Políticas

14/9/1993|401

“Niños de Dios” para olvidarnos de los “Batatas”

Los “Niños de Dios” es una secta reaccionaria, de origen norteamericano, opuesta al aborto y partidaria de la discriminación racial y de la persecución de los homosexuales, que ha caído bajo la persecución de otra secta, tan reaccionaria como ella pero infinitamente más peligrosa, la iglesia católica. Las huellas de la “santa madre” son perceptibles a lo largo de todo el proceso contra los “Niños de Dios” y en el montaje de la provocación.


El principal acusador contra los “Niños de Dios” es José María Baamonde, director de un “servicio de informaciones” católico dedicado a la detección de sectas. Baamonde es un estrecho colaborador del cardenal Quarracino. Las detenciones se producen, precisamente, pocas horas después que otro hombre de estrecha confianza de Quarracino, Hugo Franco, considerado la “mano derecha” del cardenal (La República, 3/9), se hiciera cargo de la estratégica Secretaría de seguridad interior del ministerio del Interior. El propio Quarracino se entrevistó con el juez a cargo de la investigación, Roberto Marquevich, durante la sustanciación del sumario.


A pesar de la catarata de “pruebas” y “cargos” contra los “Niños de Dios” aportados por la iglesia y la justicia a la prensa, sus miembros han comenzado a recuperar su libertad porque nada ha podido probarse y, como reconoce un secretario del juzgado, nada se probará. Lo mismo —detenciones espectaculares y liberaciones por falta de pruebas— sucedió ya en 1989, 1991 y 1992.


La acusación más aberrante contra la secta es el abuso sexual de menores … aunque “ninguno de los 137 menores que fueron examinados por los peritos del Cuerpo Médico Forense presenta signos de maltrato físico o abuso sexual” (Página 12, 3/9). Algunos miembros de la secta han acusado a la policía de “plantar” las “pruebas”.


El lanzamiento de una acusación tan aberrante —el abuso sexual de menores— dice mucho acerca de los “acusadores”: hace poco más de un año se desató un enorme escándalo en Uruguay por el reiterado abuso sexual a que fueron sometidos por parte de los sacerdotes los menores internados en orfelinatos a cargo de la iglesia (el “caso Iname”) y, más recientemente, la curia norteamericana ha debido nombrar una “comisión investigadora” bajo la presión de la opinión pública, escandalizada por las frecuentes denuncias de abuso sexual a los feligreses, en particular menores, por parte de los curas.


La provocación alrededor del tema de los “Niños de Dios” coincide con la discusión en la Cámara de Diputados de una reaccionaria ley de cultos (ya aprobada en el Senado), que concede el monopolio de la “religiosidad” —y de las prebendas económicas estatales— a los cultos reconocidos por el Estado, en primer lugar, a la secta vaticana. Distintas organizaciones de derechos humanos han calificado a la ley como “discriminatoria”. La provocación pretende mostrar la “peligrosidad” de las sectas “no oficiales”. En este sentido, el ahora diputado Piotti —que como juez encarceló por primera vez a los “Niños de Dios” en 1989— presentó un proyecto especialmente brutal: “plantea la ‘penalización de todo culto religioso que no estuviera debidamente inscripto en el Registro’ , para lo que también propone prisión” (Página 12, 2/9). Se trata del primer reclamo público de “prisión por ideas” formulado por los hombres de la “democracia”.


El juez Marquevich parece sintonizar la misma “onda” que su antecesor. “Nadie que viva en comunidad es normal” (Página 12, 4/9). La justicia ya no juzga conductas individuales tipificadas en el Código Penal sino ideas. De haber vivido en tiempos de Nerón, el buen juez habría enviado alegremente a los leones a los primeros cristianos, que vivían en comunidad y, crimen entre crímenes, “comunizaban” sus riquezas y bienes.


Las creencias religiosas —o el rechazo de todas ellas— son un asunto privado de cada ciudadano. La secta de los “Niños de Dios”, como el Vaticano y el propio Estado, son órganos de coacción colectiva que conspiran contra la espiritualidad humana.