Políticas

22/1/2009|1070

Se cumplió el plazo dado por Obama

Todo el mundo sabía que la masacre contra Gaza debía concluir a tiempo, con indiferencia por los resultados, para no estropear la fiesta de la asunción de Obama. Fue, desde el inicio, una guerra a plazo fijo, con una tasa de interés incierta. Fue una guerra miserable, sin moral y sin principios: el bombardeo de un pueblo sin medios de defensa y la destrucción de miles de personas – los muertos y los sobrevivientes, dentro de los tiempos de una habilitación imperial. Ha sido la guerra más vergonzosa de la que se tenga memoria: con plazos pre-determinados desde afuera; con la prohibición de interferir en el gran espectáculo; instigada por un ejército que necesitaba vengar la humillación sufrida hace dos años en el Líbano; organizada por políticos corruptos, apurados por obtener los votos que no tienen. Esta simple enumeración describe el estado de decrepitud del Estado sionista – que solamente podrá seguir funcionando con más guerras. Las festividades del 20 de enero en Washington son nada más que un interludio. El mote de sionista es el adecuado, porque el Estado de Israel es expulsivo y constitucionalmente discriminatorio – ni laico, ni democrático.

La masacre es la partida de nacimiento del gobierno de Obama, que durante tres semanas se escudó en el ritual de la transición para justificar su complicidad con la masacre. El ritual no impidió, sin embargo, que sus hombres se pusieran a ‘trabajar’ en Gaza desde el inicio. El periodista israelí Amir Oren informó la semana pasada que aunque “la voz que se oye es la de (Condoleezza) Rice (…) las manos que se mueven son las de Jim Jones. La estrategia ya está coordinada con la nueva administración” (Corriere della Sera, 10/1). Jones es el nuevo consejero de Seguridad Nacional de Obama.

¿Qué logró el Estado sionista en estos veintidós días?

Según el primer ministro Olmert, Israel “alcanzó todos sus objetivos”; menos enfático, el ministro de guerra, Ehud Barak, solamente reconoció “algunos”.

En realidad, el “cese del fuego” deja al descubierto que Israel no alcanzó ningún objetivo, simplemente porque el Estado sionista no tiene objetivos sino sólo pesadillas. Incluso los críticos internos de esta masacre advirtieron que, cualesquiera fuesen, los objetivos eran “inalcanzables”.

Se decía que el objetivo era obtener “una tregua duradera”, una contradicción flagrante. Las treguas no son para que duren sino para quebrarlas. ¿Cuánto puede durar cualquier tregua basada en el sometimiento? Lo que no pudieron lograr los racistas blancos en Sudáfrica, no lo obtendrán los sionistas en Palestina. No pudieron alcanzarlo siquiera los colonizadores hispano-portugueses, pues la lucha por recuperar las tierras y las riquezas usurpadas no cesa desde hace siglos -y ahora está reforzada por los contingentes del proletariado moderno y los campesinos oriundos de todas las latitudes.

El Ejército sionista no pudo acabar con Hamas, una organización minúscula en número, que sobrevivió peleando durante 22 días. El fundamentalismo islámico se ganó en el combate el título de resistencia nacional. Toda resistencia nacional está obligada a movilizar políticamente a las masas y por eso crea la posibilidad de que ellas superen sus limitaciones políticas -en este caso el fundamentalismo teocrático. Lo más cercano a la ideología y a la práctica asistencial o clientelar de Hamas, es el fundamentalismo religioso sionista.

Israel acabó con la infraestructura civil en Gaza, pero de ningún modo con la “infraestructura terrorista” de Hamas; nadie puede evitar que los oprimidos acaben dándose los medios materiales de la lucha por su emancipación. Si la guerra sirvió, en este sentido, fue para moldear y entrenar a nuevos combatientes.

Se decía que Israel pretendía debilitar a Hamas y reforzar a los palestinos moderados. Pero la guerra liquidó políticamente a Mahmud Abbas, el presidente de la Autoridad Palestina con mandato vencido. El repudio popular palestino a su gobierno es inmenso; prohibió y reprimió las manifestaciones en defensa de la población de Gaza. La liquidación política de Abbas y de la Autoridad Palestina significa la liquidación del llamado “proceso de Oslo” y de sus sucedáneos (la “hoja de ruta”, Anápolis) y de la pretendida “solución de dos estados”, que en realidad convierte a los territorios ocupados en “bantustanes” segregados. Israel liquidó esta perspectiva porque no está dispuesta a hacer ninguna concesión. Desde la firma de los tratados de Oslo, el número de colonos israelíes en Cisjordania se ha más que duplicado (de 116.000 a 275.000); otros 180.000 israelíes viven en la parte árabe (oriental) de Jerusalén. El Muro del Apartheid ha confiscado el 10% de las tierras palestinas en Cisjordania. En este cuadro, la impasse política en el Medio Oriente es completa.

La guerra ha puesto en completa crisis a los regímenes reaccionarios árabes e islámicos en el Medio Oriente aliados de Israel. Esos regímenes -Egipto, Jordania, incluso Turquía- colaboraron activamente con la masacre; por eso, en cada uno de estos países hubo grandes movilizaciones populares contra sus propios gobiernos. En los últimos días del ataque, estos regímenes se vieron obligados a chocar con Israel. Turquía pidió su expulsión de las Naciones Unidas por cometer crímenes de guerra; el canciller egipcio denunció que “Israel está ebrio de violencia”. La declaración unilateral de tregua por parte de Israel agravó la crisis de estos regímenes reaccionarios, porque los privó de aparecer ante sus propios pueblos como los artífices del rescate del pueblo de Gaza de las bombas. El golpe de gracia a estos regímenes reaccionarios lo dará la crisis mundial, que degradará las misérrimas condiciones de vida de los explotados de esos países. La caída de estos regímenes reaccionarios significará la apertura de una perspectiva liberadora en el Medio Oriente y, consecuentemente, agravará la impasse histórica del Estado sionista.

Esta impasse histórica es percibida claramente dentro del propio Israel y se pondrá de manifiesto como consecuencia de las elecciones del 10 de febrero, que pueden ser ganadas por el derechista Benjamin Netanyahu.

Esta perspectiva de nuevas guerras y masacres destaca la validez histórica y la plena actualidad de la vieja consigna socialista -una República única y democrática de Palestina – que reúna a los trabajadores árabes y judíos. Los trabajadores judíos no tienen ninguna perspectiva fuera de una colaboración socialista con los trabajadores palestinos, y menos todavía apoyando la opresión que ejerce el Estado sionista.

Israel ha vuelto a masacrar a cientos de niños, mujeres y ancianos y a destruir la vida y la infraestructura civil de Gaza, sólo para descubrir que su impasse es más profunda que nunca; que los regímenes reaccionarios de la región, sus aliados, están en un tembladeral político y social ilevantable; y que la aspiración nacional palestina sigue en pie.

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Publicados en Prensa Obrera Online, Nº 3, 15 de enero de 2009 (http://www.po.org.ar/node/19441)