Políticas

13/6/1990|305

Se derrumba

Durante dos semanas el presidente de la Nación se desentendió simplemente de los asuntos de Estado para apostar su destino a los botines de Maradona.

Esta indecorosa fuga política traducía muy bien, en su mediocridad y chabacanería, la completa crisis de un régimen político y de un gobierno, y posiblemente la inminencia de su fin.

La “guerra de los Menem”, con un Neustadt haciendo de la Celestina del divorcio, no es menos que la fuga, un símbolo de derrumbe. Zulema y sus hijos tuvieron que ser desalojados de Olivos por decreto y mediante el recurso a la fuerza pública, por la simple razón de que el hecho no encarnaba un asunto de familia sino una lucha de camarillas y de intereses que comprometen seriamente al aparato del Estado.

Después de todo, otra familia, la de los Alsogaray, unida en los negociados de las privatizaciones debía enfrentar también los “pinchazos” de las camarillas rivales y organizar los suyos propios, en los que están en juego intereses económicos fundamentales de miles de millones de dólares.

Argentina está sin gobierno y la maquinaria del Estado apenas logra disimular la falta del timonel. Las privatizaciones de Aerolíneas y del petróleo han entrado en una violenta crisis, e incluso ocurre lo mismo con la de Entel, en lo que manifiestamente se convierte día a día en un negociado sin precedentes y en una malversación descomunal del patrimonio estatal. Es cada vez más claro que el objetivo de las privatizaciones es la reventa posterior de las empresas del Estado por parte de quienes las adquieran, para hacer con ello un pingüe beneficio. Fue lo que pasó con los Teléfonos de Chile, que pasaron de su compradora original, un grupo australiano, a la Telefónica de España.

Las noticias de los amotinamientos militares en Mendoza y en otros puntos del país, por causa de los sueldos, y la conjurada renuncia de todos los comandantes en jefe, demuestran que el régimen político capitalista se hunde por todos lados, y que Zulema es solo un símbolo.

Otra expresión del fracaso y de la bancarrota de este gobierno y de sus planes, que no son otra cosa, por otra parte, que los de los grandes capitalistas, es la nueva disparada del dólar, que ha terminado con la “estabilidad” mentirosa de los González y los Alemann y ha abierto una nueva etapa de gran inflación, tal como lo pronosticara en forma sistemática este periódico.

El gobierno se hunde. Está inmovilizado y no atina siquiera a un cambio de gabinete. El propio Alsogaray ha tenido que ir a las elecciones internas de la Ucedé por la necesidad de que lo “ratifiquen”, algo que no logrará aunque gane por la simple razón de que pocos irán a votar.

La debacle de Alsogaray refleja en pequeño la de Menem. La explicación de esta crisis, que puede encontrarse en sus fases finales, no es otra que las contradicciones insuperables del capitalismo, su incapacidad para salir de la crisis sin provocar un cataclismo social y político, revoluciones y guerras.

Si hasta la Banca Central norteamericana está investigando las privatizaciones en los países endeudados, a raíz de haber recibido denuncias de que se tratarían de negociados cuyo propósito principal es elevar la cotización de la deuda externa monopolizada por los grandes bancos.

En estas condiciones de crisis, el plebiscito convocado para agosto en la provincia de Buenos Aires podría convertirse en el Waterloo de Menem y Cafiero, y también de Alfonsín. Hay sectores de la burguesía (el frigerismo, Carbap) que se están acomodando a esta posibilidad.

La gestión de Duhalde, durante la ausencia de Menem, estuvo toda apuntada a convertirse en un recambio político presidencial. La variante de un acuerdo con Angeloz ha vuelto a la superficie para apuntalar lo que podría ser un inminente cambio político.

Esta descomposición es la prueba de que los planes capitalistas son inviables  sin suscitar el derrumbe del Estado que sostiene esos planes. Para los trabajadores es, sin duda, una alternativa sin salida.

En estas condiciones, los trabajadores debemos deliberar sobre lo que está ocurriendo y reclamar un plan de lucha y la huelga general por nuestras reivindicaciones, contra la entrega del país, el cese del pago de la deuda externa, la expropiación de los principales capitalistas y el control obrero.

A través de la organización de esta lucha, la clase obrera se perfilará como alternativa de poder, a la cabecera de la mayoría explotada del país.

La consigna es: basta con el desgobierno entreguista del menemismo, plan de lucha, huelga general.