Políticas

4/8/2008|892

Otro estallido financiero


El miércoles 23 fue un día de cierto ‘pánico’ financiero, al menos en Argentina y Brasil y varios de los llamados ‘mercados emergentes’. En Brasil, en particular, hubo una fuerte salida de capitales, que se reflejó en una desvalorización del real frente al dólar. Las autoridades financieras de Brasil tuvieron que postergar la colocación de una nueva tanda de títulos de deuda, que en ese país se destina al pago de la deuda que va venciendo. En Argentina cayeron también, muy fuerte, los títulos de la deuda y las acciones de la Bolsa.


 


Ya nadie desconoce la importancia de estos movimientos, que llevados a sus extremos implican la cesación de pagos y la bancarrota financiera.


 


Nada de lo ocurrido, sin embargo, obedeció a factores de orden interno de los países afectados, sino a la suba de la tasa de interés de Estados Unidos. El rendimiento de un bono a 10 años del Tesoro norteamericano subió al 4,7%, cuando hace pocas semanas había rozado el 3,9%. Es decir que hubo una venta masiva de esos bonos y, en consecuencia, una desvalorización de su capital de entre el 10% y el 15%. Como la compra de los títulos de deuda de los ‘mercados emergentes’ se financia con créditos de Estados Unidos, la suba de la tasa de interés norteamericana desató una venta de esos títulos para devolver los préstamos contraídos. En consecuencia, hubo una compra masiva de dólares, que incrementó su cotización.


 


Los diarios atribuyen la sacudida de los bonos norteamericanos al anuncio de que hay una tendencia a la inflación en los Estados Unidos, la cual siempre produce la devaluación de las deudas. Pero ¿cuál inflación? No la de los productos corrientes sino de los activos y propiedades. Estados Unidos tiene una deuda externa fenomenal, de un monto neto de tres billones de dólares, que solamente puede pagar adquiriendo nueva deuda internacional. La suba de la tasa de interés es el reconocimiento de que se ha encarecido la adquisición de nuevos préstamos para pagar los que hay que cancelar. Pero esta suba encarece también los préstamos para comprar deuda externa de países como Argentina y Brasil. Si esta tendencia a la suba se acentuara, Brasil entraría en un 2001 argentino. La bancarrota argentina tuvo lugar, precisamente, luego de una inversión de tendencia, hacia arriba, de las tasas de interés del exterior.


 


Aunque el déficit del Estado es responsable de gran parte de la deuda norteamericana, también existe un endeudamiento privado extraordinario, en especial en el mercado hipotecario. O sea que ha habido una ola de adquisiciones de propiedades financiadas con préstamos –tanto internos como internacionales. Por eso, una suba de la tasa de interés podría derribar los precios de las propiedades y llevar a la insolvencia a los especuladores inmobiliarios y a los bancos. El Banco Central de Estados Unidos se ha estado viendo obligado a aumentar las tasas de interés para poner un freno a esta especulación, pero quizás ha llegado tarde. Como los títulos públicos son usados muchas veces como garantías de préstamos que se destinan a la especulación inmobiliaria, la caída de su cotización (y el aumento de los intereses que ello provoca) podría precipitar también la caída de los precios de los inmuebles. Todos los observadores coinciden en que un derrumbe inmobiliario desataría una crisis financiera.


 


El mercado inmobiliario norteamericano tiene una importancia adicional, que consiste en que ha canalizado fondos del exterior que ya no estaban dispuestos a financiar el endeudamiento público de Estados Unidos. Por este motivo, la cotización del dólar no se derrumbaba. Si además de encarecer el financiamiento de la deuda pública, la salida del dinero del exterior se extendiera al mercado inmobiliario, se produciría un crash financiero.


 


En los últimos meses, para evitar el derrumbe del dólar, el gobierno norteamericano ha estado tratando de combinar la suba de la tasa de interés con una presión a los países acreedores de Estados Unidos para que revaloricen sus respectivas monedas. Abaratar a Estados Unidos y encarecer a sus competidores y acreedores debería servir para incentivar el financiamiento de la deuda y de la compra de bienes, empresas e inmuebles norteamericanos. Bush logró que todo el mundo revalúe sus divisas, a excepción de China, pero no ha logrado detener la desconfianza en el dólar y en la deuda norteamericana. El precio del petróleo se ha ido por las nubes para contrarrestar la tendencia a la devaluación del dólar, al igual que muchas otras materias primas. El gobierno de Bush no acepta la necesidad de un acuerdo internacional para devaluar ‘ordenadamente’ el dólar, porque ello lo obligaría a concesiones fundamentales en el comercio y la política internacionales. Pretende imponer su salida a esta crisis con los mismos métodos que usa para las otras crisis.


 


La pretensión de que el resto del mundo se ajuste a los requerimientos del endeudamiento norteamericano entraña el peligro de que desate una crisis en las naciones que son acreedoras de Estados Unidos. Es que los bancos centrales y privados de esos países han atiborrado en dólares y en deuda norteamericana el dinero de sus depositantes en moneda local. Cualquier crisis bancaria de alguna importancia en China, Turquía o Corea del Sur podría desatar una venta masiva de bonos de Estados Unidos.


 


Los escenarios que se abren de aquí en más son varios: 1) una crisis financiera en uno o varios ‘mercados emergentes’; 2) el crash del mercado inmobiliario norteamericano (la situación del de España y Gran Bretaña no es mejor); 3) un derrumbe del dólar como consecuencia del retiro de los bancos públicos de los países asiáticos de la deuda norteamericana; 4) el desenlace de las innumerables situaciones de crisis en el mercado actual, desde la Fiat o los bancos italianos, que apilan deudas incobrables, hasta la recesión y cierres de empresas en Alemania.


 


Cualquier estrategia política que se base en un desarrollo ‘pacífico’ del capital está condenada al fracaso.