Políticas

20/1/2011|1163

Patología y miserias del imperio de la obsecuencia

-Exclusivo de internet

La campaña marcartista del gobierno contra el PO ha sumado un nuevo personaje a la montonera lista de alcahuetes prohijados desde Página/12, esta vez en las hermosas y tan castigadas tierras de Salta. Allí, un autoproclamado escritor y … “psicoanalista” (sic), con el mismo nivel intelectual que un Moreno o un Pedraza, mezcla a Kant con Lacan, Sartre y Borges, para tratar de explicar cómo Altamira podría ser agente de lo contrario de lo que proclama; es decir, el clásico cuento de que la “izquierda” sirve a la “derecha”1.

Vista esta autoproclamación, arranquemos con una presentación de lo que podría considerarse el abc de la práctica psicoanalítica. Siempre que alguien habla, habla de algo. Pero no siempre está claro de qué “algo” se trata. Solemos creer que cuando hablamos, hablamos de aquello a lo que supuestamente nos referimos. Pero como no existe ninguna referencia separadamente de quien refiere, todo hablar habla tanto de aquello a lo que supuestamente se refiere como de quien habla. Podríamos decir, de un modo simplificado, que el dispositivo analítico busca poner de relieve la implicación del hablante en lo que dice; es decir, lo que su decir dice de él. Por ejemplo, si alguien cuenta que todos sus amigos y familiares lo traicionan, podríamos enfocar el problema según dos perspectivas. Una podría consistir en focalizar la “realidad” referida por ese relato, es decir, esos “amigos” y “familiares” y las traiciones que les atribuye. Por esa vía quizás podríamos llegar a descubrir alguna gran conspiración, al estilo, por ejemplo, de la que es objeto Jerry Fletcher (Mel Gibson) en el film “Conspiración”. La otra opción sería poner de relieve la implicación de quien denuncia esa “repetición” de traiciones atribuidas a los amigos y familiares y descubrir, por ejemplo, que son más bien interpretaciones forzadas de escenas en cuya construcción ha participado activamente el relator. En ese caso, el “algo” de lo que ese paciente habla no es la “realidad” de los amigos y familiares sino la serie de esas escenas de “traición” y la posición subjetiva que esta repetición anuda en su relato. El campo del psicoanálisis es el que queda definido por este segundo punto de vista, es decir el que permite poner en evidencia la referencia interna, ese “algo” propio del que el paciente habla cuando cree hablar de otras cosas. La “asociación libre”, justamente, indica que no importa tanto de “qué” hable el paciente, en cuanto a la supuesta “realidad” a la que se refiera en su hablar, sino lo que estará diciendo de él mismo en esas asociaciones.

Pues bien, nuestro autoproclamado “psicoanalista” no parece tener ni una pizca de idea de estas cosas, puesto que su texto es un ejemplo paradigmático de pura asociación libre. Parece que se refiriere a Altamira y al Partido Obrero. Pero en ninguna parte del texto analiza o aborda algún conflicto político o sindical puntual (es decir, algo de la “realidad”) respecto al que se pudieran delimitar posiciones o explicitar diferencias. No encontraremos rastros en el texto de Gutiérrez, sea de la lucha de los tercerizados, o de los asesinatos de Mariano Ferreyra, los tobas en Formosa, o los ocupantes de Villa Soldati (por mencionar sólo los casos más relevantes del final de 2010). Tampoco encontraremos mención a algún artículo o documento del PO que pudiera, eventualmente, funcionar como “realidad” textual o discursiva para el debate. Gutiérrez sólo despliega una tanda de referencias filosóficas y literarias, argumentalmente antojadizas, conceptualmente erróneas, y sin ninguna correlación ni con hechos o debates concretos, pero que le permiten dibujar un escenario político de “derechas” e “izquierdas” al gusto del kirchnerismo. Sin embargo, y a semejanza del ejemplo de nuestro hipotético paciente, aunque la “conspiración” denunciada no logra ser probada, el texto de Gutiérrez, como “asociación libre”, no dejará de hablar de “algo”. Pero, claro, no de Altamira ni del PO, sino de él mismo. Veamos, entonces, de qué habla Gutiérrez.

Confesión de parte

Su tesis es toda una confesión de parte: “La izquierda dogmática [representada en este caso por Altamira y el PO] no acompaña al kirchnerismo porque siente que si lo hiciera traicionaría sus ideales”. Primer punto: ¿cómo podría saber Gutiérrez lo que “siente” Altamira, y ni qué hablar lo que podría “sentir” el conjunto de los militantes que conforman el PO? ¿Qué manera es esa de discutir? Tenemos aquí el típico rastro, para el caso, por la vía del mecanismo proyectivo, de la posición enunciativa del autor. Y apelar al argumento de una forma de “expresión”, sería equivalente a recular con chancletas (insisto, se trata de un autoproclamado “psicoanalista”). Sobre todo, si tomamos en cuenta un segundo punto, no menos sorprendente, de esa tesis de Gutiérrez: ¿cómo semejante planteo podría constituir una “crítica”? Cualquier militante del PO aceptaría darle la plena razón: acompañar al kirchnerismo implicaría traicionar, no sólo “ideales”, sino también, y principalmente, luchas concretas, causas reales, y la sangre derramada.

Análogamente, también sorprende que Gutiérrez pueda suponer que la imputación al PO de ser un partido “que no está dispuesto a apartarse ni un milímetro de la senda trazada y que obedece el imperativo a cualquier precio, sin condiciones” o que mantenga “un apego incondicional a sus ideales” pueda constituir una crítica antes que un reconocimiento o un halago. En estos tiempos de cambalache y vale todo, si hay algo, justamente, que la gente reconoce y aprecia del PO es esa constancia y tenacidad con la que defiende cada lucha popular y la coherencia con la que sostiene todos sus planteos políticos.

Está claro que ni Kant ni el idealismo alemán son referencias propias del marxismo. No obstante ello, no se ve que por qué los revolucionarios tendrían que renegar del término “categórico” que, en filosofía, “se aplica a la cualidad de un discurso o una afirmación fundamentado de tal forma que no admite discusión, pues su verdad no depende de hipótesis o condición (lógica) sino como implicación a partir de la verdad material de los hechos”2. Si Gutiérrez hubiese intentado ser un poco más “categórico” en su discurso, quizás hubiera quedado un poco menos expuesto al ridículo de su “imperativo” de querer igualar el anverso y el reverso sin saber siquiera cómo calzan los guantes.

En efecto, todas las referencias subsiguientes en el texto de Gutiérrez buscarán demostrar cómo una posición de principios habría de conducir, sistemáticamente, a lo contrario.

Su lectura de Sartre es reveladora de estos impasses y del grotesco de sus planteos. Retomando el ejemplo del joven que tiene que optar entre quedarse cuidando a su madre enferma o partir a luchar por la revolución, Gutiérrez dice: “Si se queda con su madre, traiciona sus ideales combativos, falta al deber, pero si es kantiano puro y obedece irrestrictamente a su deber revolucionario, abandona a su madre enferma y atenta contra su propio bienestar”. Pero esa no es la disyuntiva que se plantea en “El existencialismo es un humanismo”. Para Sartre, no se trata de una oposición entre ser “kantiano puro” o no, del mismo modo que tampoco sería ese el dilema en términos propiamente kantianos. Esta es una versión antojadiza, una clara “asociación libre” de Gutiérrez, quien, si se hubiese tomado el trabajo de leer por lo menos a Sartre (concediendo que la lectura del propio Kant pudiera resultarle una tarea excesiva) hubiera podido aprender algo de Kant: “La moral kantiana dice: no tratéis jamás a los demás como medios, sino como fines. Muy bien; si vivo al lado de mi madre la trataré como fin, y no como medio, pero este hecho me pone en peligro de tratar como medios a los que combaten en torno mío; y recíprocamente, si me uno a los que combaten, los trataré como fin, y este hecho me pone en peligro de tratar a mi madre como medio”3. Como se ve, ni el cuidado de la madre se alinea con algún “propio bienestar”, ni partir al combate revolucionario es un “deber” o un simple “ideal”. Si hay dilema es porque la contradicción se presenta en los mismos términos de cada lado. La idea de que la moral kantiana se reduce a una exigencia de “obediencia irrestricta al ideal” es una burda y torpe reducción de Gutiérrez que desnaturaliza el carácter formalmente vacío del imperativo kantiano4.

De Kant, Sade y Lacan

De modo similar, resulta un completo dislate la presentación que hace Gutiérrez de las referencias lacanianas a Kant. La lectura que hace Lacan de la moral kantiana no es una crítica “moral” a Kant. No se trata de una discusión sobre si la moral de Kant es mejor o peor que otras morales. Lo que Lacan busca precisar en su clásico texto “Kant con Sade”, son las relaciones entre la ley moral y el objeto, en una articulación que encuentra en Kant la mayor rigurosidad formal que pueda darse a la moral, y en Sade, al representante “clásico” de lo que se llama perversión. La lectura vulgar (en el sentido de normal o común) de dicho texto suele quedarse en las primeras páginas del mismo y con la primera y parcial conclusión de que Sade daría la medida de Kant. No le podríamos pedir a la lectura vulgar (en el sentido de poca educación o de mal gusto) de Gutiérrez que llegue hasta las últimas páginas y pueda registrar que ya no se trata solo de Sade mostrando la verdad de Kant, sino de Kant arrastrando a Sade a su propio fracaso (el de Kant), es decir, de un “Sade con Kant”, puesto que, la tesis de Lacan es que Sade no se enfrenta con el deseo sino con la ley, como lo verifica el hecho de que, para él, “la madre sigue estando prohibida. Queda confirmado nuestro veredicto sobre la sumisión de Sade a la ley”5.

La moraleja de esto es que la supuesta falta de moral (Sade) no es menos moral que la más estricta de las morales (Kant). En otros términos, la pretendida relajación de los principios y la adaptación política al “contexto” que Gutiérrez reclama a la izquierda, no carece ni de imperio ni de moral, y ya podemos vislumbrar cuál es el tenor de la misma.

El “vicio” que Gutiérrez trafica por entre las líneas de su asociación libre es un vicio muy difundido y compartido por gran parte de la intelectualidad modernosa, al punto que ya ha recibido la denominación de síntoma Humpty-Dumpty, en honor a aquel famoso fragmento del diálogo entre Alicia y el huevo duro, en “Alicia a través del espejo”: “Cuando yo uso una palabra -dijo Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso- quiere decir lo que yo quiero que diga, ni más ni menos. La cuestión es -insistió Alicia- si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. La cuestión -zanjó Humpty Dumpty – es saber quién es el que manda, eso es todo”6.

Cada una de las frases de Humpty Dumpty marca los tiempos que caracterizan el vicio y la moral de Gutiérrez. La primera señala su sintonía con esta época de pérdida de la razón, donde las palabras y los discursos (lo mismo que tantas otras cosas) se someten sin contemplaciones al capricho absoluto de la necedad y estrechez de los narcisismos intelectuales. La segunda recuerda (muy lacanianamente) que todo narcisismo y todo vicio, no por tal deja de tener su ley y su imperio.

La moral de la patota

La moral de los Gutiérrez (y los Galasso) revela ser la misma que la de los Pablo Díaz y los Cristian Favale. Estos “intelectuales” usan las palabras con la misma brutalidad y la misma impudicia con que los patoteros utilizan los palos y las armas para servir al jefe de turno de la mafia que les paga y mantiene. Sus escritos carecen de toda consistencia y rigor intelectual, serían reprobados en cualquier examen de la materia pertinente en la escuela secundaria, y solo obtienen publicación, difusión y pretendida autoridad, sobre la base del dinero y los recursos del Estado que el kirchnerismo pone a su disposición.

Lo que “encubre” la gran preocupación por los ideales que Gutiérrez proyecta en su visión delirante de la conducta principista del PO, la moral kantiana, o los dilemas subjetivos de los personajes sartreanos, es el reverso de su propia prostitución política e intelectual.

Está claro que no son pocas las veces en que alguna “izquierda” ha militado junto a la derecha. La organización que siempre nos brinda ejemplos de ese tipo es el PC, que así como supo buscar en Videla un aliado frente al “enemigo principal” de Suárez Manson o Menéndez, hoy hace lo que pide Gutiérrez y milita junto al kirchnerismo para enfrentar al supuesto “enemigo principal” constituido por el conglomerado de “Clarín” y “La Nación”.

Pero es un completo contrasentido, si no lisa y llanamente una posición cínica, pretender impugnar los planteos políticos del PO como, por ejemplo, el reclamo de juicio y castigo a los asesinos de Mariano Ferreyra, con el argumento formal y atemporal de que ninguna verdad sería “absoluta”, o que toda moral incuba un elemento contradictorio.

En ese sentido, a nuestro también autoproclamado “escritor” se le escapa, como arena entre los dedos, la fineza de la ironía borgiana. Gutiérrez nos interpreta el cuento “Las tres versiones de Judas” con el mismo tacto que un elefante en un bazar: “Judas no fue en realidad un traidor en un sentido estricto, sino el más leal, el más kantiano, el más moral de todos” al cumplir el imperativo y deber moral de “llevar adelante la misión de traicionar a Cristo para que Cristo pudiera morir en la cruz y ser Cristo”. Pobre Borges, qué tosca manera de apreciar las deliberaciones teológicas de Runeberg: “El Verbo se había rebajado a mortal; Judas, discípulo del Verbo, podía rebajarse a delator (el peor delito que la infamia soporta) y ser huésped del fuego que no se apaga. El orden inferior es un espejo del orden superior; las formas de la tierra corresponden a las formas del cielo; las manchas de la piel son un mapa de las incorruptibles constelaciones; Judas refleja de algún modo a Jesús. De ahí los treinta dineros y el beso; de ahí la muerte voluntaria, para merecer aún más la Reprobación. Así dilucidó Nils Runeberg el enigma de Judas”.

¿Qué mejor espejo podría disponer Gutiérrez para reconocer ahí la incineración que semejante obsecuencia producirá, más temprano que tarde, del escaso capital intelectual que haya podido acumular en su ignota vida profesional? Si ni los políticos profesionales pueden volver del ridículo, ¿qué destino cree que éste puede depararle a un “escritor” o un “psicoanalista”? La ironía borgeana debería despertar a más de algún progre que aún simpatice con el kirchnerismo, porque seguramente no habrá para ellos, en el futuro, ningún Runeberg que pueda encontrar en semejantes miserias equivalencia con alguna causa más noble.