Políticas

14/12/2017|1486

Macri, el anfitrión tardío de la OMC

Mauricio Macri se compró una misión difícil: ser el anfitrión de una reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que, al igual que las rondas anteriores, ya preanuncia un nuevo fracaso, después de los pobres resultados de las rondas anteriores. La reunión en Buenos Aires, que el macrismo presentará como su “carnet de entrada al mundo”, volvió a ser el escenario de un conjunto de disputas por un mercado mundial que no sólo se mantiene bajo la impronta de la crisis inaugurada en 2007/2008. Soporta, además, la desaceleración económica y sobreinversión en China, como telón de fondo de todos los antagonismos en el comercio internacional. Por caso, la administración Trump considera que el actual sistema de solución de controversias comerciales de la OMC es “funcional” a las exportaciones de China, a las que acusa de precios predatorios. En represalia, decidió vaciar el organismo de la OMC que se ocupa de laudar sobre este tipo de litigios.

 


Globalización y OMC


La impasse de la OMC retrata vivamente la crisis de la llamada “globalización”, al influjo de la cual nació este organismo en los años ’90. La desaparición de la URSS y la apertura de la restauración capitalista en China abrieron ilusiones ilimitadas en una armonización internacional del comercio y las inversiones, que abriría un largo período de progreso bajo la égida de las grandes corporaciones capitalistas. La “liberalización”, sin embargo, muy pronto mostró sus contradicciones y, particularmente, el papel revulsivo de la restauración del capital en los ex Estados obreros, en el marco de un capitalismo en declinación. Un ejemplo de estas contradicciones es el acuerdo sobre liberalización de productos textiles en la propia OMC (2005), que le abrió a China una fabulosa plataforma de exportación sin barreras a los países occidentales. Una parte de la burguesía imperialista saludó esta liberalización, porque contribuía a abaratar la fuerza laboral de sus países por dos vías: proveyendo de vestimentas más baratas a sus obreros y compitiendo brutalmente con sus salarios y conquistas. Pero esta compuerta abrió la amenaza de una penetración más vasta de China, al calor de sus pretensiones de ingresar al mercado internacional en industrias más complejas. Esta tensión se expresa hoy en la negativa de Trump y la Unión Europea a que China sea declarada “economía de mercado”, lo que liberaría de las actuales objeciones al agresivo comercio del gigante asiático. El nacionalismo de Trump, sin embargo, no es defensivo. Las quejas por el llamado “comercio desleal” están colocadas en la mesa de las pretensiones expansionistas del imperialismo yanqui sobre China: el Departamento de Estado apunta a abrir la Bolsa y la banca de ese país al capital extranjero, y también a la privatización de sus industrias estratégicas. En vez de “globalización”, asistimos a la guerra de rapiña por un mercado mundial en crisis.


 


Plan B


En medio de esta impasse, la reunión de la OMC derivó hacia lo que algunos llaman un “plan B”, referido a las políticas de “facilitación de inversiones, comercio electrónico y de servicios”.


Detrás de estos términos se disimula el papel de la OMC como factor de opresión nacional: los supuestos “liberalizadores” no se han privado de someter al comercio de los países atrasados a un conjunto de condiciones despóticas: entre ellas, aceptar incondicionalmente el monopolio capitalista sobre la ciencia y la técnica (patentes), a través del cual los pulpos farmacéuticos han privado de salud a millones de personas. Lo mismo ocurre con las semillas modificadas, donde los “liberales” exigen la rendición incondicional ante el monopolio Monsanto. Quienes niegan al imperialismo como categoría histórica o lo ubican como una cuestión de “los tiempos de Lenin”, deberían detenerse en el régimen dictatorial y extorsivo que -a través de la OMC- un puñado de países le impone a los países más débiles del planeta.


En medio de la impasse de la OMC, Macri y Temer han intentado avanzar con su propio plan B -un acuerdo colonial y bilateral del Mercosur con la Unión Europea. Este pacto no haría sino confirmar la crisis de la OMC -los acuerdos entre bloques; en definitiva, expresan la incapacidad de una liberalización de carácter general. Precisamente, la Unión Europea concibe al acuerdo con el Mercosur como un recurso para contener el avance de China en América del Sur. Pero Macri también se quedó con las ganas de anunciar este acuerdo bilateral, que ha quedado postergado para 2018. A pesar de las concesiones de Macri-Temer al ingreso de productos industriales europeos a la región, la reciprocidad de la Unión Europea es casi nula en lo que refiere a los productos agrícolas del Mercosur. Los negociadores argentinos aceptarían reemplazar esta concesión a cambio de la difusa promesa de inversiones europeas en la región. Para ello, el tándem Macri-Temer ofrecería las rebajas impositivas y degradaciones laborales que ya están en la agenda de la Argentina y de Brasil. Un periodista de Ambito Financiero (11/12) asoció este “modelo de inversiones” al acuerdo firmado en Tierra del Fuego con la industria electrónica, donde se incluyó el compromiso sindical -luego rechazado por los delegados obreros- de aceptar un congelamiento de sueldos por dos años. Ello demuestra dos cosas: primero, que la apuesta a las “inversiones” reposa en un ataque a los trabajadores; segundo, que la ‘supuesta industria’ europea podría ser una mera armaduría o tercerizada de insumos asiáticos. Notablemente, es la misma queja que la Unión Industrial Argentina ha presentado en relación con las futuras importaciones industriales europeas, donde la preocupación “pasa por evitar que Europa triangule productos de China, India o el sudeste asiático” (Cronista, 5/12). La Unión Europea quiere sumar al Mercosur a un acuerdo para frenar a China, pero China se filtra por todos los poros del eventual acuerdo. El plan B, en definitiva, también quedó en carpeta.


 


Globalifóbicos


Los críticos globalifóbicos en la Argentina han señalado los aspectos coloniales y despóticos de la OMC, y advierten sobre una “liberalización que viene por todo”. Llamativamente, no se han detenido en la notoria impasse de la Organización como resultado de la crisis mundial, ni se han delimitado de los arrebatos proteccionistas de Trump o del nacionalismo europeo. Hay que recordar, por caso, los elogios tempranos de Cristina Kirchner a Trump por su “defensa del mercado interior” yanqui. Este planteo, en primer lugar, no aprecia la naturaleza reaccionaria y expansionista del proteccionismo imperialista, que busca reforzarse en la lucha por el copamiento del mercado mundial. Pero, en el plano continental, el nacionalismo burgués le opone a la “liberalización” comercial la autarquía económica y una supuesta integración regional en la cual sus gobiernos han fracasado sin atenuantes. El proteccionismo, por otra parte, es también una variante ajustadora, puesto que blande la amenaza de la competencia internacional para desvalorizar los salarios, a través de ataques a los convenios o a través de salidas devaluacionistas.


Al denunciar el carácter imperialista y antiobrero de la OMC, llamamos a una acción obrera internacional para defender las conquistas obreras amenazadas, y para abolir los acuerdos que conducen a la privatización del conocimiento, la educación y de la salud. A los imposibles acuerdos interimperialistas -que apenas enmascaran la tendencia a la rapiña y a la guerra- le oponemos la unidad internacional de los trabajadores. La crisis de la OMC demuestra la contradicción insoluble entre el desarrollo de las fuerzas productivas -que ha superado largamente el marco de las fronteras nacionales- y el carácter nacional de los Estados que actúan como gendarmes de la acumulación de capital de las corporaciones imperialistas. Esa contradicción sólo puede resolverse progresivamente mediante la superación del capital y sus Estados, y una “armonización” mundial bajo la única clase que reconoce intereses sociales comunes: la clase obrera.