Políticas

27/12/2001|735

Los “grupos de tareas” frente al pueblo sublevado

La fase final de la pueblada que derribó a De la Rúa comenzó el miércoles 19 en el mismo momento en que éste anunciaba el “estado de sitio”. Decenas de miles salieron a la calle y avanzaron hacia el Congreso y de allí a la Plaza de Mayo. La prensa *que calificó esta movilización como “pacífica” y de “clase media”* pasó simplemente por alto que se trataba de la manifestación más subversiva que se pueda imaginar: primero porque convalidaba todas las manifestaciones populares de ese día y del anterior, contra los supermercados, contra la municipalidad de Córdoba, en el Banco Provincia y la casa de gobierno de La Plata; segundo porque salía a quebrar el “estado de sitio”, o sea la máxima expresión de la violencia del Estado capitalista, y por lo tanto, salía a quebrar al propio gobierno.


Allí ya se escucharon las dos consignas que se convirtieron en el programa político de la movilización y que el pueblo en la calle habría de imponer al día siguiente: “¡Qué boludos / qué boludos!, el estado de sitio / se lo meten en el culo!” y “¡Que se vayan, que se vayan!”.


Por eso, la pretensión de cierta prensa y de los centroizquierdistas, de oponer la manifestación “pacífica y civilizada” de la noche del miércoles a la movilización “violenta” del jueves, es una manipulación ideológica, que busca descalificar la lucha, la organización y el programa. El jueves se completó la obra iniciada no ya el miércoles por la noche, sino en todos los días previos. Hubo una continuidad de objetivos políticos y de protagonistas. La “violencia” comenzó en la propia madrugada del jueves, cuando la policía gaseó a la multitud que llenaba la Plaza de Mayo, precisamente porque la multitud “pacífica” había marchado para derrocar al gobierno y no estaba dispuesta a retirarse hasta ser satisfecha.


Esa madrugada se producen cientos de detenciones y el primer asesinato en el centro de la Capital: un hombre es baleado a sangre fría en las escalinatas del Congreso después de que una parte sustancial de los manifestantes se había retirado. L as patotas de la Federal, de la Side ya comenzaban a poner en funcionamiento la misma modalidad cobarde que unas horas después sería su “marca registrada”.


De la Rúa comenzaba a irse de la misma forma en que había asumido: asesinando a trabajadores. Debutó con los asesinatos en el puente de Corrientes; terminó con los asesinatos en Plaza de Mayo y el Congreso; en el medio, las “fuerzas del orden” asesinaron a cuatro piqueteros en el norte de Salta.


Jueves, 9 horas


Después de los gases y las detenciones, grupos de manifestantes “aguantan” en Plaza de Mayo, rodeados por la Guardia de Infantería y la montada.


En las primeras horas del jueves, Mestre y Mathov conspiran con los jefes policiales: la orden es “despejar la Plaza de Mayo”. Saben que la movilización es imparable. Ya no les alcanza el “estado de sitio”: los asesinatos, los heridos, las detenciones ilegales, las torturas y la reaparición de los “grupos de tareas” son entera responsabilidad política de estos “demócratas” aterrorizados.


Pero el salvajismo de la represión entonces convence al pueblo, todavía más, de que hay que echarlos y que hay que pelear hasta que se vayan. Un familiar de Marcelo Benedetto, uno de los asesinados, relató que “el chico no soportó la rabia de ver la represión por TV; llamó a varios amigos desde su casa en La Tablada y salió para la Capital. Le dieron en el cráneo”. Uno de los heridos de bala, Luis Gómez, relata que “estaba en la estación de Constitución cuando vi a los caballos sobre los cuerpos de los manifestantes. Eso me indignó, ahí nomás salí para la plaza” (Página/12, 22/12). Como estos, son numerosos los testimonios de trabajadores, jóvenes, amas de casa y hasta jubiladas que decidieron marchar a la Plaza de Mayo.


A las diez de la mañana, recomienza la represión: detenidos, apaleados, gaseados. Pero ya hay miles que marchan a la Plaza. En cada esquina, grupos de manifestantes, con pañuelos en el rostro para aminorar los efectos de los gases, tiran piedras y arman barricadas *un corresponsal extranjero califica como “focos de guerrilla” (La Reppublica, 22/12) y hasta “Intifada porteña” a la lucha que se libraba en torno al Obelisco y al Teatro Colón, por donde venían las columnas que habían partido de Congreso.


Hacia las tres de la tarde, la caballería carga contra las Madres de Plaza de Mayo y las golpea rebenque en mano.


La batalla se había generalizado desde antes del mediodía: se lucha en la Avenida de Mayo y en las dos diagonales. Las piedras enfrentan a los gases, a las balas de goma, a la caballería, a las motos y a los hidrantes. En un ambiente irrespirable por los gases, grupos de jóvenes y de no tan jóvenes avanzan, chocan, retroceden, se reagrupan y vuelven a avanzar. En medio de la barbarie policial, el heroísmo y la solidaridad del pueblo no tiene límites: cada uno se arriesga para socorrer a los heridos, para impedir que se detenga a otro, para ayudar a los más débiles o a los más golpeados.


En las refriegas, son atacados los bancos y otras empresas. La lista de las empresas atacadas es un verdadero índice de los saqueadores de la nación (Citibank, Fiat, HSBC Bank, Banco Comafi), de la corrupción de los políticos patronales (Banco Provincia) y hasta de los símbolos de la explotación capitalista, como los McDonald’s). No hay saqueos en ninguno de estos casos; contra todo lo que dice la prensa, no se trababa de “vándalos” sino de una explosión de la furia popular contra los verdaderos saqueadores de la Argentina.


“Grupos de tareas”


En la represión del jueves 20 se aplicó la metodología de terrorismo de Estado.


Mientras la policía uniformada descargaba andanadas de gases y balas de goma y atropellaba con la caballería, el centro estaba repleto de patotas de civil, que se movilizaban en autos sin identificación. Aparecían de improviso, bajaban de sus autos, disparaban con armas de fuego y balas de plomo y huían dejando muertos o heridos. Otras veces, arrastraban a algún manifestante hasta el auto. También había grupos a pie, de civil, mezclados con la muchedumbre, que de repente detenían a los golpes a algún manifestante que quedaba aislado. Varios detenidos, como Eduardo de Pedro, de Hijos, denunciaron haber sido torturados en la Plaza de Mayo con picanas eléctricas “portátiles”; sin excepción, los detenidos fueron brutalmente golpeados.


“Han vuelto a la Plaza a secuestrar gente; son los mismos secuestradores del régimen militar” (La Reppublica, 22/12). Estos “grupos de tareas” son los responsables de los primeros asesinatos de la tarde, que tienen lugar muy lejos de la Plaza de Mayo: dos manifestantes fueron asesinados a sangre fría en Bernardo de Irigoyen y Rivadavia (a diez cuadras de la Plaza) a las tres de la tarde; uno de ellos tiene dos balazos. Es completamente falsa entonces la hipótesis de La Nación (20/12) que, citando fuentes policiales anónimas, afirma que las muertes fueron obra de “policías cansados, rodeados y desbordados por el temor”. Los asesinatos fueron la obra de los “grupos de tareas” de los servicios de inteligencia.


Cae la tarde, cae el gobierno


A primera hora de la tarde, la batalla alcanza su punto máximo. Los manifestantes intentan entrar en la Plaza desde Avenida de Mayo, la dos diagonales, las calles del microcentro, desde San Telmo y desde el Bajo. Rodean la Plaza; vuelan piedras y se arman barricadas; a los gases se opone el humo de las fogatas y los incendios.


El Partido Obrero *después de chocar con la policía en el Congreso* marcha hacia la Plaza por la Diagonal Norte, junto con otros partidos de izquierda y sindicatos combativos. Frente al edificio de YPF, la columna resiste a pie firme la carga de la montada y la hace huir bajo una lluvia de piedras. El PO sigue avanzando hacia Florida; con gases y balas de goma lo obligan a retroceder; se reagrupa y vuelve a la carga. Así varias veces.


Cerca de las 17 horas, una gruesa columna de motoqueros hace su entrada, una vez más, en esta oportunidad por Diagonal Norte. Son vivados por los manifestantes y van directamente a chocar con la policía. Los motoqueros son brutalmente reprimidos: dos son asesinados; otros son heridos. Al día siguiente, viernes 22, “la protesta que (los motoqueros) hicieron en el Obelisco por los asesinatos del jueves fue reprimida con saña por la Policía Federal” (Página/12, 23/12). En esa represión, ocurre un hecho sintomático: fueron heridos dos militantes de Hijos y un tercer motoquero, hijo de un desaparecido. Es decir que hubo un operativo de inteligencia que identificó a los motoqueros que se debía reprimir. Cuando los manifestantes, en moto, fueron al Hospital Argerich a interesarse por los heridos, fueron nuevamente reprimidos, a palazos y balas de plomo (ídem). ¿A quién le van a hacer creer que los muertos fueron la obra de policías “exhaustos” y “sobrepasados”?


Apartir de las 18, la mayoría de los manifestantes refluye. Los que se retiran por Avenida de Mayo cantan “¡Qué cagazo! / ¡Qué cagazo! / Echamos a De la Rúa / los hijos del Cordobazo”. Con las calles adyacentes a la Plaza dominadas por la policía, tienen lugar nuevos asesinatos a sangre fría.


Al caer la noche, ha caído también el gobierno. Hay más de 3.000 detenidos, cientos de heridos y 28 muertos. No hay festejos, pero el pueblo ha triunfado: no sólo ha volteado a un gobierno odiado; ha abierto una nueva etapa en la historia argentina.