para dilatar los juicios o cambiarles la carátula, al punto que lograron que se absolviera nada menos que al capitán Astiz por prescripción de pena. Si antes de diciembre de 1989 logran que todos los juicios pendientes pasen directamente a la Corte o que se dicte una amnistía, habrán logrado dar un giro de 360°, retornar al punto de partida y describir un círculo perfecto. Con esto habrían demostrado, por supuesto, una gran muñeca.
Esta descripción de la órbita recorrida por el régimen democratizante en su conjunto, sirve para demostrar una cuestión básica: no existe ninguna diferencia de principios entre los militares y la democracia. El camino de ésta, así como debía servir para cumplir con el pago de la deuda externa, estatizar las deudas de los capitanes de la industria y defender la propiedad privada de los grandes monopolios, lo mismo debía hacer con la defensa de las fuerzas armadas y más específicamente con su camarilla dirigente. Cuando se tiene en cuenta que el actual jefe del Estado Mayor del ejército, general Caridi, figura entre los incriminados de la Conadep que se han beneficiado con el arsenal de leyes amnistiadoras, y que ha llegado así a la cúpula de su arma, se aprecia que la democracia ha realizado el cometido que se esperaba de ella. Los partidos “parlamentarios”, sin excepción, dieron también oportunamente su voto a los pliegos anuales de ascensos que les mandaban los jefes de las tres armas.
Es decir que la amnistía para el conjunto del cuerpo de oficiales nunca estuvo en duda. El régimen alfonsiniano fue la mejor versión política que encontraron la burguesía y el imperialismo para rescatar a una camarilla militar incursa en crímenes masivos, que además había sido derrotada vergonzosamente en una guerra nacional contra el imperialismo anglo-yanqui. Pedir algo mejor que este régimen democratizante era, pedir peras al olmo. ¿Quién hubiera sido capaz de manejar con tanta perfidia la demagogia democrática para ir disolviendo y atomizando al movimiento popular contra los sucesores de la dictadura y permitir que las “instituciones democráticas” los promuevan al 90% de ellos? Las llamadas “Fuerzas Armadas” aceptaron en su momento sin chistar el encarcelamiento y juicio de tres de las cuatro juntas militares, como un precio mínimo necesario e inevitable para desviar la enorme crisis política que pesaba sobre ellas. A nadie se le ocurrió entonces tomar un regimiento o hacerse el loquito. Nadie en lugar de Alfonsín hubiera podido ir más lejos en el blanqueo militar; nadie ofreció nunca una política mejor para el conjunto de la clase dominante. Cuando el imperialismo de todos los países condecoraba a Alfonsín, no lo hacía por supuesto porque defendiera los derechos humanos o porque atacara al militarismo, sino por la capacidad que demostró para defender a este último haciendo verso con los primeros. ¿O alguien se imagina que el Pentágono norteamericano o la banca internacional podrían permitir que se juegue siquiera con la columna vertebral de su Estado?
La maleabilidad del régimen “democrático” ha sido probada mejor que nada por las propias crisis militares. El parlamento y el poder judicial se adaptaron perfectamente bien a las derivaciones de la crisis de semana santa.
La ausencia de una divergencia de principios entre los militares y la democracia capitalista sirve para poner de relieve que los sublevamientos militares responden a otra causa, que es la crisis de conjunto del régimen democratizante,,, su completa impasse, la cual se manifiesta por sobre todas las cosas en la declinación económica del país y en el constante agravamiento de la crisis social. Detrás de las crisis militares operan fuerzas políticas que se disputan la dirección del ejército, de la misma manera que se disputan la dirección de los partidos o el control de los resortes económicos más importantes.
La fuerza que más activamente ha impulsado la “Inquietud” militar ha sido el clero; no es causal que hubiera echado leña al fuego defendiendo a tambor batiente al cura Von Wernick. Clarín (4/ 12) resumió la acción del clero en este campo con toda claridad: “El cardenal Aramburu suscribió la tesis de la amnistía como una solución posible a la crisis. El primado de la Argentina debió apelar a su condición de arzobispo a punto de jubilarse para ser la expresión de una opinión generalizada en la jerarquía religiosa”.
“El cardenal Primatesta (sigue Clarín) —que promueve desde hace años esta decisión — volvió sobre ella en los últimos tiempos en todos los contactos políticos que tuvo, entre ellos con los dos candidatos principales a presidir la Nación en los próximos seis años, el peronista Carlos Menem y el radical Eduardo Angeloz”.
“Inclusive, Menem lo Indagó sobre el grado de consenso que esa Idea tiene en la cúpula católica, y Primatesta le respondió categórico: ‘De 80 obispos, 75 piensan esto’”.
Dos días después de publicado lo anterior, el mismo Clarín (6/12) llama la atención sobre una “homilía de Primatesta”, pronunciada el domingo precedente. “Todo se puede lograr, dijo Primatesta, por el diálogo y la participación respetuosa y responsable en la defensa de los valores de la paz, la convivencia y el orden Institucional de la sociedad”. ¿No es ésta, acaso, la línea del acuerdo Caridi-Seineldín-AIfonsín, que Víctor Martínez (notorio clerical) fue el primero en tratar de vehiculizar? Para que nadie pudiera estar ausente de la cita, el martes 6 se reunieron los obispos de la provincia de Buenos Aires para proclamar que “la unidad nacional es Imposible sin una previa reconciliación entre los argentinos” y para reclamar una urgente reforma legal al decir que “los Instrumentos jurídicos aptos en orden a lograrlo no es de nuestra incumbencia” (Clarín, 7/12). De modo que: legisladores ¡a arremangarse! ¿Será que alguien se ha olvidado del papel crucial que jugó Primatesta en la “mediación” de Semana Santa, que sirvió para camuflar y desarrollar el sublevamiento militar?
En torno al clero se ha alineado un frente político que reúne a Angeloz, a Menem, a los principales diarios y al desarrollismo, cuyo objetivo apunta a destronar a la Junta Coordinadora de la UCR y, subsidiariamente, a los cafieristas. En todo el curso de la última crisis militar, fueron estos últimos los que más claramente reaccionaron como potenciales víctimas de los acontecimientos. No es casual que el frente clerical hubiera atacado la cadena televisiva impulsada por Nosiglia y compañía. Fue precisamente del Ministerio del Interior que partieron todas las críticas a Víctor Martínez, cuando éste comenzó a negociar con Seineldín, asi como la interpretación de que Caridi y el jefe carapintada habían llegado a un acuerdo de características desconocidas. En el primer día de la crisis militar, La Nación publicó un editorial enteramente dirigido contra la Coordinadora y Caputo, con lo cual definió los bloques que se enfrentaban en la crisis.
Para entender la crisis político-militar hay que dejar de lado, entonces, los macaneos abstractos sobre la “democracia”, la “unión de la civilidad” o la “unión del campo popular”. La crisis militar estalló precisamente como consecuencia de la crisis política general del gobierno y del Estado; de la lucha entre las fracciones políticas de la burguesía que se disputan el control de éste; de la presión de la aguda lucha de clases que va creciendo en el país.
Ambos bandos de esta crisis son reaccionarios. Está fuera de todo lugar apoyar a uno contra otro. Lo que importa es estructurar una intervención independiente de las masas, que de lo contrario marchan como furgón de cola de sus enemigos. Al final éstos se unieron para disparar contra el pueblo, con el argumento de “montoneros”, “extremistas” y otras yerbas conocidas. Los “demócratas” de toda laya quedaron así retratados como vulgares represores y cómplices conscientes de la represión.