La victoria de Menem en la interna peronista

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Es indudable que Cafiero se equivocó fiero cuando declaró, reivindicando una consigna de Perón, que “sólo la organización vence al tiempo”. Es que fueron suficientes siete meses, luego de haber asumido la gobernación de Buenos Aires, para dar por tierra con el proyecto de la renovación cafierista. La derrota de esta fue tan generalizada y aplastante como lo fuera el año pasado su victoria electoral sobre la UCR. Vencer al tiempo es una utopía y la pretensión de lograrlo por medio de la organización es encima reaccionaria. El tiempo no puede ser congelado, sino que se lo debe transformar, y es precisamente esto lo que el cafierismo burgués ha demostrado ser incapaz de hacer.
Por más que busque y rebusque en las causas de la derrota de Cafiero, ésta tiene una sola explicación general: su impotencia para superar la crisis capitalista y el condicionamiento del imperialismo al país. El peronismo se jacta de su capacidad para renacer de sus naufragios, pero nada dice de su fracaso descomunal cuando llega al gobierno. Cafiero ha vuelto a probar la incapacidad insalvable de la clase que tiene las riendas del peronismo, la burguesía, para transformar la realidad de atraso y dependencia de la nación argentina. La causa general que explica la derrota de Alfonsín el año pasado sirve igualmente para explicar la de Cafiero.
La importancia de este fracaso político no puede minimizarse cuando se tiene presente que la renovación cafierista pretendía superar la experiencia alfonsiniana y demostrar que la democracia burguesa, patronal, podía prosperar en el marco de una política de resistencia al imperialismo. Luego de la farsa de la Coordinadora radical y su nunca más mencionado proyecto de “tercer movimiento histórico”, la derrota de Cafiero ha enterrado las ilusiones de otra fracción de la pequeña-burguesía, otrora de la “gloriosa” JP.
Este periódico anunció en un editorial de primera página que los que se habían empeñado en traicionar la huelga docente pagarían su fechoría con suma rapidez. Siete meses de cogobierno con Alfonsín y el apuñalamiento a la docencia determinaron el excepcional fracaso de Cafiero en una elección que decía controlar en todos sus aspectos.
Luego de la interna peronista se ha creado en el país una situación por demás interesante: en todos los niveles de gobierno se encuentran tendencias políticas que fueron repudiadas por el voto popular. La completa falta de representatividad del Estado burgués, que cotidianamente sirve a los explotadores contra los intereses de la mayoría nacional, se expresa con toda nitidez. El conjunto del régimen actual se transforma así en completamente arbitrario según las reglas elementales de la democracia. La democracia burguesa es obligada así por la crisis a desnudar su carácter de dictadura del capital.
En un país donde la chabacanería es moral oficial, Menem es presentado universalmente como el representante de los humildes. Es cierto que en la interna peronista recibió los votos del interior del país, del cinturón industrial del gran Buenos Aires y de los barrios de inquilinatos de la Capital. Pero que se tenga noticia, a los únicos “humildes” a los que ha beneficiado Menem hasta ahora es a los grandes capitalistas favorecidos por las leyes de “promoción industrial” con su secuela de coimas y corruptelas de toda especie.
Menem ya ha dicho que es partidario de crear “zonas francas” para exportar sin pagar impuestos ni respetar la legislación social, y de “zonas libres” para los bancos donde se pueda “lavar” dinero negro de cualquier origen. Ha prometido una “ley de pacificación nacional” y ha anunciado que Robledo, el ministro de Defensa que firmó el decreto del genocidio, será su enlace con las fuerzas armadas. A la burocracia más repodrida le ha prometido el ministerio de Trabajo y a los empresarios el de Economía. No hay que espantarse, pues es más o menos lo que ha hecho Alfonsín, quien, quizás menos descaradamente, también ha pretendido que gobierna para los humildes. Menem ya anunció que votará a favor de la reforma de la Constitución, por lo cual se pretende reducir aún más la representatividad de las instituciones políticas.
Menem ha evitado protagonizar la farsa de enunciar sus grandes principios políticos; él dice que le gusta hablar poco, lo que ocurre es que no los tiene. Menem es el más oportunista de los actuales políticos patronales, capaz de pegar las volteretas más extremas. Las mismas características tiene su “entorno”; el grupo de los 15, que ya integró el gobierno con Alfonsín, tenía previsto un acuerdo con Angeloz en el caso de una victoria de Cafiero.
Por importante que haya sido la concurrencia de trabajadores al comido peronista, todavía es tanto o más numerosa la cantidad de trabajadores que se mantuvo marginada de él. Los medios “civilizados” del país hubieran preferido que quienes votaron lo hubieran hecho por Cañero» pero éste es un hombre del gran capital que explota al electorado trabajador del peronismo. El voto por Menem traduce la confusa búsqueda de una salida política. Este tipo, de fenómenos se produce siempre en períodos de aguda convulsión social, cuando aún no se han decantado en dos polos opuestos las grandes fuerzas políticas que van a dirigir el destino de la sociedad actual. El que nunca ha creído en el porvenir de la revolución socialista ve en el voto a Menem una prueba adicional de su incurable escepticismo. Pero lo fundamental de este proceso político es el rápido agotamiento de las alternativas burguesas, aún de las reputadas como las más sólidas hasta las vísperas de su derrota.
La posibilidad de una división del peronismo aún no está excluida. Ha quedado abierta una guerra en todos los escalones inferiores del aparato peronista y de los sindicatos, que Menem. Miguel y Cafiero parecieran empeñados en controlar. Menem no tiene asegurados los votos cafieristas para las elecciones del 89. De aquí en más la política burguesa va a transitar por un juego de intrigas y conspiraciones que va a acentuar aún más la sensación de podredumbre política.
Menem está obligado a tomar ahora el relevo de Cafiero en la tarea de cogobernar con Alfonsín. algo que el riojano ha hecho reiteradamente desde 1983. Lo que llevó a la debacle a Cafiero tendrá que llevar, guardando las distancias, a la debacle a Menem. Este, además, tendrá que cogobernar. o procurar que no le muevan el piso a Cafiero. Tiene por delante una tarea de bombero por partida doble, que los viajes por Europa apenas podrán postergar.
La izquierda que ha estado buscando la “identidad peronista del pueblo”, en lugar de procurar detectar sus aspiraciones y tendencias más profundas, ha vuelto a perder su presa. Creía, como lo habían probado las elecciones de setiembre, que esa identidad se escondía en el ropaje cafierista, pero nunca en el de Menem, Miguel o cualquier otro de la patota. El PI ya no da directamente pie con bola. El partido comunista, en un acto de agudo oportunismo, se alegra, porque la derrota de Cafiero le permitiría atraer a hombres del cafierismo o a alguna parte del electorado de éste, al Fral. Antes, el PC planteaba aliarse, con los que personifican al peronismo, ahora con quienes lo despersonifican pues acaban de dejar de representarlo. Todo procedimiento es bueno para el stalinismo cuando se trata de justificar la formación de un frente democrático en oposición a un frente revolucionario.
La conclusión del PARTIDO OBRERO es la siguiente: por doloroso y confuso que sea el proceso de la evolución política de las masas» éstas no tienen salida en el cuadro del régimen burgués. Una parte de la vanguardia de los trabajadores lo percibe y de ningún modo se ha dejado envolver por la demagogia del menemismo; otra parte está comprendiendo las razones del rápido fracaso de Cafiero. Está planteado, entonces. ahora más que nunca, la lucha palmo a palmo contra la burguesía para ganar a los trabajadores, y en especial a su vanguardia al programa y a la lucha revolucionaria. Estas condiciones ratifican la vigencia de nuestro planteo en favor de un Congreso de Trabajadores y de la izquierda, para movilizar a toda la militancia combativa en la organización de un frente revolucionario.