Santiago del Estero: Una masacre atroz
Ni fuga ni motín
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"Esto fue premeditado, un asesinato a mansalva. Los encerraron en un pabellón y les ordenaron que entraran a bañarse. Afuera, los guardias prendieron fuego los colchones", denunció Gladys Sosa, presidenta de la Asociación de Fomento Vecinal Madres Unidas del barrio, quien perdió a un hijo en la masacre del penal de Santiago del Estero ("La Nación", 7/11).
Los siniestros “candados” (como la jerga llama a los guardias de institutos penales) han repetido la carnicería de Magdalena, pocos años atrás. Ahora, 32 presos fueron asesinados de manera atroz, quemados en su pabellón, cuando protestaron por el recorte arbitrario del horario de visitas el domingo 4 de noviembre.
Esto tenía que suceder necesariamente, y sucederá de nuevo en otras cárceles. La de Santiago hacinaba a 465 presos –la mayoría ni siquiera tiene condena, de modo que se los presume inocentes– cuando su capacidad no supera los 180, casi tres veces menos.
Al amontonamiento humano se añade el mal trato continuo, equivalente a tortura física y moral contra los detenidos y sus familias. El sacerdote católico Sergio Lamberti declaró a una radio de Buenos Aires que en ese penal hay “un maltrato cotidiano a los presos y a quienes los visitan: humillaciones a las que son sometidas las esposas, hijas, hermanas, madres, cada vez que las requisan, el desprecio con que las tratan a ellas y cómo destruyen todo con el supuesto objetivo de descubrir drogas”.
Prensa Obrera siempre elude la morbosidad, pero en este caso resulta preciso describir las cosas: esas humillaciones incluyen desnudar a las mujeres en la guardia y someterlas a tactos vaginales. Es posible que busquen drogas, puesto que ése es un negocio reservado al personal penitenciario, vigilante de que nadie introduzca “por izquierda” lo que sólo ellos pueden vender. Ocurre en todas las prisiones argentinas.
El horario de visita los domingos se estira hasta las 18, pero el 4 de noviembre, sin siquiera avisar con anticipación, se interrumpió a las 17 y los familiares de los presos fueron echados sin más.
Ante las primeras protestas, sobrevinieron los palos, especialmente en el pabellón 2. Como sucediera años atrás en Magdalena, los guardias encerraron a los reclusos para que se quemaran vivos.
La vida ahí adentro está diseñada para bestias, no para hombres. “Te despiertan a las cinco de la mañana a golpes, siguen golpeándote mientras te dan el mate cocido y durante el par de horas de recreo que te dan después. Las visitas no terminan de irse y ya te están desnudando y golpeándote de vuelta”, explica un ex detenido (Clarín, 6/11).
Por otra parte, como es de público conocimiento, todo se paga en esos campos de concentración con dinero, servicios o favores sexuales. Incluso, como también se sabe, los presos muchas veces son obligados a salir a robar por cuenta de los penitenciarios.
Eso es terrorismo de Estado y no otra cosa, bajo la forma de un sistema de ejecución penal preparado y organizado para y por el delito.