La vieja política
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Ninguno de los miembros del nuevo gobierno participó de la rebelión popular del 2001. Pertenecían, en su inmensa mayoría, al régimen político contra el cual irrumpió el argentinazo. El plan político que los ha llevado al gobierno fue inspirado en la necesidad de poner fin al período abierto por el cacerolazo. No representan, por lo tanto, un fenómeno de renovación sino de restauración. Representan la vieja política.
El recambio generacional al que se pretende adscribir la nueva experiencia de gobierno es, paradójicamente, una historia antigua. Empezó hace treinta años con Cámpora, que pobló su gabinete con rostros imberbes. Siguió con Alfonsín, que le dio el poder a la Coordinadora. Se expresó luego en el Frepaso y en el gobierno de la Alianza. Tuvo un equivalente incluso en la derecha con los rostros novedosos de Alsogaray hija, Dalesio de Viola, Hadad y Longobardi. Sus protagonistas se entrelazaron con las diferentes experiencias, incluido el apoyo de la Ucede al frepasista Ibarra en las elecciones porteñas del 2000 y en toda su gestión de gobierno. No solamente fracasaron como tentativa de superación de la crisis histórica del capitalismo nacional, sino que con los pactos Nosiglia-Barrionuevo (Menem- Alfonsín) o Chacho Alvarez- Cavallo (o De la Rúa), entre otros, demostraron que en materia de vieja política había mucho por crear. Nacieron a la política para defender al capitalismo nativo y murieron en su ley.
Los nuevos ministros y secretarios y el propio Presidente no son para nada debutantes; los distingue el haber formado parte de la experiencia menemista, cuando acomodaron una adhesión fervorosa a las privatizaciones malversadas con su pasado setentista, en nombre de una llamada “actualización doctrinaria”. Pretenden distinguirse ahora con un planteo de retorno a las fuentes. Alegan que “el mundo cambió”, que el neoliberalismo no se encuentra más de moda, del mismo modo como invocaron el agotamiento del populismo p ara impulsar la ignominiosa entrega del patrimonio nacional y a la liquidación de las conquistas sociales en los 90. Se limitan, sin embargo, a traducir un cambio en la propia burguesía nacional y de sus intereses exportadores (y de los petroleros y mineros), luego de la bancarrota económica de la convertibilidad. Por su trayectoria pasada, son hombres y mujeres, no de la renovación generacional, sino de la confianza del gran capital.
La superación de la bancarrota histórica presente exige un cambio en el carácter de clase del poder, no simplemente un cambio etario.