Políticas

8/7/2004|858

Sobre el plebiscito

La consigna de que Kirchner llame a un plebiscito para decidir acerca del envío de tropas a Haití y de las nuevas propuestas y las nuevas crisis con relación a la deuda externa, ha interesado a varios lectores de Prensa Obrera.


La única lucha que se pierde es la que se abandona


Para caracterizar adecuadamente el planteo es necesario despejar algunas objeciones. Un lector afirma que la consigna es incorrecta porque una derrota nos obligaría a renunciar a luchar contra el envío de tropas y contra el pago de la deuda. La inconsistencia de esta crítica queda de manifiesto cuando se considera la participación en las elecciones y en los parlamentos, donde los partidos revolucionarios son constantemente derrotados sin que ello signifique que renuncien a su programa. Esto lo entiende incluso un liberal que endiose el sufragio universal. La lucha política no cesa nunca en la sociedad dividida en clases, cualesquiera que sean los resultados de las elecciones. El proceso social se encarga de replantear todos los problemas que no hayan sido resueltos. Los trabajadores del Estado no dejarán de luchar para que una parte mayor del presupuesto se gaste en forma de salarios, educación, salud y asistencia social, porque un plebiscito haya establecido que hay que pagar la deuda externa con ese dinero. Asimismo, lucharán todavía más contra la intervención en Haití cuando esa intervención provoque crisis y fracasos, como le ocurre al imperialismo yanqui en Irak. Teniendo esto en vista, los plebiscitos por la deuda y contra el intervencionismo ayudan a preparar el terreno para las acciones futuras. Cuando el electorado prefirió, en abril del 2003, a Kirchner, Menem, Rodríguez Saá y López Murphy, estaba plebiscitando favorablemente el pago de la deuda externa. Este hecho no sirvió, de ningún modo, para atenuar la lucha por el reparto del ingreso nacional y del ingreso fiscal. Mientras tanto, la participación en esas elecciones que plebiscitaron positivamente los planteos de la burguesía sirvieron para levantar tribunas socialistas por parte de los partidos revolucionarios.


La otra objeción, de que nunca y bajo ninguna circunstancia se debe promover o aceptar un plebiscito, se refuta por sí misma. La validez de un planteo depende de las condiciones concretas en que se realiza; el que las ignora en nombre de un principio determinado, simplemente ha renunciado a usar la cabeza. La afirmación de que el plebiscito es, en general, el recurso de los regímenes autoritarios, no significa que siempre deba ser así, ni tampoco que no pueda ser usado en contra de dicho régimen. El gobierno de Alfonsín, que no era “autoritario”, convocó a un plebiscito por el Beagle; De Gaulle, en 1969, y la dictadura uruguaya, en 1984, debieron retirarse luego de un plebiscito. De cualquier modo, rechazar los plebiscitos porque responden al “autoritarismo” y no hacerlo con las elecciones, que responden a la “democracia” o al “parlamentarismo”, significa una defensa del Estado capitalista bajo una de sus formas, algo que es por completo ajeno al programa fundacional del Partido Obrero.


La oportunidad de las consignas


La oportunidad de la consigna del plebiscito la establece la capitulación del gobierno pretendidamente nacionalista o antiimperialista de Kirchner con relación a dos cuestiones que tienen que ver con la independencia nacional y con el programa con el que asumió el gobierno. En un plebiscito, Kirchner tendría que defender, ante la masa de los electores, el envío de tropas y el aumento incesante de las propuestas de pago de la deuda externa. Simplemente este hecho de que tendría que presentarse como agente del capital internacional, significaría una gran victoria para quienes creemos importante desenmascarar al nacionalismo burgués, que pretende con su demagogia alinear a las masas detrás suyo. Naturalmente, el gobierno ha preferido confinar el debate al Parlamento, aunque, en el caso de la deuda externa, ni siquiera somete el tema a discusión parlamentaria. En un plebiscito, los nacionalistas quedarían identificados con la entrega, y los internacionalistas con “la defensa de la patria”.


Lo anterior explica por qué, a diferencia de Zamora y el PTS, que propusieron un referéndum después de haber leído nuestros afiches, nosotros exigimos que sea Kirchner el que convoque; por eso hablamos de plebiscito. Porque de lo que se trata es de que la campaña sirva, desde el inicio, para confrontar con el gobierno en torno a la independencia nacional y, por lo tanto, para denunciar que capitula ante el imperialismo. Y no solamente esto, sino que se hace responsable de la próxima bancarrota o default. En definitiva, la consigna del plebiscito no hace más que dar una expresión a un reclamo del programa de transición de la IV Internacional, que plantea la necesidad de valerse de las reivindicaciones nacionales y democráticas para separar al proletariado de la burguesía. Es llamativo, de todos modos, observar que algunos trotskistas ignoran o fingen ignorar la posición favorable de Trotsky con respecto a un plebiscito sobre la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.


Electoreros contra el voto


Es interesante la crítica de electoralismo que nos hace el MST, electoralista por antonomasia. Efectivamente, el Partido Obrero quiere que se vote si hay que entregar el país al imperialismo o no. En este caso, la democracia formal es progresista, porque condiciona y hasta puede quebrar el monopolio de la decisión de la camarilla capitalista de turno. El MST rechaza el sufragio cuando puede ser usado contra el Estado; lo acepta entusiasmado cuando lo ratifica, como en las elecciones periódicas. Es que estas últimas ofrecen una ventaja al MST que no le ofrece el plebiscito: la posibilidad de conquistar alguna banca o concejalía. El reclamo de que Kirchner no tiene autoridad para seguir negociando la deuda ni de enviar tropas a Haití es una posición de lucha. Lo único que se opone a la lucha es la resignación, o sea que Kirchner pueda hacer lo que quiera y que no sea confrontado en su propio terreno.


Un régimen semi-plebiscitario


El esquematismo de las críticas al planteo del PO tiene la enorme desventaja de que no permite a sus autores mirar hacia delante, o sea caracterizar el proceso político; se limitan al doctrinarismo. Si analizaran, en cambio, concretamente la situación podrían darse cuenta de que el gobierno de Kirchner, aunque parlamentario, tiene una fuerte tendencia plebiscitaria. Por de pronto recurre al gobierno por decreto mucho más que Menem y De la Rúa, e incluso Duhalde. Pero lo principal es que no tiene una base institucional propia –ni en el Congreso, ni en las provincias, ni en los partidos–. Toda la oposición le reclama que “dialogue”, para someterlo entre las redes de las instituciones. Kirchner, en cambio, choca con todo el mundo, claro que de forma inconsistente, porque es incapaz de llevar hasta el fin alguna tentativa. El kirchnerismo es una transición entre el parlamentarismo y el régimen plebiscitario. El planteo del PO lo ataca, simultáneamente, en su propio terreno, que es al mismo tiempo el terreno que Kirchner no se anima a hacer suyo para no chocar con las instituciones de turno. A la tendencia plebiscitaria del kirchnerismo el PO no opone la defensa del parlamentarismo ni el reclamo del “diálogo” (como se supone que lo hacen aquellos para los cuales la única consulta popular son las elecciones previstas por la Constitución), sino la confrontación alrededor de la capitulación permanente del gobierno ante el imperialismo y de las reivindicaciones populares. Al plebiscitarismo de Kirchner, por otra parte inconsecuente, en defensa de su camarilla, oponemos un plebiscito que cuestione la facultad de decisión del gobierno sobre la deuda y sobre Haití. Un partido revolucionario no debería limitarse a desarrollar las instituciones del poder obrero en el terreno de acción propio de los trabajadores, sino confrontar a la burguesía, para ganar a los trabajadores, en el propio terreno de ella.


En esta combinación consiste la estrategia de poder, o sea la realmente revolucionaria. O es, por lo menos, lo que enseña la experiencia histórica.