Marat-Sade

Un conflicto de ardiente vigencia

“La revolución será permanente o no será”, sentencia el Marat representado por uno de los “locos” del Hospicio de Charenton en la versión de Villanueva Cosse de la obra de Peter Weiss, “Marat-Sade”, que se presenta en el Teatro San Martín. A través de los actores-pacientes de un hospital psiquiátrico, se muestran los últimos momentos de la vida de Marat. Afirmada la revolución de los industriales y comerciantes, la burguesía está espantada de las energías que ella misma libró: el proletariado. Napoleón, autoproclamado emperador, dice que la revolución ha terminado. La burguesía se reconcilió con la Iglesia. Por eso cuando, exaltado, Marat recuerda que los Padres Santos encadenaron a los pobres con la intención de que no se levantaran contra sus amos, el director del hospicio, Monsieur Coulmier (que interpreta Iván Moschner) nos dirá que “hemos acordado hacer unos cortes en este pasaje... después de todo nadie objeta a la Iglesia ya que nuestro emperador se encuentra rodeado de jerarcas eclesiásticos... y además los pobres requieren del alivio de los curas”.

Es el Estado el que decide quién está loco y quién no: cuando los “chiflados” digan que la revolución vino y se fue, y se pregunten “quién controla los mercados, quién cierra los graneros, quién está sentado sobre las propiedades que se iban a repartir sobre los pobres” y aprovechen para colar un “quién nos encierra”, la respuesta que obtendrán será cachiporrazos e hidroterapia. La trama confronta dos actitudes: Marat y Sade empezaron militando juntos, pero el reencuentro en el hospicio los halla en distintas posiciones: Sade niega la posibilidad de cambio histórico, presa de un individualismo reaccionario, y cree que la única solución es la destrucción total del hombre; en cambio, Marat dice: “no observo inamovible, intervengo”.

El destacado Relator, cada vez que los internados denuncian al sistema o toman posturas radicales, debe serenar al director del hospicio, un funcionario complaciente con el régimen napoleónico, recordándole que los hechos que se representan sucedieron hace muchos años.

De similar modo, las críticas a la obra por parte de la prensa elogian la puesta y a los artistas, pero insisten en despolitizar y quitarle actualidad a su contenido: “Explora los claroscuros de la utopía revolucionaria... No hay que olvidar que la obra fue escrita y estrenada en los ‘60, cuando la reflexión y la polémica eran ejercicios urgentes y necesarios”, dice Noticias, para la que hoy ya no lo serían. La Nación califica a Marat de “uno de los más sanguinarios próceres de la Revolución Francesa” y al debate entre Marat y Sade como “un diálogo filosófico” en el que curiosamente se discutiría “democracia [a secas] o dictadura del proletariado”.

La distorsión alcanza también al autor de la obra, Peter Weiss, a quien se presenta sólo por su oposición al nazismo. Weiss rompió con el PC sueco con una postura crítica frente al estalinismo. En 1969 (cuatro años después de su “Marat-Sade”) estrenó “Trotzki im exil” (Trotsky en el exilio), que le valió la acusación de antisoviético y la prohibición de toda su obra en la URSS. El respondió con una extensa carta donde, entre otras cosas, denunciaba la sistemática supresión de la figura de Trotsky por la historia oficial stalinista, contraponiendo el internacionalismo y la revolución permanente a la teoría del socialismo en un solo país.

El psicoanálisis señala que la repetición es una forma de “volver a preguntarse”. “Marat-Sade” fue exhibida en Buenos Aires por primera vez en el ‘67, dos años antes del Cordobazo; la segunda en 1998, en el marco del proceso que desembocaría en el Argentinazo. Frente a una crisis mundial de dimensiones gigantescas, debatir la idea de revolución permanente es de absoluta oportunidad. Mientras la burguesía predica que la revolución es una utopía y el teatro un ejercicio filosófico, los trabajadores-actores de todas las obras en el Complejo Teatral San Martín (incluidos los de “Marat/Sade”) tuvieron que salir a luchar para poder tener contrato y cobrar sus salarios.

Jonathan Palla