Renuncia de Alfonsín
Negociación del “trabajo sucio”

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La vida le dio a Alfonsín, en un último rapto de piedad, la oportunidad, por fin, de ver cumplido uno de los infinitos pronósticos que hizo en los cinco años de su gobierno. En efecto, hace diez días dijo que “cien troskos no me van a torcer el brazo" y que sólo renunciaría como presidente si así se lo exigían los “mercados”. Como todavía el poder subversivo de los “mercados" es infinitamente mayor que el que podría desplegar la izquierda, el martes pasado Alfonsín “resignó" la presidencia de la Nación, ante la marcha implacable de la “hiperinflación". La Bolsa — “el mercado"—saludó la decisión con una suba importante en la cotización de las acciones. De este modo, el “mercado” se ha transformado en el padre “putativo" de Menem, algo que el riojano deberá tener presente cuando el turno le corresponda a él.
Como cabe a un presidente que invoca de palabra la voluntad popular pero que sabe que la soberanía de su gobierno depende enteramente de los capitalistas que “operan” en los “mercados", esa renuncia sólo la presentó "a término". Renunciante, Alfonsín no ha todavía renunciado. Como “operador", él también, espera que al 30 de junio el precio de su presidencia sea mayor que el que se cotiza en la actualidad. Para alcanzar ese milagro continúa negociando con Menem una serie de medidas que aún podrían ser dictadas en las próximas dos semanas, así como también la firma de un pacto legislativo hasta el 10 de diciembre próximo.
Como expresión de la descomunal crisis política del conjunto del régimen democratizante, la continuidad de un presidente que ha renunciado, es rotunda y terminante. Si la razón de esta anomalía residiera en que Menem no puede asumir hasta que no lo consagre la Asamblea Legislativa, el problema se hubiera podido superar postergando hasta esa fecha la renuncia de Alfonsín. Pero precisamente la crisis es tan aguda que sólo la certeza de que la renuncia de Alfonsín tiene una fecha prevista, ha dejado abierta una vía de salida. De tal manera que Menem no asume el gobierno en función de la renovación constitucional, sino para hacer frente a un “vacío de poder". No sube sobre la base del régimen constitucional sino sobre el de su completa crisis. La renuncia de un presidente en ejercicio que no está privado de ninguna de sus facultades físicas, y que pretende en un tiempo breve transformarse en líder de la oposición, es más allá de sus formas un golpe de estado “constitucional". Si Alfonsín le pone la banda a Menem el 30 de junio o algunos días después, ello no cambia para nada la esencia del asunto; sólo significa que se intenta seguir con la ficción. El próximo gobierno, a pesar de sus ocho millones de votos, ya está marcado por el estado de sitio, que el justicialismo no sólo votó sino que reclamó, y que aún quería ver prorrogado por otros seis meses en el pacto que estaba negociando, y aún lo está, con el gobierno de Alfonsín. La ficción constitucional es la única forma constitucional que admite para gobernar la burguesía argentina.
La renuncia de Alfonsín hizo público algo que ya lo era: que se estaba negociando un pacto para indultar a los militares bajo proceso; declarar una amnistía interna en el ejército; prorrogar el estado de sitio; y realizar todos los tarifazos y devaluaciones que reclaman los grandes pulpos. Por eso la renuncia de Alfonsín fue vista como una delación por los comentaristas que apoyan a Menem, es decir como una alcahueteada. Esto explica que después de haber exigido en forma insistente la renuncia del actual presidente, todos estos comentaristas hubieran pasado a repudiarla Pero mientras los “políticos" menemistas se ofuscaban por la renuncia, los burgueses de carne y hueso la saludaban Es que en el plan que montaron desde febrero pasado, el punto culminante es colocar a Menem en la presidencia como un rehén absoluto.
Claro que la renuncia puso de relieve también las colosales contradicciones del flamante gabinete “designado” por el todavía gobernador de La Rioja El plan contra la “hiperinflación” resulta que no lo tienen preparado Los capitalistas que tienen pocos títulos públicos en su poder, quieren que se los “licúe", “desagie" o desvalorice; los que son fuertes acreedores del gobierno amenazan, en caso de que esto se efectivice, hacer de Argentina un infierno Los Macri, Bulgheroni y Perez Companc, que virtualmente nominaron a Bordón para Obras y Servicios Públicos, ya se han pasado a la oposición al ver que éste tuvo que renunciar con motivo del nombramiento, en calidad de secretario de Energía, de un hombre que todavía no fue persuadido a regalar las áreas más productivas de YPF a los “capitanes" nacionales del petróleo. El despedazamiento del Estado nacional entre distintos clanes capitalistas, como ocurre con el gobierno de Menem, transforma cualquier rivalidad entre ellos en un factor mayor de crisis política. Ni qué hablar de las consecuencias que tendrá la profundización de la crisis dentro de la burocracia sindical y dentro del ejército.
Mientras se procesa toda esta crisis, la “hiperinflación" galopa a tranco creciente y la crisis económica se generaliza. La caída del consumo es brutal, en tanto que las suspensiones y despidos se aproximan al millón de trabajadores. La miseria, cruda, arrasa con la existencia de millones de explotados, mientras Menem festeja con Neustadt y los “habitués" de éste, la alianza del justicialismo con el gran capital.
Lo que el nuevo gobierno ofrece es una “estabilidad" a los niveles de pauperismo provocados por la "hiperinflación", y por si fuera poco, a cambio de la entrega de grandes conquistas del movimiento obrero. La liquidación de la estabilidad laboral, de los convenios generales de los sindicatos, la introducción de la jubilación privada, la entrega de la educación al clero: en definitiva, un programa de guerra contra la democracia y contra los trabajadores.
En este terreno habrán de probarse las clases y los partidos en la etapa que se abre.