Otra traición al pueblo
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Los diarios del miércoles aún se encontraban deshojando la margarita: ¿hubo o no “concesiones”? ¿Existió o no una capitulación del gobierno “democrático” ante la coalición sublevada de “leales” y “carapintadas”?
Las certezas iniciales de los periodistas sobre la existencia de un acuerdo secreto entre Caridi, Seineldín y Cáceres parecían diluirse ante la ofensiva del gobierno que desmentía enfáticamente cualquier claudicación.
¿Pero es posible que no hubieran reparado que el discurso pronunciado el martes por Alfonsín ante la Asamblea de Coninagro —esa en la que habló de los “vampiros disfrazados”— era la más contundente confirmación de la completa adhesión del gobierno radical a las posiciones militares, tal como las habían definido con toda precisión todos los jefes involucrados en la crisis?
“Hay una inquietud común a todas las Fuerzas Armadas”, repitió tres veces Alfonsín en ese discurso. Es decir, una inquietud “común” a Caridi, a Seineldín y a cualquier otro, no importa que reviste como “fundamentalista” o como militar “de la Constitución”, como “liberal” o como “nacionalista”, como “caralavada” o como “carapintada”, como “racional” o como “mesiánico”. La sola existencia de una “inquietud común” a todos ellos significa sencillamente que tienen también un programa común, y que en definitiva las reivindicaciones de los “alzados” son las propias de los “constitucionalistas”.
Entre las “inquietudes comunes” que Alfonsín le reconoció al conjunto de las Fuerzas Armadas, figura una que, según el presidente, tiene que ver con los “sentimientos” (sic), ya que “cada hombre de armas quiere que se lo mire como (a alguien) que ha resuelto tomar un camino decidido y definitivo en defensa del conjunto”. Así, 24 horas después de que el país asistiera a una nueva sublevación militar y a la matanza premeditada de los compañeros que rodeaban Villa Martelli, Raúl Alfonsín, el presidente de la “democracia”, pronuncia el elogio del militarismo, y no de cualquier militarismo sino del responsable de crímenes de “lesa humanidad”. El cuerpo de oficiales de la dictadura es presentado, sin distinciones, como el brazo defensor de un “conjunto”, que no es ciertamente el país (Malvinas), que no es ciertamente la independencia nacional (entreguismo y deuda externa), que no es ciertamente la libertad (dictadura militar), que no es nada que tenga que ver con la comunidad nacional, sino que es el Estado, el Estado burgués, explotador, opresor, represor y capitalista.
Pero de todas las “preocupaciones comunes” a las Fuerzas Armadas y a sus “sentimientos”, Alfonsín se detiene en una en particular: “la vinculada con un reconocimiento —dice textualmente— que se pretende a la acción que se libró contra la subversión”. Efectivamente, este fue el planteo que le trajo Caridi repetidas veces, y más recientemente como portavoz de los “leales” y “sublevados” coaligados. ¿Qué responde a esto Alfonsín? Primero, ratifica la demagogia oficial, y contesta que esto lo debe “juzgar el poder competente; es decir, el Poder Judicial”. Claro que el señor presidente pasa por alto que el “poder competente” ha sido privado de la mayor parte de su “competencia”, y también que se ha dejado privar de ella, por un cúmulo de leyes y manganetas entre las que se destacan las leyes de “punto final” y de “obediencia debida”. Alfonsín recuerda la “competencia” de la Justicia para que nadie se olvide de la “incompetencia” de ella. Pero la conclusión del discurso no termina con esto.
A renglón seguido Alfonsín pronuncia lo que equivale a un aval oficial al acuerdo secreto alcanzado por Caridi, Cáceres y Seineldín. Este pronunciamiento público constituye la declaración más formal que pueda existir del programa gubernamental: “…ES CIERTO QUE AL MISMO TIEMPO SE PUEDE RECONOCER QUE HUBO UNA LUCHA QUE FUE CASI UNA GUERRA (SIC) EN LA QUE ERA NECESARIO RECUPERAR LA VIGENCIA DE LAS INSTITUCIONES DE LA NACION”.
¿No es ésta, acaso, la posición oficial de las “Fuerzas Armadas” que sostuvieron a la dictadura militar? ¿No es ésta, acaso, la “reivindicación de la lucha antisubversiva”? ¿No es esto, acaso, lo que plantearon Caridi y Seineldín, y también el núcleo central del acuerdo al que arribaron? Por boca de Alfonsín, el gobierno y la UCR asumen una tesis que hasta ahora se habían negado a suscribir: la tesis de la “guerra”. El todavía presidente de “honor” de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) afirma sin sonrojarse que gracias al “genocidio” se “recuperó la democracia”. El discurso de Alfonsín constituye la abierta declaración de continuidad del régimen videlo-galtierista y del régimen alfonsiniano. Este se proclama el sucesor de aquél. ¿En nombre de qué podrá el régimen alfonsiniano mantener ahora en la cárcel a los ex- comandantes en jefe? Raúl Alfonsín acaba de proclamar delante de las narices de todo el mundo la política de la ley de amnistía. ¿Puede alguien negar, después de esto, que Caridi llegó a un acuerdo con Seineldín, a partir de un completo respaldo del propio Raúl Alfonsín?
El presidente de la Nación aprovechó su discurso para celebrar la ausencia de “derramamiento de sangre”. Es evidente que se “olvidó” de los compañeros asesinados y de los innumerables heridos cuyas vidas aún corren peligro. ¿Pero no es esto una confesión también de que nunca hubo una “orden de represión”? El sábado, los círculos oficiales se jactaban de la “firmeza” del presidente, porque éste no vacilaba en llegar al choque armado. Hoy el presidente no sólo se jacta de lo contrario sino que “denuncia” a los que la reclamaban. Toda la conducta gubernamental resulta así una farsa, se la mire por donde se la mire. Quien ayer no vacilaba en reivindicarse, sin saberlo, como un “vampiro” declarado, denuncia ahora a los “vampiros disfrazados”. Los verdaderos “vampiros”, sin embargo, siguen en libertad, nos referimos a aquellos que dispararon contra la multitud desarmada.
El acuerdo Caridi-Cáceres-Seineldín tiene, ahora, el sello oficial del Poder Ejecutivo, lo cual no quiere decir que la crisis militar o la crisis política hayan terminado, porque sólo un tonto puede creer que la base de esta crisis es la “reivindicación” del genocidio. Esta “reivindicación” es, en realidad, el caparazón con que se ha intentado ocultar una política de reagrupamiento de fuerzas contrarrevolucionarias contra las luchas crecientes de los trabajadores y una vía para suplir las debilidades del régimen constitucional para defender la ofensiva capitalista contra las masas.
Menem, entre tanto, se sonríe satisfecho entre los bastidores. Sin meter las manos en la mierda, observa como Alfonsín tiene que consumar la política de la “pacificación nacional”, que él, Menem, viene pregonando ante obispos, banqueros y militares. Avaló toda la capitulación, pero sigilosamente y a la distancia. Ahora podrá subirse al “menemóvil” e interpretar el papel de “demócrata”. La “reivindicación de la lucha antisubversiva” se la enchufó a Alfonsín. ¡Y los radicales venían diciendo que el riojano, el otro gran capitulador del último fin de semana, no es un “mago”!