Martínez de Hoz
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José Alfredo Martínez de Hoz, muerto en su casa aunque con prisión preventiva por el secuestro de dos empresarios, es, casi, casi, una leyenda argentina. A él acuden “demócratas” de los pelajes más diversos para atribuirle todos los males del país: la destrucción de la industria (“da lo mismo acero o caramelos”, diría uno de sus compinches), la deuda, la dichosa “tablita” y otra lista larga. Como si el hombre hubiera surgido de un repollo.
Conviene recordar, sin embargo, que el plan económico que aplicó Martínez de Hoz ya era el del gobierno peronista, el de Celestino Rodrigo (el meneado Rodrigazo), que no pudo prosperar porque lo frenó la huelga general de junio-julio de 1975. Martínez de Hoz llegó para ejecutar el programa que el peronismo no podía llevar a la práctica, porque para eso hacían falta Videla y el terrorismo de Estado.
Estanciero, miembro del directorio de Pan American Airways y de la International Telegraph & Telephone (ITT), Martínez de Hoz era también asesor del Chase Manhattan Bank y ejecutivo de Acindar -subsidiaria de la USS Steel-, de Bracht, del grupo Soldati, de Braun Boveri y de la banca Roberts, lo cual da, aproximadamente, una idea de los intereses que impulsaron el golpe.
José Ignacio López era columnista entonces en el diario golpista La Opinión, dirigido por Jacobo Timerman, y escribió: “El ministro se ubica entre aquellos que han advertido que el hombre de negocios no puede permanecer recluido en el estrecho círculo de sus negocios, sino que debe participar crecientemente en la solución de los problemas de la sociedad contemporánea” (28/3/1976).
Martinez de Hoz fue, además, un gángster activo, pues impulsó el secuestro de capitalistas rivales para quedarse con sus empresas. Por eso está preso ahora, y no por el secuestro, tortura y asesinato de activistas obreros en Acindar, la empresa que dirigía.
La burguesía nacional
La pertenencia de Martínez de Hoz a corporaciones imperialistas alimentó otra leyenda, repetida hoy hasta el cansancio por medios oficialistas: el “superministro” de la dictadura habría sido un simple representante de intereses extranjeros que operaban en contra de la burguesía.
La realidad es menos nítida. Durante la dictadura se acuñó la expresión “capitanes de la industria”, para denominar a la gran burguesía industrial de Argentina. Sus nombres principales eran Rocca (Techint), Pérez Companc, Franco Macri, Santiago Soldati, el papelero-petrolero Bulgheroni o el azucarero Blaquier. La dictadura intentó hacer lo mismo que buscaba Pinochet y, desde antes, las dictaduras de Corea del Sur, Taiwan o Brasil: generar una burguesía capaz de desarrollar una acumulación de capital de características ‘multinacionales’. Por eso los militares le pusieron obstáculos al remate de empresas del Estado, cosa que les acarreó choques varios con el FMI. No se tiene en cuenta que la privatización masiva tuvo lugar bajo el peronista Menem, precisamente porque no se habían producido bajo los militares. Cuando Menem dispuso las privatizaciones, entregó una fuerte participación en ellas a los ‘capitanes de la industria’ que habían hecho su agosto con Martínez de Hoz, Videla y compañía. Hace apenas un par de semanas, esa estrategia fue reivindicada por Axel Kicillof, que ofreció como prueba de su éxito los casos de los países mencionados, en especial Corea del Sur…
Los Kirchner, por su parte, se muestran desagradecidos cuando vituperan a Martinez de Hoz, autor, con Cavallo, de la circular 1050, que asfixió y expropió a los deudores hipotecarios. Con esas ejecuciones, propiciadas por la 1050, ellos se enriquecieron en Santa Cruz, acumulando una fortuna amasada por un saqueo social.
Por otra parte, los K han sido los más puntuales pagadores de la deuda externa que dejó el extinto. Martínez de Hoz ha muerto, pero su política, con diversas variantes y en circunstancias muy distintas, sigue aquí.