Políticas

12/8/1999|637

Los candidatos de la violencia

La inseguridad ciudadana es el síntoma más típico de la descomposición de un régimen social.


Significa que sus insuperables contradicciones internas no pueden ser atenuadas por ninguna clase de paliativos. Las relaciones sociales se quebrantan en todos los planos porque el sistema en su conjunto se encuentra incapacitado para darle una salida a nadie. Si en estas condiciones, los custodios del Estado o los candidatos a custodiarlo afirman que la única solución son las balas, nos encontramos ante la confesión de una irrevocable incapacidad de la clase explotadora de turno para cumplir su función de dirigente social.


Pero eso es, precisamente, lo que ha venido planteando la tanda publicitaria que muestra a De la Rúa encabezando a un grupo comando y lo que plantea el flamante reclamo de Ruckauf de ‘aniquilar’ a la delincuencia.


Parafraseando un dicho de los años ‘70, se puede decir, sin embargo, que “la delincuencia de arriba genera la delincuencia de abajo”. La acumulación usuraria de deuda externa; su condonación a los capitalistas para que la paguen los trabajadores; el saqueo del patrimonio público mediante privatizaciones despóticas; el choreo sistemático de los recursos de la administración estatal; los vaciamientos de bancos y de empresas; el lavado de narcodólares; el fraude comercial y financiero; el negocio de prostitución adulta e infantil a escala internacional; todo esto retrata, y en forma muy pálida, la descomunal delincuencia de los explotadores y sus testaferros.


El monopolio de la propiedad se enlaza con el monopolio estatal de la violencia. Los gendarmes del sistema reclaman su parte en los despojos, encubriendo los delitos de otros y realizando los de su propia cosecha. Las mafias, los gatillos fáciles, los atentados como el de la Amia, el asesinato de Cabezas, los cometidos en las comisarías, el entrelazamiento entre la policía, los jueces y la delincuencia organizada; todo esto completa un sistema que funciona normalmente mediante el despojo y la amenaza.


No es contra esto que De la Rúa, Ruckauf y Duhalde prometen bala; son parte, después de todo, del sistema de la obediencia debida y del indulto. A los jefes de la dictadura les metieron vaselina, ninguna otra cosa.


Los candidatos se convirtieron en policía brava a instancias de Patti, acusado de torturar en comisarías y de pretender encubrir el crimen de María Soledad a instancias de Menem. Está acusado también del asesinato de los montoneros Cambiasso y Pereyra Rossi. Pero lo que más importa es que Patti está financiado por Pérez Companc, es decir por lo más reaccionario del clero. Ante el clero, Duhalde y De la Rúa acaban de prometer que seguirán con la política que atenta contra los derechos reproductivos de la mujer.


Nueva York y el Vaticano son las capitales de los candidatos pistoleros.


Bajo la presión de semejantes sectores, Duhalde ha entregado por completo la reforma de la policía bonaerense. La renuncia de Arslanian significa el abandono completo de la pretensión de poner algún orden en una institución vinculada a los principales delitos contra la vida y a las principales redes de los delitos económicos en los últimos diez años.


Los que prometen bala son los padrinos de este tipo de instituciones y de esta clase de régimen social. Pero la delincuencia no puede derrotar a la delincuencia.


Incluso en el cuadro de inmensa miseria social en la que vivimos, la desesperación de las masas no es la principal fuente del delito, no digamos su causa, porque su causa es el régimen social capitalista. La fuente principal siguen siendo los explotadores.


El programa que puede poner fin a la inseguridad y violencia sociales es el socialista.