Míster Bush: “La casa está en orden”
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Por primera vez, los carapintadas no se levantaron para reclamar la amnistía, la impunidad o el indulto para los militares responsables del asesinato a sangre fría de miles de argentinos. Fueron entonces derrotados. Las banderas carapintadas ya habían sido satisfechas en gran parte por Alfonsín y definitivamente por Menem. Se habían transformado en programa de gobierno, en igual medida que los planteos de los capitanes de la industria o de la banca acreedora. Los altos mandos y los inferiores cerraron, entonces, filas, no con los carapintadas, sino contra ellos. No hubieron esta vez los Alais que no reprimían nunca, ni los Cáceres que se sentaban a tomar un café con los sublevados maquillados. Los seguidores de Rico y de Seineldín se salieron con las suyas, en todo o en parte, cuando fueron la fuerza de choque de que se valió el imperialismo para obtener la preservación y la impunidad del cuerpo de oficiales de las fuerzas armadas argentinas. Cuando dejaron de cumplir ese rol; cuando declararon su oposición a la invasión de Panamá o al envío de naves al Golfo; o cuando -¡horror!- amenazaron con aguar el recibimiento a Bush, fueron despiadadamente reprimidos. Enemigos jurados del marxismo y de la teoría de la lucha de clases y del carácter de clase del Estado, los carapintadas recibieron una lección contundente y trágica sobre la vigencia de la concepción materialista de la historia.
Los carapintadas ya no eran útiles
Este es el meollo de lo ocurrido el 3 de diciembre. Menem podrá fanfarronear a su gusto ante los periodistas intimidados, jactándose de su mayor firmeza de carácter con relación a Alfonsín. Pero esto no alcanza para explicar porqué el riojano aplaudía al radical cuando éste capitulaba ante los carapintadas todas las veces que era necesario (y hasta coqueteaba con éstos), y porqué el político vacilante de Chascomús aplaudió al de Anillaco cuando éste ordenó el “aniquilamiento” de la reciente sublevación Ambos personajes se caracterizan por la inestabilidad de carácter, de modo que es poco lo que uno puede pavonearse frente al otro Lo que explica la diferente reacción de un Menem con respecto a un Alfonsín es que las sediciones carapintadas han dejado de tener utilidad para la burguesía o para el imperialismo tomados en su conjunto.
Los carapintadas cometieron, ni qué decir, el terrible “crimen” de sublevarse en las vísperas de la llegada de Bush, el verdadero dueño del país. Un fracaso de la visita del norteamericano como consecuencia de la crisis militar ponía en tela de juicio la solidez del Estado, y por lo tanto la solidez de los negocios firmados en el marco de las privatizaciones y de las negociaciones de deuda externa. En definitiva, si el levantamiento carapintada no era de modo alguno un principio de violación de la propiedad privada, sí constituía una acción disolvente con respecto a los intereses mayores del gran capital. Quien no tenga en cuenta esto a la hora de buscar una explicación a la rapidez con que el Estado encaró la crisis, no habrá entendido nada respecto de ella.
La fauna “democrática”, incluida la de “Izquierda”, reclamó desde el primer momento el “aplastamiento” de la sedición o golpe, sin importarle en lo más mínimo que este apoyo al gobierno habría de significar el reforzamiento del indulto, de la entrega, de la superexplotación, del trabajo precario, de la cesantía masiva, de la colaboración con la opresión de otros pueblos, de la corrupción, del gobierno por decreto, de la reforma constitucional de la reelección y espaciamiento de los períodos electorales, del reforzamiento —en definitiva— del aparato represivo y de la represión. Sin importarle en definitiva que Bush estuviera detrás de Menemo quizás precisamente por eso. Los “demócrata” no supieron adoptar una línea independiente del imperialismo, denunciando simultáneamente el contenido reaccionario y antinacional de la política de Menem frente a la crisis militar y las características aventureras del levantamiento carapintada. No es casual que los “demócratas” se encuentren empeñados en una lucha teórica contra la tesis de Clausewitz y Lenin, de que la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios, porque la negación de este planteo les permite justificar en un conflicto armado el abandono de todos los principios democráticos y abrazar la causa de uno de los campos opresores cotidianamente “criticados”.
Golpe de Estado
Los carapintadas pretendieron negar, al igual que lo hicieran en el pasado, que estaban protagonizando un golpe de Estado, como si esto solo fuera válido cuando existe la expresa intención de derrocar al gobierno, y no cuando se trata de que cambie de rumbo por medio de una acción anticonstitucional. Con este encubrimiento, los carapintadas volvieron a descubrir su inconsistencia política y, al igual que en conatos anteriores, su dependencia del imperialismo y de la burguesía, que no admiten hoy la implantación de gobiernos militares Pero mientras los carapintadas pretendían dar un golpe que negaban, Menem procedió a ejecutar el golpe que imputaba a otros. La declaración del estado de sitio por decreto constituye una forma de golpe de Estado, porque significa la suspensión de las garantías constitucionales y es un procedimiento no admitido por la Constitución. La medida política más importante de la crisis fue dictada entonces contra los derechos ciudadanos, lo cual no solamente sirve como antecedente para la represión de las luchas populares, sino que fue concebida para impedir una intervención popular en la crisis militar y la posibilidad de una gran manifestación de repudio a la presencia de Bush. El camino de las dictaduras militares de la década del 70 fue preparado por los gobiernos constitucionales y sus congresos mediante la creciente aplicación del estado de sitio.
En esta crisis militar, el campo oficial no era la expresión de la democracia constitucional contra la tentativa de instaurar un gobierno militar. El choque opuso, de un lado, a un gobierno super-entreguista y profundamente antiobrero contra un grupo militar cuya vigencia ya no era aceptada por el imperialismo y que expresaba a los sectores desplazados por las últimas crisis políticas El campo reaccionario fundamental era el del oficialismo, al que se incorporaron no solamente los Bush y los Alsogaray sino también los Bussi, los Ulloa, los Bignone, es decir los Viola, Videla y Galtieri de la dictadura pasada El deber político esencial de un partido marxista en esta circunstancia es desenmascarar el carácter reaccionario de la política oficial, que se esconde pérfidamente detrás del emblema de la democracia, mientras denuncia el carácter aventurero del planteo carapintada y su tendencia inevitable a transformarse en un recurso contra los trabajadores en el caso de lograr sus objetivos políticos.
Bancarrota nacionalista
Durante vanos años los carapintadas escondieron su condición de fuerza de choque del indulto detrás de la consigna de reconstruir el ejército nacional. Como es típico de una tendencia nacionalista, pretenden reorganizar a la nación sobre la base de la hegemonía de las fuerzas armadas Pero la aguda crisis militar argentina no es otra cosa que el resultado del fracaso de esa pretensión de convertir al ejército en motor del desarrollo nacional —intentada por Perón, Onganía y los Videla. El ejército en función de gobierno ha demostrado que es incapaz de superar las limitaciones de la burguesía nacional En sus tentativas llegó, bajo Perón, a estatizar considerablemente la economía nacional, y bajo Galtieri a hacerle una guerra al imperialismo, y en ambos casos fracasó Los nacionalistas simplemente olvidan que la fuerza armada no puede ir históricamente más allá de la sociedad que la alimenta y arma. La enormidad de la crisis militar resulta de la conjugación de la descomunal crisis capitalista y de la impotencia de la burguesía nacional, por un lado, y del fracaso histórico del ejército, por el otro. Los débiles gobiernos democratizantes de Alfonsín y de Menem no han logrado disciplinar al ejército para conformarlo a la situación de tolerar y admitir su declinio político. La crisis social le ha impedido a la burguesía, además, actualizar el armamento de su fuerza armada y hasta alimentarla adecuadamente. En esto consiste la contradicción entre el ejército y la sociedad burguesa. La descomposición militar es así una expresión de la contradicción profunda en que han entrado las fuerzas productivas que pueden ser desarrolladas potencialmente y el régimen burgués de producción Por este motivo la crisis del lunes no será la última crisis militar.
Indulto
Menem será empujado por sus mandantes a explotar el desenlace de la crisis, no solamente para decretar con rapidez el indulto (e incluso usar el estado de sitio para protegerlo), sino también para “racionalizar” a las fuerzas armadas y proceder a una cesantía masiva Se abriría camino así a la “reestructuración del Estado en este sector, es decir a la tentativa de formar un reducido ejército exclusivamente profesional. Los “pacifistas se alegrarán con la eliminación o reducción del servicio obligatorio, lo que servirá para encubrir los planes militares imperialistas. Pero hay que tener presentes aún las secuelas de toda esta crisis y de la represión sangrienta.
Una vez más los regímenes “democráticos” han hecho la prueba de su capacidad de servicio al imperialismo y de su maleabilidad para llevar a fondo la política de los explotadores. Lo mismo vale para los partidos y para los políticos nacionalistas, como el PJ y Menem. Esta experiencia pone de relieve los límites insalvables de todos los planteos que no salen del marco democratizante” y de la imposible autonomía nacional.
Una “cama” a los carapintadas
La sublevación carapintada no fue solo una aventura por su falta de objetivos, su inconsistencia y sus métodos putschistas. También lo fue al transformarse en una acción desesperada ante su creciente desplazamiento del ejército, que estaba prevista, controlada y esperada por el gobierno nacional. Así lo han hecho saber Eduardo Menem y funcionarios de la SIDE. Dada la crónica incompetencia de estos servicios en lo que hace a las cuestiones fundamentales, hay que concluir que quien los puso sobre aviso fue la propia CIA.
Todo esto desnuda la impotencia de las acciones conspirativas minoritarias para enfrentar a la poderosa maquinaria del estado, y en consecuencia su manifiesta irresponsabilidad política La política revolucionaria es tal cuando se apoya en la acción independiente de las grandes masas, la cual debe ser preparada por una larga y tenaz labor política. Los carapintadas han sido víctimas de su propia política. También ellos son viudas de Menem.