Políticas

21/11/2002|781

Panorama político

Los lectores de Infobae y El Cronista deben haber quedado sorprendidos, el martes pasado, cuando leyeron, a primera página, que “Se fortalece Duhalde”, según el primero, y “Duhalde gana poder”, para el segundo. Al día siguiente pudieron reponerse porque Infobae ya había cambiado de opinión y aseguraba que “El Fondo se mostró distante con el acuerdo político que logró Duhalde con gobernadores y legisladores”, mientras que para El Cronista “El Fondo Monetario congela las expectativas de Duhalde”. La variación en las caracterizaciones acerca de la fortaleza del gobierno las había provocado Thomas Dawson, vocero del FMI, que reiteraba que no se firmaría ningún acuerdo hasta que los compromisos del gobierno argentino no fueran traducidos a los hechos y hasta que no se le pagaran al Banco Mundial los 800 millones de dólares que habían vencido la semana previa.


Extorsión política


Debería ser muy claro a esta altura que el FMI está detrás de otra cosa que de un acuerdo económico-financiero con Duhalde; lo que el FMI pretende es poner el nombre y apellido del ganador de las elecciones que ha convocado el gobierno. En Brasil, el FMI condicionó la campaña electoral hasta lograr que Lula pusiera su firma para avalar un acuerdo con el Fondo, y en Ecuador, más recientemente, con menos empeño incluso, consiguió que el coronel Gutiérrez se convirtiera en un abrir y cerrar de ojos en defensor de la dolarización. En la Argentina, el FMI está lanzado furiosamente al objetivo político de dictar la sucesión de Duhalde por medio de presiones y extorsiones. En esta medida, precisamente, el FMI se ha convertido desde hace tiempo en el principal factor de desestabilización política.


Si Duhalde entiende adecuadamente el mensaje que le están enviando, se esforzará de aquí en más en que su delfín electoral sea pactado con el FMI. Pero cuando los gobernadores tuvieron que poner la firma al acuerdo que atrasa en un mes las elecciones, el flamante “pollo” de Duhalde, el santacruceño Kirchner, resolvió abstenerse en dos de sus puntos, uno de ellos referido a la reestructuración de los bancos y al cambio de las normas del Banco Central. Volvió a quedar expuesto, otra vez, el choque de intereses entre la burguesía nacional y los acreedores extranjeros.


Cobrar sí, prestar no


Cavallo publicó hace dos semanas un artículo sencillamente extraordinario en Ambito Financiero (6/11), que pasó sin embargo desapercibido para todo el mundo. Relata allí con lujo de detalles cómo el FMI empujó a la Argentina a la cesación de pagos y a deshacerse de la convertibilidad. La devaluación fue, según Cavallo, saludada con un “¡Por fin!” por la directora general del FMI, Anne Krueger. Cavallo no explica, claro está, que los acreedores internacionales y en especial el Tesoro norteamericano, clamaban por la devaluación para conseguir un aumento extraordinario del excedente del comercio exterior argentino que permitiera pagar la deuda externa. En el transcurso del 2002 se transfirieron cerca de 20.000 millones de dólares al exterior, con caída de reservas y entrega del superávit comercial, algo que la convertibilidad de Cavallo no hubiera podido hacer. La disputa que se plantea ahora es con relación al excedente que se obtendrá en el 2003, porque su transferencia no puede ser asegurada con los métodos vigentes. Para eso sería necesaria ahora la liberación del mercado de cambios, un excedente presupuestario mayor para pagar la deuda pública, la reestructuración financiera en beneficio de la gran banca internacional, el tarifazo y la renegociación de la deuda con el exterior –tanto de la pública como de la privada. La aplicación de este programa sería sin embargo perjudicial para los capitalistas nacionales que se beneficiaron con la devaluación por la vía de mayores exportaciones o por la reconquista del mercado interno.


Esta disputa se acentúa debido al reflujo del capital internacional, que sale de los mercados de la periferia hacia las metrópolis imperialistas. Un acuerdo de la Argentina con el FMI no recompondría de modo alguno el crédito internacional, que tiende a enrarecerse como una de las principales manifestaciones de la crisis económica mundial. Por primera vez en muchísimo tiempo, la Argentina pagó la deuda en el 2002 no con nuevos préstamos sino con recursos propios; lo mismo ocurre en toda América Latina. En los próximos cinco meses, la Argentina debería pagar unos 8.000 millones de dólares a los organismos internacionales, lo que consumiría la totalidad de las reservas en dólares que posee en la actualidad. El dilema es de hierro: o Duhalde acentúa el control de cambios y tampoco paga los próximos vencimientos (y va a una ruptura total con el FMI), o acepta las exigencias del Fondo por completo y encuentra un sucesor en el PJ a gusto del Tesoro de los Estados Unidos. En estas condiciones, la “salida” electoral, lejos de ser una vía de estabilización, acentuará las convulsiones políticas y sociales. Este es el contexto de la decisión de la Corte de no intervenir frente al fallo que ordena la devolución de los depósitos originales a 14.000 ahorristas de Mar del Plata, de los choques provocados en torno a un cese de la suspensión de los juicios hipotecarios, así como de la enorme repercusión que han dado los medios a los casos de muerte por desnutrición infantil, con toda la conciencia de que puede voltear a más de un gobernador y “calentar” la crisis política.


Malo conocido


Aunque la vía intermedia de un compromiso con el FMI para respaldar una salida política conducida por la burguesía pesificadora de Duhalde hace agua de más en más, sigue siendo la única alternativa del gobierno y, probablemente, de la burguesía en su conjunto. El equilibrio, sin embargo, es cada vez más inestable, porque está alimentado por una creciente crisis capitalista internacional y nuevas olas de lucha no solamente en la Argentina.