Políticas

21/11/2002|781

Las cifras

Gerarda Moreno nació y murió a los veinte meses en Santa Ana; Santiago Orresti murió a los nueve meses en Río Chico. Santa Ana y Río Chico son dos pueblitos del interior de Tucumán y el espejo de cientos de pueblos y barriadas de Salta, Jujuy, Chaco, Formosa, Misiones, el Gran Buenos Aires y aún la Capital Federal.


Los dos chicos muertos por desnutrición eran hijos de cosechadores de limón y de zafreros desocupados, como el 70% de los habitantes del pueblo. Pero mientras sus padres estaban desocupados, miles de pibes –25.000 en toda la provincia– estaban obligados a trabajar en las tareas rurales para llevar algún peso a casa.


El 60% de los pibes de la zona, informa La Gaceta (18/11), sufren “algún grado de desnutrición”; 800 de ellos “están al borde de la muerte por hambre”. En todo Tucumán son 11.000 los chicos desnutridos. Casi el 90% de ellos sufre de parásitos intestinales, como consecuencia de consumir aguas o alimentos contaminados.


En los hospitales de la zona no hay elementos mínimos para atender los casos de desnutrición aguda ni de los adultos. Pero incluso los niños que “zafan” una vez, vuelven al poco tiempo en peores condiciones porque sus padres no tienen para comprarles alimentos o medicamentos. La leche, que se entrega en el hospital, es insuficiente y no siempre se reparte. Los responsables de cuatro comedores de Monteros denuncian que con las partidas que entrega mensualmente el gobierno “apenas se puede dar de comer una semana o dos” (ídem). Con la llegada del verano, y el fin de las clases, la situación se agrava.


En estos pueblos, como en todo el país, el aumento del número de chicos nacidos con un peso inferior a los 500 gramos es “alarmante”. Son pibes que nacen condenados porque son hijos de las madres de la miseria.


Hasta mediados de año, en Tucumán habían muerto 359 chicos. De las cinco principales causas de muerte, las cuatro primeras estaban relacionadas con las condiciones de miseria que sufren tanto los pibes como sus madres. A la luz de los casos que están apareciendo, los médicos tucumanos “estiman que se duplicará este año la cifra de muertes infantiles” (ídem).


La duplicación del número de muertes es consistente con la duplicación de la desnutrición infantil que se registra a escala nacional en el último año como consecuencia del desempleo de los padres, la caída nominal de los salarios, la desaparición de las changas, el crecimiento de la desigualdad social y el fantástico aumento de los precios de los alimentos de primera necesidad (70%) y de los medicamentos (200%). Hoy, en la Argentina, el 20% de los pibes está desnutrido; un año atrás, esa cifra llegaba “sólo” al 11%.


En el Gran Buenos Aires, uno de cada tres chicos está desnutrido; en el norte del país, uno de cada dos. Y la cosa empeora: el 50% de los bebés nacidos el último año tiene anemia (una cifra que en el norte alcanza al 66%).


El cuadro de Santa Ana y Río Chico se repite en Salta, en Formosa, en el Chaco o en Misiones. En esta última provincia, el 80% de los chicos que ingresan al Hospital de Posadas tienen signos de desnutrición; el 10% de desnutrición grave. Y también en la Capital y el Gran Buenos Aires: “El 80% de los 2.000 chicos que diariamente son atendidos en la Casa Cuna muestran enfermedades relacionadas con la extrema pobreza (…) hay un gran incremento de los casos ligados a la desnutrición y a la anemia” (La Nación, 18/11).


Muchos de estos chicos están condenados a morir. Otros se salvarán pero estarán marcados para toda la vida: la desnutrición infantil provoca déficit en el desarrollo físico e intelectual, un menor crecimiento, dificultades escolares, y debilidad frente a las infecciones. Esta es la amenaza que pesa sobre los 7,5 millones de chicos que viven en hogares por debajo de la línea de pobreza.