Plan Brady

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La cipayería argentina viene alentando el ingreso del país al “plan Brady”, pero aún desde el punto de vista de la entrega este ingreso es completamente superfluo. Los capitales extranjeros golondrina están entrando a raudales a los países de América Latina, de modo que los dólares sobran para pagar la deuda externa sin necesidad de ningún acuerdo con los bancos. Los propios bancos están obteniendo sus principales beneficios de la intermediación entre esos capitales y los diferentes países, es decir que se trata de un negoción que no van a abandonar por ningún motivo. La tasa de interés de los préstamos que tienen tasas fluctuantes es relativamente baja en el momento actual, por lo que no cabe esperar que los bancos la bajen o la puedan bajar más. En una palabra, Argentina no debería tener ningún apuro en concluir las negociaciones con los bancos, y mucho menos en aceptar condiciones desfavorables. Más todavía, a Argentina todo el “plan Brady” le resulta perjudicial, porque transforma a una deuda que se cotiza un 60% por debajo de su valor nominal, en una deuda que se cotizará aproximadamente al ciento por ciento. Cuando la deuda permanece ampliamente desvalorizada por mucho tiempo, el país deudor puede tener la oportunidad de rescatarla con un descuento fenomenal. Pero precisamente por ofrecer todos estos perjuicios, inconvenientes y desventajas, la cipayería argentina, incluida su burguesía Industrial, está apurada por aceptar el plan de los banqueros.
Se le adjudica al “plan Brady” la ventaja de que reduciría la deuda externa en un 35%, lo cual es falso por varias razones. La primera es que sólo afecta a la deuda con los bancos, que totaliza 23.000 millones de dólares en concepto de capital sobre un total de 55.000 millones—la diferencia es lo que se debe a gobiernos e instituciones oficia- es- En consecuencia esa rebaja queda disminuida a un 15%, sí se toma al conjunto de la deuda externa.
La segunda razón que desmiente esa reducción es que en el nuevo esquema Argentina debe respaldar el pago de la deuda refinanciada y de sus intereses con una garantía en efectivo que será aproximadamente de cuatro mil millones de dólares. Esta garantía se consigue por medio de nuevos préstamos del FMI, del Banco Mundial, y de Japón, lo que eleva la deuda externa en un 7,5% y reduce la reducción de la deuda a sólo un 7,5%, aproximadamente vale unos cuatro mil millones de dólares. El monto de reducción es ridículo, y esto explica que Cavallo y compañía aleguen como la única razón para el “plan Brady” la posibilidad que ofrece de un arreglo “definitivo“ con los bancos.
Pero hay una tercera razón que desmiente toda la versión oficial del asunto, y es que Argentina deberá pagar una parte de los intereses impagos en forma inmediata (entre 600 y mil millones de dólares) y refinanciar el resto (unos ocho mil millones de dólares) con la respectiva garantía (otros 600 millones de dólares). En resumen, con el ingreso al “plan Brady” se pasaría de una deuda externa sin respaldo a otra que estará sostenida por una montaña de garantías en plata.
De todos modos, toda la historia de la reducción de la deuda externa no tiene en el fondo ninguna importancia, ya que lo primordial fue siempre la determinación de los intereses. Sobre esto no ha habido acuerdo todavía, pero no hay dudas que terminará siendo la tasa de interés internacional. Y en este punto los banqueros están apurados porque la tasa va a comenzar a subir de un momento a otro y temen que si ello ocurre antes de la firma del acuerdo la negociación entre en un impasse.
El pago de los intereses por esta “nueva” deuda externa resultará una carga insoportable para el pueblo, porque aún con la tasa de interés actual, del 4%, significará unos 2.500 millones de dólares por año, que sumados a los intereses impagos y a la deuda pública interna en dólares, implicará una carga presupuestaria anual de cinco mil millones de dólares. El superávit de caja del gobierno está previsto, sin embargo, con privatizaciones incluidas, en poco más de tres mil millones de dólares — y las privatizaciones se acaban en el '92.
El gobierno menemista va a cometer el crimen político de aceptar el cambio de la deuda actual por una nueva deuda, esta vez garantizada, en las vísperas de un enorme sacudón financiero internacional que, como ocurriera en 1982, va a alterar todas las promesas de pago de las naciones endeudadas. Al mismo tiempo, se compromete a pagar una deuda sabiendo que no podrá hacerlo más que trayendo nuevos dólares en concepto de préstamos o capitales golondrinas, es decir aumentando la deuda externa. Por primera vez en mucho tiempo, Argentina no tendrá superávit en su comercio exterior y por lo tanto tampoco la posibilidad de pagar deuda sin endeudarse.