Políticas

28/10/1987|204

Otoño capitalista

Ya no hay nadie que pretenda que la brutal caída de las principales Bolsas del mundo ha sido un mero desvío en un proceso económico que sería básicamente sano. El krach de los mercados de valores no fue un mero “ajuste” de las cotizaciones luego de un largo periodo de alzas. Aunque a regañadientes, los políticos y los economistas de la burguesía ya tienen que admitir que es la expresión de una profunda tendencia a la depresión económica mundial.

Este “giro” en las opiniones ha sido forzado por los acontecimientos mismos. El mercado de valores de Hong Kong, que tiene una enorme gravitación como canal de capitales en Asia, tuvo que ser cerrado durante una semana, cuando se constató que los propios operadores bursátiles, los comisionistas de la Bolsa, se hubieran visto en la obligación de declararse en quiebra por incapacidad para cumplir con los contratos firmados. En Londres, la privatización de la gigantesca British Petroleum se ha quedado sin adquirentes, forzando con ello a los bancos encargados de la operación a suscribir la totalidad de las acciones que se pondrán en venta. En la misma “City” británica, las firmas de corredores de Bolsa están despidiendo masivamente a sus funcionarios y clausurando una parte de sus operaciones, cuando hace exactamente un año se desesperaban por entrar al mercado londinense. En París, las privatizaciones han sido directamente suspendidas, lo cual deja en el aire a una cantidad enorme de capitales que estaban a la espera de este negocio lucrativo. Las autoridades de Nueva York ya prevén un hundimiento de las finanzas municipales y el incumplimiento en el pago de su deuda pública, como consecuencia del despido masivo de funcionarios por parte de las agencias de bolsa de la ciudad y del éxodo de numerosas oficinas, empresas, fondos y corredores dedicados a la timba bursátil.

Estos son síntomas irrevocables de una crisis duradera. El otoño boreal empezó muy mal.

Pero los datos fundamentales aún no se conocen, como ser el grado de insolvencia o la quiebra de los que fueron perjudicados por la descomunal caída de los precios accionarios.

El asunto es, sin embargo, serio, realmente serio. Ocurre que una gran parte de la especulación bursátil que llevó los precios de las acciones por las nubes, estuvo constituida por el copamiento de empresas mediante la compra de sus acciones financiada con préstamos bancarios. Para apoyar estos copamientos se llegó a juntar dinero mediante la emisión de bonos de empresas irrelevantes, los cuales alcanzaron un porcentaje importante del mercado financiero. En síntesis, ahora hay que devolver esos préstamos o cancelar esos bonos, y esto ya no se puede hacer vendiendo acciones. La ola de quiebras aún no ha comenzado, pero la certeza de su inevitabilidad está dada por las garantías que ha tenido que dar el gobierno norteamericano de que socorrerá al sistema financiero. Para peor, gran parte de éste está “clavado” con préstamos incobrables a industrias que hace largo tiempo están deprimidas (energía, construcción, agro).

“No ocurrirá lo de 1929”, dicen a coro los expertos, pero todo indica que será peor. Ya lo está señalando el hecho de que el Estado ha bajado las tasas de interés, cuando hace dos semanas las hizo subir, en una indicación de que está dispuesto a refinanciar a los endeudados o quebrados. Pero esto solo lo podrá hacer emitiendo moneda, desestabilizando el dólar y desatando la inflación. Bien mirado, el Estado y la sociedad capitalista están hoy en peores condiciones de manejar una crisis financiera con relación a 1929, esto debido a la proporción superior del capital especulativo en relación a la producción que existe en la actualidad, y debido al enorme endeudamiento del Estado y de las naciones — lo cual es la contrapartida de esa brutal acumulación de capital financiero.

¡Qué van a estar mejor hoy! ¡Si, al igual que en 1929, el grito de guerra es equilibrar los presupuestos del Estado!

Efectivamente, de la lectura de la prensa internacional surge claramente que la burguesía ve como el peligro mayor derivado de la crisis un hundimiento del dólar y un estallido financiero. Para evitarlo plantea disminuir el déficit fiscal norteamericano (160.000 millones de dólares), lo que frenaría la emisión de billetes verdes. Esta acción desataría una recesión en los Estados Unidos.

¡Pero Reagan no quiere saber nada con esto, como no quiso saberlo en todos estos últimos cuatro años! Su grito de guerra es que la crisis la paguen los otros (Japón, Europa), a los cuales amenaza con una guerra comercial ejecutada mediante una devaluación mayor del dólar.

Estos datos nos están diciendo que la crisis financiera es una crisis económica profunda que se conjuga con una crisis política en Estados Unidos y una crisis internacional. Un síntoma de esta última es el aplazamiento que ha sufrido la reunión cumbre de Reagan y Gorbachov.

Hace ya un tiempo dijimos que se había producido un “viraje en la política mundial”. Ahora podemos agregar que la crisis presente nos incorpora a un período de características prerrevolucionarias en los principales países.