Políticas
7/9/2023
Milei quiere “apertura comercial”, la misma que provocó desempleo récord en los ´90
Presenta como novedad una receta fracasada.
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Cónclave de la UIA.
Darío Epstein, integrante del equipo económico de La Libertad Avanza, dijo ante la UIA que, en caso de llegar al gobierno, se le dará a la industria un tiempo de preparación de dos años y para luego dar paso a la apertura comercial. El anuncio nos remite a la década de los ´90, donde la quita de aranceles a los productos importados desintegró la producción fabril local, llevando el desempleo a niveles récord.
El asesor de Milei propuso, como garantía de competitividad de la industria argentina respecto a los otros países, la creación de “una nueva ley laboral”, que barra con los convenios colectivos de trabajo. Ahora bien, los decretos de flexibilización laboral sancionados por Carlos Menem -y las figuras contractuales precarias que se crearon bajo su gobierno- no impidieron que las medidas aperturistas derivaran en una desindustrialización, solo redundaron en peores condiciones de vida para los trabajadores.
En primer lugar, la apertura del comercio exterior bajo el menemismo produjo un déficit comercial de U$S 18.577 millones entre 1993 y el 2000, generando la necesidad de obtener mayor financiamiento en moneda extranjera. Lo anterior colaboró para que la deuda externa argentina creciera U$S 100 mil millones entre 1989 y el 2000. Semejante endeudamiento en dólares desembocó en el default del 2001.
Por otra parte, eliminación de aranceles a los bienes importados tuvo como consecuencia la destrucción del tejido industrial. En la década del ´90 “disminuyen un 15% el número de establecimientos (fabriles) y se expulsa la cuarta parte de la mano de obra sectorial” (Ámbito, 14/02/2021). Así las cosas, la actividad manufacturera pasó de representar el 18,2% del PBI en 1993 y se redujo al 16,5% del mismo en 1997. Las ramas que más cayeron entre 1993 y 1999 fueron la textil (-28,2%), la fabricación de instrumentos médicos (-26,4%), y la de maquinaria y aparatos eléctricos (-16,4%).
Quebraron fundamentalmente las pequeñas y medianas empresas (que concentraban la mayor cantidad de puestos de trabajo), las cuales no pudieron competir con el ingreso de bienes finales importados (como ocurrió por ejemplo en el sector textil) o con los insumos industriales traídos del exterior (tal fue el caso de muchas fábricas autopartistas). Las firmas más grandes, por su parte, se orientaron al ensamblado de partes importadas o directamente la venta productos finales provenientes del exterior.
Asimismo, tuvo lugar un proceso de concentración y extranjerización económica. Por un lado, el índice de concentración industrial pasó del 36,4% en 1991 al 47,1% en 1998, lo que indica que los grandes grupos oligopólicos que actuaban en el mercado local intensificaron considerablemente su predominio en el conjunto de la actividad manufacturera. Cabe destacar que estos fueron favorecidos por políticas gubernamentales, como la estatización de deuda privada.
A su turno, avanzó el copamiento de capitales extranjeros: mientras que en 1993 las compañías foráneas acaparaban el 32% del producto bruto generado por empresas líderes, en el año 2000 dicho porcentaje ascendió al 73% (Ámbito, ídem). Eso no implicó desarrollo alguno para la industria (las multinacionales, por lo general, adquirían plantas ya existentes en lugar de instalar nuevas unidades productivas) pero sí generó presión sobre las reservas mediante el giro de dividendos de las filiales a las casas matrices. Finalmente, la “libre competencia” que pregona Milei deriva en mayor monopolización y coloniaje.
“Esta retracción de los grupos económicos locales en términos de sus activos fijos (son quienes enajenan buena parte de las más importantes firmas manufactureras transferidas a actores extranjeros durante los noventa) se da a la par de un sustancial incremento en la incidencia de sus activos financieros, en especial de los radicados en el exterior” (Flacso, 2001), siendo protagonistas de la fuga de capitales del período. Aquí se puede ver nítidamente el carácter parasitario de la burguesía nacional, y cómo la liberación del mercado de capitales que propone Milei va a aceitar las prácticas de saqueo.
Esta política llevó a un pico de desocupación del 18,4% en mayo de 1995. La cantidad de obreros industriales se redujo un 20% entre 1993 y 1999. Junto con el desempleo, cayeron los salarios: según los datos del Indec, entre 1984 y el 2001 el salario medio real se redujo a la mitad. En ese sentido, creció enormemente la desigualdad: según la EPH, al principio de la década, el quintil más rico de la población tenía ingresos doce veces superiores a los del quintil más pobre, y, al finalizar el segundo mandato de Menem, los ingresos del quintil más rico eran veinte veces más altos que los del quintil más pobre. A la luz de la experiencia, el mito de que eliminando derechos laborales se crea más empleo y mejoran los salarios queda absolutamente desterrado.
Como vemos, un reducido grupo de capitalistas engrosó sus bolsillos intensificando los ritmos de trabajo de la mano de obra y deprimiendo los salarios. Sin embargo, la inversión real en equipos de producción y construcción permaneció por debajo del 20% del PBI -que es el que requiere el país para un crecimiento sostenible (Diario Ar, 14/02/2021). Lo anterior desmiente el discurso de Milei y compañía, de que una reforma laboral destrabaría la huelga de inversiones en el país.
El candidato de La Libertad Avanza busca presentar que erradicando el Banco Central y su elevadísima tasa de referencia, la producción nacional comenzaría a acceder a créditos accesibles y, de ese modo, podría competir en igualdad de condiciones en el mercado internacional. Lo cierto es que nada indica que la banca privada vaya a proveer financiamiento barato; fijará el interés de acuerdo a la solvencia de cada empresa. Por lo tanto, la atrasada industria local deberá competir con la de las grandes potencias -cuyos Bancos Centrales sí otorgan créditos a la producción a tasa subsidiado- en un terreno de absoluta asimetría. Podrían sobrevivir a la propuesta de Epstein los pulpos como Techint y Aluar, pero quedarían en el camino muchas Pymes. Por eso, su discurso produjo zozobra entre los referentes de la UIA.
Evidentemente, el remedio al escaso desarrollo de la industria argentina tampoco son las medidas proteccionistas que rigen en la actualidad, ya que el empresariado se vale de ellas para aumentar los precios y desinvertir. Es necesario, entonces, someter al control obrero los resortes económicos del país (sistema financiero y comercio exterior) y repudiar la deuda externa, en función de dirigir el ahorro nacional a la inversión productiva destinada a satisfacer las necesidades populares. Solo un reorganización social dirigida por los trabajadores puede sacarnos del atraso en el que nos ha sumergido la clase capitalista y sus políticos. Milei no propone nada novedoso, son las mismas recetas fracasadas del menemismo que han hundido al país.
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