Otra del escriba Feinmann
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El libro de Feinmann (El Flaco) no sólo responsabiliza al PO y a sus dirigentes de la muerte de Mariano; también responsabiliza al movimiento piquetero -y, por supuesto, al PO expresamente- de las muertes de Kosteki y Santillán.
El relato comienza afable, con la mención a un debate en el programa de Herman Schiller “con Néstor Pitrola, que me cayó simpático”; eso sí: vestido con una “campera de lo más garca”, para aclarar de inmediato que no juzga la vestimenta, pero que (él) “jamás se la pondría”. Comienzo reptilíneo -del sustantivo reptil- destinado a descalificar a alguien con quien polemizó al aire, sin hablar nunca de la campera ni de su condición social, que continúa sin referirse nunca a la polémica que tuvo en las dos horas que dura el programa “Leña al fuego”.
Feinmann reserva la categoría de piquetero para el desharrapado, por lo cual ignora el carácter proletario y la calidad política de los dirigentes piqueteros, como el municipal Perro Santillán, uno de sus fundadores más emblemáticos; el maestro Luis D’Elía; el ex enfermero Raúl Castells; el obrero de Luz y Fuerza Pepe Barraza; el metalúrgico Juan Carlos Alderete; en mi caso, un obrero y dirigente gráfico clasista; o aún el abogado Jorge Ceballos, del más tarde kirchnerista Barrios de Pie, algunos de sus organizadores más notorios. Feinmann descalifica a una generación obrera víctima de la desocupación en masa de los ’90 de Menem y de Kirchner, de la bancarrota capitalista de 2001 y de la devaluación de Duhalde y del PJ, la cual se puso al frente del movimiento piquetero. Se trata de toda una fracción de la clase obrera que, durante más de una década y hasta el día de hoy, ha luchado autónomamente contra las redes punteriles del asistencialismo bancomundialista-kirchnerista-pejotista-centroizquierdista. Los sindicalistas kirchneristas dieron la espalda a los desocupados, como lo hacen ahora con los tercerizados por los que salió a luchar Mariano Ferreyra.
Una vez descalificado el oponente, quien tendría con él “un debate donde nos llevamos muy bien”, vendrá la presentación de la “izquierda prerrevolucionaria” -donde ubica a Pitrola-, que sería aquella que “busca transformar en una situación prerrevolucionaria cualquier conflicto social de cierta envergadura”. De tal manera que “cuando hay que hacer dos, hace tres o cuatro, a menudo hasta la muerte”. Para avalar esta afirmación, Feinmann no da un solo ejemplo. O sea que obra como un canalla. Feinmann oculta a la clase social que es la principal responsable de la creación de todas las situaciones pre-revolucionarias: la clase capitalista, que es la que se vale de todos los medios para descargar sus propias crisis sobre los explotados. Véase, si no, lo que ocurre en el mundo árabe en la actualidad, o la crisis que derribó a De la Rúa, Rodríguez Saá y, luego, al propio Duhalde.
Para Feinmann, aquella izquierda – “dos, tres, cuatro, hasta la muerte”- que organizó el movimiento piquetero, el cual salvó materialmente del hambre a decenas de miles de familias que se organizaron para luchar por “trabajo o subsidio al desocupado”, sería la responsable de las muertes de Aníbal Verón, Teresa Rodríguez, Maxi, Darío y tantos otros, por ejemplo las 33 víctimas del Argentinazo. Altamira, sin haber leído el libro todavía, vio abajo del agua (“Un Jüdenrat entre los K”) cuando igualó su condena al PO por la muerte de Mariano con las acusaciones de la dictadura a las Madres que “dejaron” que sus hijos fueran a la muerte. Feinmann opina -como la dictadura- que los delegados, los activistas, los jóvenes, los montos o los que fueran hicieron “una de más” para ser blanco de la tortura, la desaparición forzosa y los campos de concentración. Los argumentos de Feinmann son los que usa el revisionismo alemán para justificar a Hitler y a los campos de concentración como la inevitable respuesta a la “guerra civil europea” desatada por la Revolución Rusa.
El macartismo lo ha llevado al campo de la dictadura. Con este marco conceptual, la novela que ha escrito sobre los padecimientos bajo la dictadura -La crítica de las armas-, aun de los que “sufrieron la vida cotidiana. No el secuestro. No la tortura. No la Esma” (citado Feinmann en El Flaco) es un caso de perversidad. La responsabilidad por esos padecimientos la tienen sus propios compañeros.
Feinmann tuvo dos horas para polemizar sobre todo esto en el programa de Schiller. No lo hizo. En el libro cita, en cambio, un diálogo con Pitrola cuando “nos fuimos juntos hasta la calle”, donde le habría dicho que “si llevábamos diez mil personas más (a un acto masivo en Plaza de Mayo del día anterior) caía Duhalde”. El novelista, después de dos horas de debate al aire, noveló un diálogo. Yo no recordaba siquiera haber discutido alguna vez con este hombre, menos todavía lo que nos pudimos haber dicho en el pasillo a la salida. Las palabras no suenan mías. No sé tampoco, ni él lo dice, si fue antes o después de la masacre de Puente Pueyrredón. Pero lo que es históricamente cierto es que Duhalde se retiró del gobierno como consecuencia del formidable movimiento que empezó a las 24 horas del crimen de Puente Pueyrredón y ganó las calles de la mano de las asambleas populares y el movimiento piquetero. De la misma manera que, desde octubre, un gran movimiento popular salió a luchar por la cárcel de Pedraza. La derrota del operativo represivo de fuerzas conjuntas (planificado desde la presidencia y el gabinete, con la participación del Consejo de Seguridad y bajo la ley de “defensa de la democracia” -antisubversión-) por la que fuimos incriminados los dirigentes de la Asamblea Nacional de Trabajadores condicionó todo el proceso político argentino hasta hoy. Duhalde jamás se repuso del golpe, con él jamás se repuso la derecha. Feinmann, sin embargo, repite como un perverso que el PO es ‘funcional’ ¡a Duhalde!
Feinmann fabula que Pitrola “pensaba” que con el “vacío de poder que crearía la caída de Duhalde” tendríamos así la oportunidad de “tomar el Palacio de Invierno argentino que es la Casa Rosada”. Aquí se aprecia por qué no cita el debate. En el debate, en dos horas, es imposible que su simpático piquetero de la campera no haya planteado, en 2002, la consigna “que se vaya Duhalde” y el reclamo de una Asamblea Constituyente -nuestro planteo en aquel momento. El no polemizó ni con una cosa ni con la otra, porque -según dice en su panfleto- “le aburre discutir (…) porque ya sabe lo que va a decir el otro”. Es el argumento que esgrime un cobarde intelectual y personal. El derrumbe de Duhalde no fue capitalizado por el movimiento popular, sino literalmente rapiñado por su aliado de la época: Néstor Kirchner, “el flaco”.
Lo demás es conocido, aunque Feinmann debería limar su ignorancia. Porque el movimiento piquetero que denosta movilizó 25 mil personas de Liniers a Plaza de Mayo el 9 de junio de 2003, catorce días después de la asunción de Kirchner, con un programa muy completo que le llevó a la Rosada y tiene vigencia hasta el día de hoy: salario equivalente a la canasta familiar, reparto de las horas de trabajo y plan de obras públicas bajo control obrero para terminar con la desocupación, subsidio al desocupado equivalente al salario mínimo, desprocesamiento de todos los luchadores; juicio y castigo a los asesinos materiales e intelectuales de Kosteki, Santillán y todos los muertos por la lucha popular; expropiación sin pago y gestión obrera con respaldo del Estado de toda fábrica que cierra. Ciertamente un programa transicional, como los que odia Feinmann, pero que aún está pendiente de realización.
Kirchner pretendió que la reunión tuviera lugar sin movilización previa. No estuvimos de acuerdo. La aceptó igual. Luego vetó a Pitrola. Todos o ninguno, fue la respuesta de la mesa piquetera. La reunión se hizo, aunque -atónito ante el programa- Kirchner atinó a comprometer “cooperativas” -el libreto del Banco Mundial- y alguna salida para el desprocesamiento, que llegó a redactarse y a cajonearse casi al mismo tiempo.
El movimiento piquetero le marcó la cancha a Kirchner. Kirchner “construyó” su discurso “nac & pop” condicionado por este movimiento de masas y por toda la impronta del Argentinazo, que sigue actuando como un topo implacable sobre la crisis del peronismo y del radicalismo, sobre la burocracia sindical y sobre la cual el kirchnerismo apenas cabalga con un experimento atrás de otro: los transversales, la concertación con Cobos, el cristinismo, la vuelta de los Menem y los Saadi al lado de La Cámpora, y así de corrido. Siempre con sus aliados estratégicos, los Repsol, la Barrick, los Cristóbal López y compañía, la “reconstruida burguesía nacional” que ahora se dirige a levantar el muerto de la deuda con el Club de París, que se pagará con la guita de la Anses. Todo lo cual no admite una izquierda consecuente a su lado. De eso parece tener conciencia el escriba del poder -dicho con todo fundamento, porque Feinmann saludó el acuerdo entre Menem y Bunge Born (ver revista Humor, 1989). También el Frente de Izquierda es consciente de ello.