Políticas

21/1/1999|615

Para terminar con la droga hay que terminar con el capitalismo

La promoción del consumo masivo de droga se ha transformado en un aspecto de primer orden de la degradación física, moral y psicológica, entre los explotados y la juventud. 

Esta barbarie capitalista se expresa de múltiples maneras: 

– En nuestro país, el consumo de drogas, como ‘estimulante’ para soportar los regímenes de trabajo flexibles y superexplotadores está consentido en toda una serie de actividades. Denuncias de todo tipo y hasta estudios científicos demuestran que, entre los choferes del autotransporte, trabajadores de la construcción y de ciertas labores agrícolas, el consumo de drogas es fomentado abiertamente por las patronales. 

– La inhalación de sustancias tóxicas baratas —lo dice cualquier médico— es un recurso para ‘matar’ el hambre. Es decir, es una ‘elección’ (una compulsión social) dictada por las leyes de una sociedad que condena a millones de seres humanos a la miseria y la indigencia y que no ofrece ninguna perspectiva de salir de ellas. La drogadicción masiva es un mecanismo que se dirige a desmoralizar las energías vitales de la juventud y las masas para desviar una rebelión social genuina y profunda. En España, por ejemplo, se “llevó a (los jóvenes) consumir drogas”. “Frente al problema del desempleo (en particular en las provincias vascas)… —explica Elias Neuman, uno de los especialistas más reputados de nuestro país— antes de que terminen convirtiéndose en terroristas de la ETA, prefieren que se estén drogando” (Elias Neuman, abogado penalista y Director de la Escuela de Criminología, La Maga, 6/3/96). Así de un modo general, afirma Neuman, las clases dominantes “logran mantener embotada a la gente, para que no piense, no sea crítica, no se comprometa” (ídem). 

– Si por un lado se ha fomentado deliberadamente el uso de las drogas para ‘sedar’ a los explotados, y especialmente a la juventud imposibilitada de obtener un empleo o de formar y desarrollarse, la cruzada cínica ‘contra las drogas’ desde los ‘poderes públicos’ es igualmente reaccionaria y, peor aún, está dirigida a castigar a las víctimas de la droga y a perseguirlas doblemente. En EE.UU., hay “400 mil personas detrás de los barrotes por causas ligadas al consumo de drogas, ocho veces la cifra de 19 años atrás” (The Economist, 2/1), en su inmensa mayoría negros e hispanos. Como en la Argentina, la penalidad para los explotados es abusiva: la justicia del condado de Cook, en Chicago, estableció penas de cinco años de prisión por posesión de unos pocos gramos de crack (la droga que se expande entre los explotados), “en juicios que duran cinco minutos”, mientras que por la misma cantidad de cocaína (la que consumen los ricos), éstos reciben “unas pocas semanas de prisión” (ídem). Las cárceles, el lugar más ‘custodiado’ por el Estado y sus fuerzas represi-vas, se han transformado, aquí y en todas partes, en el santuario donde se propala más fácilmente el tráfico y consumo de drogas. 

No sólo denunciamos el uso de las drogas ‘ilícitas’. El alcohol es “la droga legal más popular y de mayor consumo y causa de muchas muertes” a escala de nuestro país y toda América Latina (ídem). 

Se trata de un combate estratégico, que resulta más importante aún, cuando desde sectores ‘progres’ y hasta ‘izquierdistas’ reina una postura de coqueteo y complicidad frente al problema. En nombre de una defensa abstracta de los derechos individuales, o hasta sobre el supuesto carácter ‘liberador’ y ‘contestatario’ que traería aparejado la ingestión de sustancias ‘prohibidas’, se está facilitando la labor reaccionaria de intoxicación, evasión y desmoralización masiva sobre la juventud y los explotados. 

La burguesía se viste de ‘cruzada’ contra el ‘narcotráfico’ mientras oculta que es la principal res-ponsable y beneficiaria de que el consumo de drogas y el alcoholismo estén avanzando dramáticamente. Lo fomenta — sobremanera entre las capas más explotadas— para debilitar la capacidad de organización y lucha de los jóvenes, que son los que más sufren la crisis capitalista y más urgidos están de combatirla. Es sorprendente que no se saque de esto las debidas enseñanzas y que, en ámbitos combativos de la juventud, reine todavía una postura ingenua y superficial que toma por verdadero y científico el que beber abusivamente, ingerir un ‘cóctel’ explosivo, fumarse un porro o inhalar una sustancia tóxica, al transgredir lo ‘prescripto’, resultaría una legítima rebelión. 

El Frente Popular pro-drogas 

La postura de este ‘progresismo’ es, por sus consecuencias, tan perverso como el del gobierno menemista. 

Desde que se modificó “la jurisprudencia de la Corte a favor de la aplicación de pena a los adictos, se ha conseguido aumentar el problema de la droga en las cárceles y tocar el más alto punto de consumo en la sociedad toda” (Clarín, 18/11/94). Esto lo decía Andrés D’Alessio, ex decano de la Facultad de Derecho de la UBA a fines de 1994, respondiendo a los argumentos del ‘cruzado’ Rodolfo Barra, entonces ministro de Justicia y autor de la modificación que colocó a las víctimas del narcotráfico, los consumidores, como principales objetivos de la represión estatal. A principios de 1996, el “33 por ciento de la población carcelaria estaba allí por motivos de drogas” (La Maga, 6/3/96). Hoy se estima que alcanza al 50 por ciento y que el consumo entre los jóvenes se ha multiplicado varias veces. 

Es fácil identificar la raíz de la perfidia menemista: este régimen de contubernio con los banqueros imperialistas se asienta en la misma trenza mafiosa que sostiene a los grandes narcotraficantes. El Citibank, según lo acaba de revelar Business Week (14/ 12), en base a informaciones de una Comisión del Congreso norteamericano, era el ‘lavador de dinero’ de Salinas de Gortari y los cárteles mexicanos. No por casualidad la Asociación de Bancos de nuestro país, controlada por la banca imperialista, ha frenado en el parlamento un proyecto de ley contra el lavado de dinero que el propio Secretario de Lucha contra el Narcotráfico, Eduardo Amadeo, dijo que no va “más allá de lo que (ya) autoriza la ley” (El Cronista, 29/6/98). 

Los ‘progres’ esgrimen el derecho de “cada uno (de consumir lo que) le venga en gana, sea cerveza, hostias, chorizos o mocos” (Fabián Rodríguez Simón, abogado defensor de Antonio Escohotado y Andrés Calamaro, Página 12, 21/12/97). Como si en este sociedad la inmensa mayoría explotada pudiera hacer ‘lo que le venga en gana’. En esta sociedad, é. consumo no sólo de drogas, sino todo consumo de mercancías en general, es ‘inducido’. Pero, además ¿puede decirse que el daño a las facultades mentales de millones de seres humanos privados de sus necesidades materiales básicas es un ‘derecho’ y no purí compulsión al genocidio? 

Esta gente ha reivindicado como ‘ejemplar’ la conducta del artista Andrés Calamaro, en contraste con la de Maradona o Charly García, pero, como ya se ha señalado en Prensa Obrera, “una cosa es el buen pasar de Calamaro y otra la compulsión adictiva de las masas miserables, que apelan a la droga como escape a una realidad insoportable. Sin un ángulo de clase, el abordaje social de la droga es pajerismo intelectual” (P. Rieznik, Prensa Obrera N° 570, 29/12/97). 

El ‘progre’ remata su cambalache “imaginando a la Liga Antiprohibicionista Mundial — García Márquez, Umberto Eco, ‘Milton Friedman— y a Georges Soros auspiciando la difusión del debate” (Business Week, 14/12). Como se ve, un ´frente popular´ en el que convergen los ‘padres’ de le ‘Chicago boys’ y de los fondos de inversión yanki que auspiciaron/an a Pinochet, Videla, Alfonsín, Menem De la Rúa. 

Después de la experiencia de la ‘Nueva Izquierda Americana’ a fines de los ‘60, que hizo del consumo de drogas como el LSD —que después se reveló había diseñado el Pentágono— una ‘contracultura’, en presente, la emergencia de una nueva cultura de 1 droga de características supuestamente ‘revolucionaria’ debe ser desenmascarada, como un instrumento al servicio del imperialismo y la reacción. 

Las juventudes socialistas se forjaron en torno de’ lucha contra las lacras de la sociedad capitalista, con lo han sido la lucha antimilitarista a principios de siglo, en Europa; la lucha contra el limitacionismo y clericalismo en la educación, en Argentina y toe América Latina desde la Reforma del ‘18; o contra desocupación crónica en diversos momentos, como en el presente. Hoy, en esta etapa de aguda descomposición capitalista, se impone dar una batalla también contra los estragos del alcoholismo y las drogas, entendida como una lucha contra el régimen social, responsable de esta degradación.