Políticas

26/9/1996|512

Los capitales se van fugando

“Las reservas del Banco Central cayeron más de 850 millones de dólares en lo que va de setiembre….”, informa Ambito Financiero (23/9), pero “desde mediados de julio muestran una caída del orden de los 2.000 millones de dólares”. Un movimiento semejante, en un país que se jacta de contar con un superávit comercial, equivale a una fuga de capitales.


De acuerdo a las autoridades del Banco Central, sin embargo, la situación se habría modificado luego de la ‘carta de intención’ presentada al FMI. A partir de ese momento, los billetes y los depósitos en pesos aumentaron en más de 800 millones de pesos, para lo cual deben haber entrado dólares por una suma equivalente. Si aún así las reservas continuaron cayendo, ello se debió a pagos en concepto de deuda externa, pero no por salida de capital.


Se trata de una media verdad, porque según “el consultor Miguel Bein…(los) otros 1.200 millones (salieron) por decisión del sector privado —básicamente a nivel de grandes empresas…”. El gobierno procura ocultar la magnitud de la fuga de capitales para encubrir la acción de los grandes bancos y pulpos que están especulando contra el peso mientras sus voceros aseguran todos los días que hay que ‘defender la paridad cambiaria’. La información no esclarece el tipo de capital que ingresó en el mes de setiembre y que hizo aumentar la circulación monetaria. Debemos suponer que fueron colocaciones de plazo muy corto atraídas por la importante suba de las tasas de interés que se produjeron a principios de mes. El capital ‘golondrina’ es siempre un factor que suma al potencial devaluatorio de la moneda.


Una parte creciente de las reservas fue obtenida por colocaciones de bonos a 90 y 180 días, es decir, que representan maniobras de corto plazo para mantener contablemente la vigencia de la convertibilidad. El gobierno no pudo colocar bonos en pesos, porque el temor a una devaluación llevó a los eventuales inversores a pedir altísimas tasas de interés (Clarín, 22/9).


Otro dato de la tendencia a la salida de capitales es que desde 1992, la cantidad de empresas que cotizan en la Bolsa disminuyó, porque a las pocas 30 compañías que solicitaron el ingreso hay que restar las 51 que se retiraron (Gazeta Latinoamericana, 15/9). Esto se debió a “las fuertes pérdidas que se registraron en el mercado durante la segunda mitad de 1992 y 1994”. En los últimos meses el monto de dinero que se negoció en la Bolsa fue extremadamente bajo.


El gobierno pretende salir de este agujero refinanciando la deuda externa, dado que los vencimientos del año que viene oscilan en los 15.000 millones de dólares, o sea el ciento por ciento de las reservas. “Guillermo Corso, de la Fundación Capital señaló (sin embargo) que ‘El costo (de la refinanciación) es muy alto y no me parece buena la estrategia de endeudarse a largo plazo. El 12% que se paga es una barbaridad porque significa condenarse a ser un país de cuarta por 20 años” (Clarín, 22/9). La Fundación Capital está dirigida por Martin Redrado, un funcionario de Menem y de los Fondos de Pensión norteamericanos.


La ‘preocupación’ de la banca acreedora con la situación cambiaria argentina determinó el nombramiento de un hombre del FMI al frente de la Dirección Impositiva. Segun Clarin, “se trata de una poderosa señal favorable entre los bancos de inversión”, ya que esto supone un control directo de las cuentas públicas…y privadas – para asegurar el pago de la deuda externa. En el siglo pasado, los gobiernos entreguistas entregaban la recaudación de la aduana. De todos modos, ya hay un proyecto para privatizar el cobro de los impuestos.


La fuga de capitales explica más que cualquier otra cosa que hoy se esté ventilando tanto el  tema de la devaluación. Juan Alemann acaba de alinear en el bando devaluatorio no solamente a Alsogaray y Jorge Born, sino tambien a Guillermo Calvo, reciente asesor de Fernandez, y a Gonzalez Fraga, vinculado al Citibank. Pero hasta “El FMI está preocupado por la rigidez cambiaria de la Argentina”, dice El Cronista (13/9), que tambien señala “el escepticismo (del FMI) acerca de las estrategias de estabilización basadas en el tipo de cambio, entre las cuales la convertibilidad es un ejemplo extremo”.


Lo que surge de esto es que los capitalistas discuten no la devaluación sino cuándo la largan.


Porque hasta el ‘inventor’ de la ‘convertibilidad’ acaba de pedir que se la deje de lado. John Williamson, del Instituto de Economía de Washington, ‘padre’ del llamado “Consenso de Washington”, que en la década del 80 estableció las políticas ‘neo-liberales’ para América Latina, “recomienda ahora que dejen de ser fijas y pasen a ser competitivas, en una banda que evite la valorización del cambio” (Gazeta Mercantil, 4/9/96).


A la luz de todo esto, la afirmación del embajador norteamericano, Cheek, de que “Confía en que Menem no devaluará” (La Nación, 24/9), sólo hay que interpretarla en el sentido de que intentarán frenar la devaluación hasta que hayan logrado imponer la liquidación de los convenios, de las indemnizaciones y la completa flexibilización de las normas de trabajo y de los salarios. Es que la crisis política que desataría una devaluación imposibilitaría por largo tiempo imponer cualquier ‘flexibilización laboral’.


Estamos ante una confrontación política, en la cual la banca internacional le mide el tiempo a la capacidad de Menem para remontar la situación, antes de decidir si le baja definitivamente el pulgar.