Políticas

5/9/2002|770

“¿Qué son las Asambleas Populares?”

La obra que lleva este título es una colección de dieciocho textos de diversos autores.


En todos los trabajos domina el tema de la “representación política”, en torno al cual giran las explicaciones sobre el significado de la Asambleas. En particular, en los textos que firman Rafael Bielsa (que oculta su condición de funcionario del gobierno de la Alianza), Miguel Bonasso, Juan Pablo Feinmann y Leonardo Pérez Esquivel, entre otros. La causa decisiva que explicaría el levantamiento popular de diciembre último es la brecha abierta entre representantes y representados. Las propias Asambleas serían, entonces, una salida superadora a tal contradicción al abrir el pasaje de una democracia representativa a una participativa (horizontalidad y lazos de solidaridad y confraternización humanas). De un modo general, la clave interpretativa del fenómeno asambleario tiende a vibrar en una onda más bien emotiva. En consecuencia, el registro de todos los acontecimientos que ilustran la irrupción de las Asambleas es muy superficial, con alguna que otra excepción.


La periodista Stella Calloni vincula correctamente las Asambleas a las luchas del período previo, a los cortes de ruta, a los piqueteros, al Santiagueñazo del ‘93. No se habla ni se analiza, sin embargo, el fracaso de la experiencia capitalista de la última década, ni el agotamiento histórico de los partidos “populares” que la ejecutaron, ni el fracaso de la pequeño burguesía que intentó una “tercera vía” en la efímera existencia del Frente Grande y del Frepaso. No se habla, en definitiva, de la descomposición terminal de un régimen político y social, ni de la cuestión de poder. El ángulo de la crisis es el más estrecho e irrelevante para explicar las Asambleas y remite a un problema político y teórico históricamente superado.


 


¿En qué consiste la “representación”?


La cuestión de la “representación” aparece, inclusive, como el aspecto más conservador no sólo de las reivindicaciones de la naciente burguesía sino de los estamentos precapitalistas sobre el final de la Edad Media. Se reivindicaba, entonces, la representación y la participación en el manejo del Estado, en particular en sus políticas tributarias. Originalmente, la representación política se asociaba a un derecho que emanaba de la propiedad fundada en la actividad productiva y se oponía al orden parasitario de reyes y nobles, eclesiásticos y terratenientes. La pequeño burguesía le dio a estos reclamos de representación un alcance revolucionario, que acabó por expresarse en las revoluciones inglesa y francesa del siglo XVII y XVIII, respectivamente. El reclamo de los derechos políticos igualitarios fue el eje de un largo proceso en el cual llegó a intervenir el propio movimiento obrero, que encabezó la lucha por el sufragio universal en la primera mitad de los años ochocientos en Inglaterra.


Esta vasta experiencia puso de relieve los límites del reclamo de la “representación”, o sea los límites de la igualdad formal y, por lo tanto, de la propia democracia como régimen político históricamente determinado. En definitiva, encubría la desigualdad real, los antagonismos esenciales de la sociedad, fundados en la propiedad privada de los medios de producción social y en el despojamiento correspondiente de la inmensa mayoría de la población productora, trabajadora.


El ideal de una “representación” más perfecta, supone que esta polarización entre clases sociales antagónicas puede resolverse o conciliarse en el plano jurídico y que la emancipación humana no es social sino política. El mundo limitado de la “representación política” es el propio de la dominación burguesa. La historia real puso de relieve que la igualdad real del hombre es imposible sin expropiar a la burguesía, y que el capitalismo acentúa constantemente la polarización social y la miseria social.


 


Pasado y actualidad


El levantamiento de diciembre pasado coincide con el derrumbe de un proceso de confiscación capitalista sin precedentes. La excepcional insurgencia de finales del 2001 tiene como base la descomposición del régimen político como un todo, sus partidos e instituciones. En esto consiste su especificidad: es el desenlace provisional de un proceso histórico y de la quiebra vertebral de un sistema de dominación.


No está planteado en consecuencia un problema de “representación”, es decir, que pueda resolverse con más o menos “participación”, con más o menos honestidad, con más o menos corrupción en la función pública, con más o menos correcciones en el sistema electoral. Este es el mundo de la superficialidad interpretativa que encarnan en la política Carrió y Cia, el centroizquierda y la izquierda democratizante que se limita a la renovación de los mandatos, o sea elecciones generales.


Normalmente, cuando se habla de “representación política” hay que tener cuidado, porque disfraza de interés general el interés particular de la clase dominante. El PJ y la UCR no se agotaron porque no representaran más al pueblo sino porque ha entrado en crisis final su papel de representantes “populares” de la burguesía y del orden capitalista. Por eso enfrentamos una situación excepcional y revolucionaria.


 


Un problema de poder


Lo que sí plantea toda la situación actual y explica no apenas el surgimiento de las Asambleas, es el problema del poder, o sea, del régimen político y social. Es desde el poder que se configura, asegura y reproduce un régimen social y político. En todos los artículos que dominan el libro “¿Que son las asambleas populares?”, esta consideración está ausente o directamente negada. Un ex dirigente del ERP –Luis Mattini–, proclama abiertamente la necesidad de evitar la toma del poder porque así evitamos los problemas que conlleva.


Si el poder no debe ser tomado, el gobierno de Duhalde no debe ser derrocado puesto que la naturaleza y la política no toleran el vacío. Salvo que se quiera confinar al pueblo a la penosa tarea de tirar gobiernos como el de De la Rúa y permitir que su epopeya sea confiscada por los aprovechadores de turno. Proclamar vivas a la “horizontalidad del poder”, como se hace en varios artículos del libro, no pasa de un juego literario. Para que los hombres puedan relacionarse entre sí, en forma directa y horizontal, tienen que abolir la mediación de un poder político, para lo cual deben apropiarse de él y destruirlo. Para esto se requiere una lucha y una lucha requiere organización, estructura, liderazgo y programa. Horizontalidad y poder son términos excluyentes.


En este contexto se explica otra ausencia notoria en el libro que comentamos: en prácticamente ningún artículo del libro se establece un programa de reivindicaciones y transformaciones sociales y políticas que den encarnadura y perspectiva a la revolución abierta en nuestro país con las Asambleas Populares, los piqueteros, los sindicatos en lucha y las fábricas ocupadas. Algo verdaderamente sorprendente, porque las Asambleas y la Interbarrial han discutido cantidad de reclamos, plataformas y programas que no son tomados en cuenta para su análisis y crítica por prácticamente ninguno de los autores presentes en el libro. Notablemente, sin embargo, en su tapa aparece la enorme foto de una bandera que proclama “¡Que se vayan todos! Asamblea Constituyente libre y soberana”, firmada por la asamblea de Villa Urquiza. ¡Ninguno de los dieciocho artículos hace referencia a la cuestión con la única excepción del que firma María Sánchez, del Partido Obrero!


Sánchez destaca la composición vecinal de las Asambleas para plantear una lucha política que pueda vincularlas a la movilización y al programa de los obreros-piqueteros. Este planteo enfrenta a las tendencias que operan para reivindicar el carácter policlasista de las Asambleas Populares y hasta diluirlas en mecanismos de “democracia participativa”, rebajándolas a la condición de ruedas auxiliares de las maniobras del gobierno centroizquierdista de la Capital. Sorprende que el dirigente de un grupito autodenominado Partido Bolchevique, disfrazado de militante vecinal, diga que la tarea es disolver a los piqueteros y a la clase obrera en las asambleas vecinales, dado que su “potencial revolucionario” radicaría en que en ellas “todos pueden reagruparse” (sic).


En definitiva, la historia viva de las Asambleas Populares no aparece sino en registros episódicos y deshilvanados. Queda abierta para la pregunta del ¿Qué son? un tratamiento más riguroso que, seguramente, se desenvolverá en la misma medida en que progrese el elemento revolucionario que es la marca de origen de un movimiento surgido de una rebelión popular histórica como es el Argentinazo.