Operación Masacre en Martelli
Cuando los “demócratas" reencontraron su unidad
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Cuando el sábado las tropas de Seineldín se “pasaron” de Campo de Mayo a Villa Martelli, el pueblo hizo lo mismo. La experiencia de Semana Santa y Monte Caseros había sido asimilada: “hay que rodear enseguida los cuarteles”. El gobierno, el PJ, o la CGT, en cambio, llamaron expresamente a no hacerlo, por medio de las radios, diarios y TV.
Y el pueblo fue
En Villa Martelli se vio que los rebeldes acampaban lo más tranquilos y que los “leales” no llegaban. Entonces, comenzaron las consignas y la llegada de mayor cantidad de gente. Como los gritos de hostilidad crecían los sublevados comenzaron a disparar al aire para ahuyentar y gases vomitivos, de gran poder tóxico. La multitud comenzó, entonces, a quemar los pastizales del cuartel.
Mientras tanto los “leales” seguían sin llegar. “Estos milicos en invierno dicen que los tanques no llegan por el frío y en verano por el calor; tendrán que actuar en otoño”.
Cuando los “leales” finalmente llegaron mucha gente aplaudió a Caridi, incluso con lágrimas de alegría. Otros rostros eran de desconfianza. El general Caridi —ya casi en las puertas del cuartel “rebelde”— se dirigió a las cámaras de televisión para decir “el pueblo nos apoya y eso fortalece a nuestra tropa que va a reprimir esta sublevación”.
Un momento muy largo
“En momentos más… comenzará la represión leal”, anunciaban repetitivamente la radio y la TV. “Es que Alfonsín —se escuchaba en las portátiles de Villa Martelli— ha dado la orden de reprimir sin contemplaciones a los carapintada”.
Pero las horas fueron pasando en la puerta de Villa Martelli, y las tropas sublevadas se reían abiertamente de la gente que les decía que ya les llegaba “su hora”.
Mientras tanto los tanques de Caridi iban de aquí para allá, como en un paseo. Esa tranquilidad de los leales contrastaba con la bronca generalizada entre los manifestantes de Martelli. Con los leales “no pasaba nada”; en la puerta de acceso al cuartel —en cambio— “pasaba de todo”.
Repentinamente, los periodistas y fotógrafos que allí estaban descubren a un “periodista” mezclado entre la gente. El provocador es un “servicio”, que comienza a correr, desenfundando un arma. Cuando los manifestantes lo alcanzan y le quitan el arma, aparecen de varios lados numerosos “civiles” que lo toman de los brazos y lo ayudan a escapar en un patrullero de la Federal.
Pasado el episodio del provocador, dos autos de la policía de la provincia de Buenos Aires aparecen a la carrera por el lugar efectuando disparos contra la gente. Nuevas corridas. Un Falcon con bandera blanca en la antena también pasa por la General Paz disparando al azar contra la multitud. Del regimiento también efectúan sistemáticamente disparos de Fal y se siguen tirando gases lacrimógenos y vomitivos.
La multitud actúa —ante estos hechos— de un modo desordenado. Cada tanto un joven se desprende de la manifestación y le tira piedras a los carapintadas. Cuando un suboficial intenta entrar en ropa de fajina al cuartel, la multitud se lo impide.
Más allá, otro grupo, harto de los gases lanzados por los “carapintadas” les devuelve con su moneda: prende fuego a los pastizales del cuartel, llenando de humo a los “comandos” que se repliegan.
Algunos hombres, abuelos acompañados de sus nietos, obreros con sus hijos en brazos, se acercaron a la puerta, de a dos, de a tres y les “ordenan” rendirse a los sublevados. Los “carapintadas” no contestan. “En Malvinas se rindieron sin pelear y nos vienen a tirar a nosotros, al pueblo” les dice indignado un viejo que lleva un niño de la mano.
Mientras tanto
Mientras todo esto ocurría, los jeeps y tanques leales seguían “paseando” sin hacer nada. La gente se ponía cada vez más inquieta. ¿Qué se está cocinando? se preguntaba mucha gente. Así comenzó a caer la noche del sábado.
La llegada del nuevo día no trajo novedades. Los tanques “leales”, quietos. Caridi sin hacer nada.
Llegan refuerzos
Cerca del mediodía comenzó a llegar mucha policía. Carros de asalto repletos de guardia de infantería de la provincia de Buenos Aires. Se apostaron en la puerta del cuartel. Se comenzó a olfatear que esto no presagiaba nada bueno. Los hombres pidieron a sus mujeres que se retiraran hacia posiciones más apartadas. “Lleven allí los chicos” decían mientras se agrupaban a deliberar. Ya era un secreto a voces que los “leales” no hacían nada contra los sublevados.
A eso de las dos de la tarde llega la noticia de que por uno de los costados del regimiento un grupo de “carapintadas” se están escapando sin problemas.
De pronto las tropas “leales” comenzaron a retirarse. Los manifestantes que vieron primero lo que estaba pasando fueron a alertar al resto. “¡¡Se están yendo, se están yendo!!” Los tanques encabezaban la procesión “leal” dejando el “cerco”.
Al comprobarse la fuga, la multitud tomó distintas actitudes. Algunos, todavía sin comprender que se retiraban sin combate, seguían aplaudiendo a los “leales”. Otros comienzan a tirarle piedras, botellas, lo que tienen a mano a las tropas de Caridi. Las torretas de los tanques apuntan, amenazantes, a la multitud.
A toda velocidad, la columna “leal” trata de escapar del escenario de los hechos. Desde todos los lados, les gritan: “Cobardes, traidores”. En los puentes de la Gral. Paz les tiran con monedas, buIones, ¡¡con carteras!! Y entonces los “leales” apuntan directamente sus metrallas a los puentes y comienzan a disparar. Una joven mujer cae herida; los padres cubren con su cuerpo a los chicos: los más jóvenes toman en sus brazos a los más ancianos.
En la puerta del cuartel se destapa la olla: los leales están de acuerdo con los carapintadas; se escaparon; “¡los apoyan!”, grita la gente. En ese momento unos 200 efectivos de la policía de la provincia se forman en fila sobre la puerta del cuartel. Los manifestantes envían dos delegados a parlamentar con el oficial a cargo del operativo. “No pasa nada, muchachos, tranquilos”. “No pasa nada”, repite, mientras comienza a distanciarse de los dos delegados, dejándolos solos en medio de la puerta del cuartel. Es entonces cuando el oficial da la orden: “¡Cuerpo a tierra! ¡Fuego!” Los 200 efectivos desenfundan sus 45, todos al mismo tiempo, y comienzan a disparar desde el suelo efectuando puntería sobre los manifestantes. Los segundos parecen siglos. Una lluvia de balas 9 milímetros cae por todos lados. El ruido ensordecedor de esas balas sólo consigue ser tapado por el fragor de los disparos de FAL que, simultáneamente, comienzan a llover sobre la multitud disparados desde el cuartel.
La gente busca refugio donde puede. Afortunadamente el suelo tiene muchos desniveles y es posible guarecerse. “Son balas de goma, no se asusten” gritan algunos con el rostro desencajado. Pero comienzan a caer heridos; la gente sangra. ¡Estaban tirando a matar! Cuando otros se acercan a socorrer a los caídos, se les dispara también a ellos. Decenas de heridos comienzan a ser cargados en camionetas y autos bajo una literal lluvia de balas.
Operación masacre
Los testimonios son coincidentes.
Rogelio Rodríguez y Alejandro Nicolás cayeron bajo el fuego cruzado de “rebeldes”, “leales” y policías provinciales. Todos los heridos cayeron por balazos en la cabeza o en el hombro. Dispararon a matar. Nicolés fue abatido por un disparo de Fal, arma del Ejército (Clarín, 5/11). El ministro de gobierno Brunati dice que el policía muerto tiene una herida de bala Fal. Los heridos tienen en su mayoría balas 9 milímetros de la policía de la provincia de Buenos Aires. Todo el aparato represivo montó fríamente una “operación masacre” sobre el pueblo apostado en Villa Martelli.
Los hechos demuestran que la masacre de Villa Martelli —de la cual todavía no podemos establecer el saldo exacto— fue una necesidad tanto de los militares “leales” y “rebeldes” como del gobierno y de los partidos —todos los partidos— que han saludado — con sus declaraciones o su silencio— el acuerdo Caridi-Seineldín.
El único obstáculo inmediato que tenía para consumarse ese acuerdo era la tenaz persistencia del pueblo en seguir rodeando el cuartel que ya nadie rodeaba (y que en realidad, jamás “cercó”). La manifestación popular puso al desnudo ese acuerdo miserable. Por eso, por el odio al pueblo que fue el único dispuesto a defender la libertad, es que la canalla burguesa y sus alcahuetes uniformados tiraron a matar. Villa Martelli demuestra una vez —como en el 55, en el 66, en el 74 y el 76— que los intereses del pueblo trabajador y del régimen patronal son inconciliables Más que nunca la lección de Martelli es: total independencia política y organizativa de la burguesía.