Políticas
16/12/2016
Santiagueñazo: El Cordobazo de los ’90
El 16 de diciembre de 1993, en Santiago del Estero, una rebelión popular arrasó con la Casa de Gobierno y las mansiones de los políticos y funcionarios provinciales, como respuesta a una confiscación salarial sin precedentes. Aquellos que pregonaban “el fin de la historia” se dieron de narices con la fuerza elemental de las masas. El Santiagueñazo –“el Cordobazo de los ´90”– marcaría el inicio de una seguidilla de puebladas que recorrerían el país, desde la Patagonia a La Quiaca, hasta culminar en el Argentinazo del 2001. Para este 23° aniversario, el Equipo de Archivo de Prensa Obrera recupera los artículos y análisis que, al calor de los hechos, marcarían la orientación política del Partido Obrero durante una década y sus antecedentes; reflejan, asimismo, la movilización de la izquierda en apoyo a la rebelión santiagueña y el papel de la centroizquierda de “Chacho” Álvarez y Pino Solanas, que acompañó la intervención federal de la provincia.
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La respuesta a la política de rebajar los salarios (el “salariazo” de Menem y de Alfonsín) no demoró una semana. Cuando los trabajadores de Santiago del Estero fueron informados de que se les pagaría apenas una parte de los sueldos que se les adeudaba, retrotraídos a los valores de febrero pasado, comenzó una de las rebeliones populares más profundas de la historia del país. Una rebelión que marcará época en los años ’90.
Comparado con el “cordobazo” de 1969, el “santiagueñazo” sólo pierde en cuanto a la importancia social y política de Córdoba y a la presencia en ésta de un concentrado proletariado industrial. En todo lo demás, lo supera. Porque en el “cordobazo” el poder político no fue sometido a la implacable demolición que sufriera a manos de los explotados santiagueños hace diez días. La casa de gobierno, primero, luego la legislatura y el poder judicial, finalmente las lujosas y corrompidas mansiones de los políticos patronales (tanto oficialistas como opositores) —este recorrido no dejó de lado a la capital, ni a buena parte de los municipios del interior. A diferencia del “cordobazo”, el “santiagueñazo” se extendió al interior de la provincia.
A pesar de la reveladoras imágenes transmitidas por la televisión, no han faltado quienes adjudicaran el “santiagueñazo” a la “espontaneidad” de las masas, y hasta quienes levantaran el reparo de la “escasa conciencia política” de los trabajadores santiagueños. Semejantes opiniones constituyen el último estertor que exhalan los desmoralizados y fundidos políticos; los que han reemplazado la causa del socialismo por el “sueño” de la “utopía”; los ex izquierdistas o montoneros vendidos al plato de lentejas de la sociedad burguesa en descomposición.
Los miles de manifestantes que demolieron las instalaciones de todos los centros de poder y que enfrentaron a la policía y a la gendarmería, demostraron por ese solo hecho una elevada conciencia, típicamente “política”, y su completa falta de “espontaneidad”. El único paso que les faltaba franquear era la toma del poder y poner al Estado nacional ante el hecho consumado de tener que enfrentar a un gobierno propio de las masas santiagueñas. Negarle conciencia política a una acción de la envergadura del “santiagueñazo”, es confundir a la conciencia con el hábito o la rutina de la lectura. En cuanto a “espontaneidad”, sería bueno que aparezca el organizador capaz de coordinar una acción como la desplegada colectivamente por las decenas de miles de trabajadores santiagueños. La lucha de Santiago no es de hoy, ni mucho menos ha estado ausente en ella el doloroso proceso de su experiencia política. Las manifestaciones y huelgas han sido rutina en los dos últimos años; la confianza en el peronismo y en el menemismo se trocó después en viva adhesión al caudillo populista de la UCR, Eduardo Zavalía —quien, el 3 de octubre, obtuvo el 65% de los votos. Fue este Eduardo Zavalía el que convocó, el año pasado, a “la lucha armada para defender la soberanía nacional” —una demagogia tan extrema como típica de los burgueses populistas. Pero como la crisis es una gran devoradora de hombres, bastó la adhesión de Zavalía a la reelección de Menem, al “pacto” Menem-Alfonsín y, finalmente, al “pacto” que permitió el reemplazo del gobernador Mujica por el vicegobernador Lobo; bastó esto para que, sesenta días después del 3 de octubre, la casa de Zavalía sufriera las consecuencias de la ira de la multitud y de que el radicalismo en su conjunto se convirtiera en un cero a la izquierda en la provincia, reclamando miserablemente la intervención federal. ¡Así que los santiagueños no saben de política!
El “santiagueñazo” supera al “cordobazo” en un aspecto fundamental, a saber, que apuntó no a una dictadura, sino a una “democracia”. Sólo por este motivo se puede decir con certeza que fue una manifestación superior de soberanía popular, ya que corrió el velo engañoso y fraudulento del sistema representativo burgués. Aunque en 1969 todos los “demócratas” se comportaron como perfectos cobardes, no dejaron por ello de responsabilizar a la dictadura por el levantamiento popular. Contra el “santiagueñazo”, en cambio, se formó un frente único desde Menem a Pino Solanas, sin excluir a Rico, claro, para apresurar la intervención federal a Santiago, ponerla bajo el control de los gendarmes, del represor de mujeres, Antonietti, y encargarle la solución de sus problemas al cadete de Cavallo, Juan Schiaretti, hombre de los pulpos de la Fundación Mediterránea y de otros “privatizadores”, con cuyo dinero “compró” hace unos meses al Partido Justicialista de Córdoba.
El “santiagueñazo” ha cumplido un enorme papel de pedagogía nacional, al poner tempranamente al desnudo la precariedad de la “victoria” menemista del pasado 3 de octubre. En períodos de crisis las victorias electorales escamotean la comprensión de la realidad en lugar de aclararlas, las elecciones son concientemente usadas para cumplir un rol de simulación. Se abusa por un corto tiempo de los fondos públicos para repartir dádivas y apaciguar reclamos, en un vano intento de ganarle tiempo a los estallidos inminentes.
El “santiagueñazo” ha sido presentado como la reacción airada de un pueblo “improductivo” que devora los recursos fiscales creados por la “libre” y “creativa” iniciativa del capital. Expuesto de este modo, hasta parecería un fenómeno históricamente reaccionario. Pero el “santiagueñazo” es precisamente lo contrario: la rebelión de las fuerzas realmente productivas contra el parasitismo capitalista. A Santiago, como a todo el resto de las provincias, se le ha transferido el gasto en educación y salud, sin la contrapartida de los recursos correspondientes, para poder pagarle los intereses usureros a la banca acreedora y a los tenedores de la deuda pública argentina. Se le retiró, expresamente, el 15 por ciento de sus recursos de coparticipación para esos fines y para financiar los déficits del Estado nacional que provocará el desvío de la cotización previsional hacia la jubilación privada. Los salarios han sufrido las consecuencias de la carestía y del incremento descomunal de los impuestos al consumo, para único beneficio de los capitalistas. El carácter parasitario del “plan” Cavallo, que depende del ingreso de 10.000 millones de dólares anuales de capital especulativo, benefició a la Capital Federal y sus alrededores y a la minoría de oligarcas del interior, sumiendo a los pueblos en la completa decadencia productiva.
Cavallo y sus secuaces dicen que la crisis santiagueña es el resultado “de cuarenta años de desgobierno”, como si hasta ahora el país hubiera sido gobernado por los marcianos y no por los mismos pulpos capitalistas que lo gobiernan hoy, incluidos sus mismos representantes políticos. El propio Cavallo debutó hace veinticinco años como funcionario de la dictadura de Onganía. Otros funcionarios o semifuncionarios del menemismo vienen desde la “revolución libertadora” (1955) y aun antes (Cafiero, Alsogaray).
El “santiagueñazo” ha obligado a quemar etapas al “pacto podrido” de Menem y Alfonsín. De un simple episodio “constitucional” destinado a la “reelección” del “privatizador” riojano ha debido convertirse apresuradamente en un instrumento de represión anti-popular, arrastrando a su campo a todo el arco centroizquierdista sin excepción. Menem no intervino esta vez la provincia con un “decreto de necesidad y urgencia” sino con una ley en regla, pero no porque se hubiera convertido a la democracia sino porque ya no puede gobernar solo. El gran conde de Anillaco, es decir el condón, se vio forzado a abandonar por un instante el gobierno personal y de camarilla por un pedido de socorro a la “unidad nacional”.
¿El “plan” Cavallo sobrevivirá al “santiagueñazo”? A una pregunta tan mal planteada, los oficialistas en general y los alcahuetes en particular responden que sí. Pero resulta que el “santiagueñazo” no es otra cosa que el producto del “plan” Cavallo, el que solo podría sobrevivir creando y produciendo nuevos “santiagueñazos” . Ya está reventado. Si la burguesía no tiene otros recursos de acción que el “plan” Cavallo, entonces tiene que pensar en prepararse para convulsiones sociales y políticas más graves. Lo mínimo que se puede prever es que la reforma de la Constitución y una eventual “reelección” de Menem no tendrán un lecho de rosas y se encuentran muy lejos de estar aseguradas. El gobierno menemista ha entrado en un período de crisis abiertas.
El “santiagueñazo” habrá de jugar, y creemos que juega ya, un enorme rol homogeneizador del movimiento de las masas de Argentina. Esto ya se puede comprobar en la rebelión popular en las cárceles, un episodio recurrente que ahora se ha transformado en generalizado y masivo. Para el conjunto de los movimientos sociales reivindicativos y de lucha, y para la clase obrera, el “santiagueñazo” muestra el camino de la huelga general, de la acción callejera, de la ocupación de edificios, de las Asambleas populares y del poder. El gobierno del Chaco tuvo que ceder preventivamente, el martes 21, ante los reclamos de los trabajadores municipales y estatales, simplemente porque temía una reedición del “santiagueñazo” en Resistencia y en Sáenz Peña.
Ante nuestros ojos vuelven a formarse los elementos de una situación revolucionaria. Desesperación popular y bacanales aristocráticas. Inmovilismo político oficial ante la insurgencia popular. La democracia convertida en partidocracia (gobierno de cúpulas partidarias), en plutocracia (gobierno de los ricachones) y en cleptocracia (el gobierno de los chorros). El justicialismo, la UCR, la burocracia de los sindicatos —están muertos como organizaciones reales. Sus sucedáneos (Rico, Frente Grande, US) agonizan antes de nacer, en calidad de cómplices de la partido-pluto-cleptocracia. Todo el organismo nacional histórico, social, vivo, reclama una dirección revolucionaria.
Es necesario organizarse, ante todo, en un partido revolucionario, el Partido Obrero, en la perspectiva de desarrollar y completar la tendencia abierta con el “santiagueñazo”.
Tapa de Prensa Obrera N°409, publicado 22/12/1993
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