Políticas

11/9/2016

Prensa Obrera y los atentados contra las Torres Gemelas


Hace quince años, el mundo entero se estremecía ante los mayores atentados terroristas de la historia en suelo norteamericano. Los comandos aéreos de Al Qaeda que se estrellaron contra las Torres Gemelas, en el World Trade Center de Nueva York, y un tercer ataque aéreo contra el Pentágono, dejaron más de 3000 muertos, la mayoría de ellos trabajadores.


En pocos días, el gobierno norteamericano aprobó un presupuesto militar extraordinario y el presidente Bush lanzó la famosa “guerra contra el terrorismo” que persiste hasta nuestros días. El Congreso formuló una declaración que constituía un cheque en blanco al presidente yanqui: “no señala a ninguna nación (a enfrentar), las naciones serán determinadas por el presidente y el presidente puede designar (como enemigas) a un montón de naciones...", decía entonces The New York Times (citado en PO 724, 4/10).


La “guerra contra el terrorismo” procuró ocultar los vínculos previos del imperialismo con las fuerzas oscurantistas de Bin Laden, el jerarca que formó en 1989 la red Al Qaeda, y que se remontaban a la guerra de Afganistán en los '80. En ella, Estados Unidos y Arabia Saudita financiaron con 6 mil millones de dólares y asistieron con sus servicios de inteligencia a las milicias islamistas que expulsaron a los soviéticos del país. En los meses previos al atentado, en 2001, un sector ligado al movimiento Talibán buscaba -según la publicación norteamericana In These Times- restablecer los viejos contactos con la CIA.


Por eso mismo, la publicación mencionada sostenía en los días posteriores al atentado que “la CIA y otros funcionarios de la administración Bush que tienen estrechos lazos con el Talibán deberían ser interrogados por el Congreso sobre la naturaleza de sus relaciones con los protectores de Bin Laden. Para empezar, el director de la CIA George Tenet debería ser interrogado acerca de qué recibió Estados Unidos a cambio de haber incluso hablado con los brutales mullahs que gobiernan Kabul” (PO 722, 19/9/01). Y concluía: “el pueblo norteamericano merece saber por qué la administración Bush, a través de sus palabras y sus acciones, ha dado un apoyo tácito a un gobierno que ha provisto un refugio seguro al hombre que puede ser el mayor asesino de masas de civiles norteamericanos en la historia de la nación” (ídem).


Caracterización


Se trató de un atentado reaccionario, dirigido contra el pueblo trabajador (mil víctimas eran trabajadores sindicalizados, según una declaración del grupo New York City Labor -PO 725, 17/10/01). Y realizado por una organización reaccionaria, prohijada por el imperialismo yanqui y de vínculos probados con las monarquías contrarrevolucionarias de Medio Oriente.


El atentado, sin embargo, produjo una severa confusión en las filas de la izquierda. Un sector lo visualizó como un acto 'antiimperialista', mientras que otros se encolumnaron directamente con el imperialismo. Fue el caso del Frente Amplio uruguayo, que a través de Tabaré Vázquez y sus senadores expresaron su "solidaridad con el pueblo y el gobierno de los Estados Unidos", es decir con Bush (PO 723, 26/9/01). El repudio a los atentados no puede confundirse con una solidaridad política con el mayor verdugo de los pueblos del mundo.


Guerra y estado de excepción


En pocas semanas de guerra contra Afganistán, la cuna del movimiento Talibán, los bombardeos de la aviación yanqui contribuyeron a la caída de Kabul, que fue capturada por la Alianza del Norte, rival del movimiento Talibán.


La “guerra contra el terrorismo” fue la cobertura ideológica de un vasto plan de colonización imperialista. En aquellos días, el comité de coordinación del Movimiento de Refundación por la Cuarta Internacional (antecedente de la CRCI), integrado por el PO, publicaba una declaración titulada “Contra la agresión imperialista, en defensa del Afganistán oprimido y su pueblo” (PO 728, 8/11/01).


En dicha declaración, se señala que el objetivo del imperialismo consiste en “intimidar y aterrorizar a los pueblos de los países semicoloniales”, “restringir severamente los derechos democráticos de las masas trabajadoras en los Estados Unidos y en Europa” (en Norteamérica se instituyó la Patriot Act que dio paso a un “estado de excepción” y se pertrechó a las fuerzas policiales con armamento de guerra) y “poner sus codiciosas manos en las inmensas reservas de gas y petróleo de Asia Central”.  A su vez, la declaración denunciaba que la masacre contra el pueblo afgano “es llevada adelante con el apoyo de una coalición de sirvientes del imperialismo, desde Arafat en Palestina y los gobernantes árabes y musulmanes al régimen de Putin en Rusia y la burocracia restauracionista china”. Rusia y China se plegaron a la coalición para detener el avance de los islamistas en Chechenia y Xinjiang, respectivamente.


La declaración observaba que “el Talibán fue creado después de la derrota de los ejércitos de la URSS para estabilizar Afganistán en interés del imperialismo” y llamaba a “un frente único militar con las fuerzas armadas de los talibanes, (sin) ningún apoyo político a los talibanes”.


De fondo, como subrayaron las tesis por la refundación de la CRCI de 2004, el hilo conductor de la nueva “oleada de guerras” era “la lucha por la conquista económica y política del espacio dejado por la disolución de la Unión Soviética y por el control de la restauración capitalista en China” (1).


Empantamiento


Tempranamente, Prensa Obrera advirtió los límites de la cruzada del imperialismo. “La perspectiva de que Estados Unidos y la Otan se empantanen en un gigantesco gallinero asiático, ya está provocando resistencias en sus respectivas burguesías” (PO 724, 4/10).


Desde un primer momento, se desarrollaron movimientos de lucha contra la guerra imperialista. “El 30 de septiembre desfilaron tres mil personas en Washington, 10.000 en Brasilia, 6.000 en París, otras 6.000 en Amsterdam, casi 10.000 en Atenas y 20.000 en Nápoles (…) pero no estamos sino ante un comienzo” (ídem).


En oportunidad de la invasión contra Irak, dos años más tarde, que en un solo año causó más de 100 mil muertos, millones de personas se movilizaron en todo el mundo. En Buenos Aires, la embajada yanqui era sitiada periódicamente por decenas de miles de manifestantes, con la presencia del movimiento piquetero, las asambleas populares y la izquierda.


Pese a la caída del Talibán en Afganistán y de Hussein en Irak, el imperialismo no pudo lograr un control de esas regiones. Antes bien, la intervención militar del imperialismo desató una caja de pandora y acentuó la desestabilización.


A los cinco años del lanzamiento de la “guerra contra el terrorismo”, ya era posible trazar el siguiente diagnóstico: “la guerra del imperialismo norteamericano, que siguió al 11 de septiembre, ha fracasado en alcanzar su real objetivo estratégico: controlar y rediseñar el mapa político de Medio Oriente, la región más rica del mundo en recursos petroleros y gasíferos, en las fronteras con Rusia y China, y en establecer su supremacía contra sus rivales en Europa y en Asia, en nuevos términos, en el caótico mundo de la posguerra fría” (2).


Casi diez años después de aquella caracterización, el imperialismo continúa empantanado en Medio Oriente y en Asia Central y el asunto es motivo de debate en la campaña electoral norteamericana. La barbarie de la guerra imperialista, que sembró el horror con las prisiones de Guantánamo, Abu Gahrib y Bagram, ha tenido otra de sus expresiones en la oleada de refugiados que golpea al continente europeo.


La etapa abierta por los atentados del 11S no se ha cerrado. La guerra imperialista debe ser enfrentada “con el método de la revolución social” (3).


 


Notas:


1  Tesis 11 de las Tesis para la refundación de la Cuarta Internacional, en Programas del Movimiento Obrero y Socialista, editorial Rumbos, p.351


2  Savas Michael Matsas, en revista En Defensa del Marxismo 34, diciembre 2006, p.7


3 Tesis 16 de de las Tesis para la refundación de la Cuarta Internacional, en Programas del Movimiento Obrero y Socialista, editorial Rumbos, p.357