Políticas

23/11/1990|318

Los hombres del presidente

Barrionuevo no dijo nada nuevo. Vandor tirándose la plata en el hipódromo, en los años 60. Coria, de la construcción, un burócrata sindical que descubrió sus dotes de empresario en el mismo ramo, en la década del 70. Triaca, apostando millones en el casino de Las Leñas o festejando el cumpleaños de su hija en el Sheraton Hotel. Miguel, que pasa las vacaciones… de invierno en Italia y España. Toda esta burocracia sindical aparece claramente como una aprovechados económica directa de las grandes organizaciones obreras, por cuya gestión frenadora y conciliadora recibe una elevada coima de los patrones y del Estado.

Por eso Barrionuevo no tienen del todo razón cuando dice que “la propia investidura en el sindicato o en la obra social da posibilidades de conseguir plata que no es del sindicato ni de la obra social”. Y no la tiene porque para conseguir esa plata no alcanza con la “investidura”, además hay que ser un burócrata, es decir, un agente del Estado y de las patronales en los sindicatos. Los activistas clasistas que son llevados a la dirección de un sindicato por mandato de las bases, no obtienen otra cosa que represión.

De todos modos, las palabras de Barrionuevo destruyen la posición clásica de los partidos comunistas y de los pequeños burgueses democratizantes que, ellos mismos burócratas, niegan que la burocracia sindical exista como tal, y solo admiten que hay dirigentes “derechistas” al lado de los “combativos”. Al lado de un Barrionuevo estaría un De Gennaro; con éste todo, con el primero nada. Pero esto es olvidar que ya hubo una vez un Guillán y un Ongaro, “combativos’’, que se pasaron a la “derecha”, sin dejar de ser nunca burócratas sindicales, que como lo describe Barrionuevo “viven de otros ingresos”, bien diferentes de un salario.

Barrionuevo habló como lo hizo, porque él ya no es propiamente un burócrata sindical; al igual que Triaca está un peldaño más arriba —es un capitalista y comisionista directo de los grandes capitalistas. Pero también lo hizo como una advertencia de lo que él podría revelar en forma documentada si alguien pretende moverle el piso. Por eso no titubeó en recordar que en las empresas del Estado, “los funcionarios y la patria contratista se robaban anualmente entre 3.500 y 4.000 millones de dólares”. Barrionuevo no creyó conveniente hacer la estimación del monto al que asciende el robo por “privatizaciones”, porque ése es su negocio corriente del día.

Pero Barrionuevo es uno de los hombres del presidente. Según afirma, reunió un millón de dólares para financiar la campaña de Menem, que salieron obviamente de los “otros Ingresos” que el candidato luego triunfante no podía ignorar. Barrionuevo es así la expresión acabada de este régimen.

Los pollos de Mazorin no solo se quedaron congelados sino que han retornado a su condición de simple huevito a la luz de los negociados en las concesiones de peaje para las rutas que ya existen. O al lado del inexplicable endeudamiento de ENTel, por mil millones de dólares, promovido por la señora Alsogaray. Ahora que se habla del curro de los juicios contra el Estado (en el que se pretende involucrar pérfidamente a los trabajadores que pleitean por salarios mal liquidados) es el momento de mencionar que el presidente de la Nación acaba de licenciar a los miembros del Tribunal de Cuentas (una medida inconstitucional), cuando éstos cuestionaron una resolución que perjudicaba al Estado en beneficio de la empresa Villalonga.

Menem no solo tiene su propia Corte sino también su propio contralor. Ni Luis XIV, modelo histórico del absolutismo, podía manejar la hacienda pública con tanta libertad. Y qué decir de la shoppinización de Buenos Aires promovida por un ex empleado de la patria contratista “denunciada” por Barrionuevo.

Todo este drama de la corrupción ha tenido, como era obligado, la compensación de dos toques de comedia. Una, la CGT Azopardo que ofreció a investigación de los patrimonios personales de sus dirigentes como si Barrionuevo no hubiera explicado que el enriquecimiento ilícito se esconde con las fachadas de los testaferros. Lo que la CGT de Azopardo no ofreció es el control obrero de todos los movimientos de fondos de los sindicatos y de las obras sociales.

El otro Tartufo de la historia lo encamó monseñor Quarracino, arzobispo de Buenos Aires y presidente de la Conferencia episcopal —dos instituciones que bien merecerían un Barrionuevo que “bata la posta” al pueblo. Quarracino, amigo de Triaca entre otros (el “plástico” tiene el hábito de los retiros espirituales), salió a decir que la “Argentina es un país de avivados”. No, monseñor, los avivados están en el Estado capitalista, entre los capitalistas y entre los burócratas— no importa si son sindicales, judiciales o eclesiásticos. No están, seguro, en la Argentina de los trabajadores.

Barrionuevo es un “hombre del presidente”, que pintó un retrato de otros “hombres del presidente” y dejó algunas pinceladas de los capitalistas que rodean al presidente. Para un cuadro del régimen, no está mal.

Abajo el Estado capitalista corrompido. Por un gobierno de trabajadores.