Los sobornos de Chacho Alvarez
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El reportaje a Chacho Alvarez en el programa de Lanata del domingo 14, con motivo del tema de las coimas en el Senado, dio lugar a un pequeño altercado que radiografía la trampa ideológica que se quiere contrabandear con este affaire. Fue cuando uno de los colaboradores de Lanata le recordó a Alvarez que él no sólo había apoyado la Ley de Reforma Laboral (para cuya aprobación se pagaron los sobornos en el Senado), sino que también había sido un factor fundamental para su aprobación en Diputados, puesto que sobre sus hombros había caído la tarea de disciplinar al bloque de diputados del Frepaso que se oponían a la misma.
Alvarez respondió que el “contenido” de la “reforma laboral” nada tenía que ver con procedimientos como los sobornos.
La pregunta que no se animó a hacer el periodista es: ¿Cómo hizo Chacho Alvarez para “disciplinar” a sus diputados? ¿Qué “negociación” tuvo que realizar para alinearlos con el gobierno? ¿Qué tuvo que prometerles, concederles o acordar?
Por eso, no hay diferencia política ni moral entre el soborno de Alvarez a sus diputados y el soborno “económico” de De la Rúa a los senadores, salvo de grado o matiz.
A mi modo de ver – parodiando aquello de que la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios – , el soborno no fue sino un recurso más para aprobar la Ley de Reforma Laboral que pedían el FMI y la burguesía. La virtud y honestidad de las personas en la política no puede juzgarse con independencia de los intereses (¡ellos también económicos!) en juego. La corrupción es la forma normal de funcionamiento del Estado capitalista, que impone por medio de sus facultades despóticas los intereses de los explotadores sobre los de los explotados. La honestidad de las personas es un asunto social, no personal.
Hay, sin embargo, otra tergiversación más de Chacho Alvarez, que insiste en que los fondos malhabidos de los partidos y de los políticos convierten al régimen actual en una oligarquía de éstos.
La trampa de Alvarez, en este caso, es pretender que los políticos constituyen una casta que funciona en forma autónoma. La realidad es que (como los militares) son representantes de la burguesía, o al menos de sus intereses generales. Las formas políticas cambian, de Videla a Kirchner, pero quienes gobiernan son el FMI, los bancos, los Techint, las telefónicas, etc., “aportando” muy concretamente al financiamiento de la represión directa o de las campañas políticas de sus partidos y candidatos (sin por eso privarse de usar en forma sistemática los recursos represivos del Estado contra aquellos que resisten y luchan).
En ese sentido, los sobornos simplemente cambian la forma en que el dinero, o sea el capital, maneja la política. Si, como dice Chacho Alvarez, esta “democracia” es una “oligarquía”, es decir, el gobierno de unos pocos, no se trata del gobierno de unos pocos “políticos corruptos” sino del gobierno de una clase social minoritaria que ejerce su dictadura sobre la mayoría de la población a través del Estado y sus “políticos”.
Por eso, no basta con reemplazar a los “políticos corruptos” con “políticos honestos”, pues aun con estos (que de todos modos cobran suculentas dietas y gastos de representación) la “democracia” no dejaría de ser una “oligarquía”.
El divorcio entre la política y la economía es el mismo que existe entre el gerente y el propietario de una empresa o entre el ejecutivo y los accionistas; es una división del trabajo con todas las contradicciones que supone. Más allá de esto, es un prejuicio de la intelectualidad pequeñoburguesa, que le permite justificar su vocación de gerente o de ejecutivo.
Por eso, este sábado, iremos a la Plaza por otro Argentinazo y para “que se vayan todos”. No queremos cambiar sólo unos políticos corruptos. Queremos cambiar el régimen social. Queremos un gobierno de los trabajadores.