Políticas

23/6/2011|1182

Sobre las consigna de soberanía alimentaria

-Exclusivo de internet

La consigna de Soberanía Alimentaria fue desarrollada por Vía Campesina Internacional y llevada al debate público en ocasión de la Cumbre Mundial de la Alimentación en 1996, como un intento de presentar una alternativa a los programas de ajuste neoliberales. De ahí hasta el momento, ha sido asumida sin demasiada crítica por numerosos movimientos campesinos y de la agricultura familiar contemporáneos. En Argentina, tanto el Movimiento Nacional Campesino Indígena -integrado a la Vía Campesina (VC)- como el Frente Nacional Campesino y el Foro Nacional de la Agricultura Familiar -organismo de tipo “paritario” reconocido por el gobierno y actualmente puesto a disposición del aparato kirchnerista- utilizan esta consigna como una de sus principales banderas. Incluso, hasta sectores de la Federación Agraria Argentina se identifican fervientemente con la causa de la soberanía alimentaria.

La soberanía alimentaria fue definida por la VC como “el derecho de los pueblos, de sus países o uniones de Estados a definir su política agraria y alimentaria, sin dumping frente a países terceros. La soberanía alimentaria incluye: priorizar la producción agrícola local para alimentar a la población, el acceso de los/as campesinos/as y de los sin tierra a la tierra, al agua, a las semillas y al crédito […] El derecho de los campesinos a producir alimentos y el derecho de los consumidores a poder decidir lo que quieren consumir […] La participación de los pueblos en la definición de política agraria y el reconocimiento de los derechos de las campesinas que desempeñan un papel esencial en la producción agrícola y en la alimentación”.

Como puede apreciar el lector, la VC -y todos los movimientos que acríticamente la siguen- cometen el error del viejo populismo agrario, que es el de refugiarse en el terreno utópico del ideal a implantar. El procedimiento es conocido. Primero, se inventa una sociedad ideal en que la producción campesina produce alimentos, se desarrolla y viven en armonía con el medio ambiente. Luego, se muestra cómo el capitalismo atenta contra esta sociedad idílica. Por último, se llama a luchar por algo que no existe -la soberanía alimentaria-, pero que es al mismo tiempo “avasallada” por el capital. Tremendo procedimiento genera una mistificación de la realidad inconcebible para el desarrollo de una alternativa certeramente socialista en el campo. De ahí que escuchemos contínuamente -por lo menos para el caso argentino- disparates tales como que “somos los campesinos quienes producimos alimentos para la mesa de los argentinos”, cuando un estudio del Instituto Interamericano de Cooperación Agrícola (IICA) demuestra que la producción “en mano” de la agricultura familiar -con una sobreestimación fabulosa- apenas si llega al 16-18% del total nacional.

Mal que le pese a los movimientos campesinos, los alimentos proceden de la producción típicamente capitalista, es decir, de los obreros explotados por el capital. El 82-84% de la producción nacional es sostenida por los asalariados: peones, técnicos y profesionales que bajo diferentes modalidades son explotados por las empresas agrarias y pools de inversión agrícola. Por donde miremos: la carne vacuna y la leche, el cerdo, el pollo, los huevos, el trigo para el pan, el maíz, la papa, las diferentes verduras, las frutas, el vino y así por delante encontraremos al capital pequeño, mediano y grande.

Estudios realizados por el Inta en el NOA muestran cómo la gran mayoría de los campesinos son, en realidad, obreros con lote o semiproletarios, que ya no pueden reproducir su unidad doméstica sin el concurso de los planes sociales y las changas. En este tipo de situaciones, la producción adquiere rasgos de apoyo a la subsistencia familiar con alguna venta mínima de excedentes si ocasionalmente existieran. Son, en su mayoría, expropiados por el capital, aunque sin conciencia de tales. Y parte de esta sin conciencia se explica -insistimos en parte- por la confusión que las diferentes tendencias campesinistas “siembran y cultivan” por el país.

La consigna de la soberanía alimentaria hace caso omiso al desarrollo de las fuerzas productivas a nivel mundial y su efecto en la división del trabajo. En otras palabras, “ignora” el sesgo agroexportador en la mayoría de nuestros países dependientes, promoviendo la falsa idea de que el hambre es causa de la orientación hacia el mercado mundial de nuestras economías. Por este camino se introduce el mito de que es necesario “vivir con lo nuestro”. Y este mito es llevado al extremo, cuando el militante campesino nos hace aparecer la realización de una huerta en el terreno del desocupado como un hecho “soberano”.

Los cálculos más modestos señalan que Argentina produce alimentos para más de 300 millones de personas, aunque algunos exagerados como el ministro de Agricultura, Julián Domínguez, afirman que “nuestro país produce alimentos para 500 millones de personas”, lo cual -dicho sea de paso- torna al hambre que aún perdura bajo la dinastía nac & pop, en un crimen más grosero e inaceptable aún. Es decir, el hambre no es resultado de la escasa producción de alimentos, sino de que el alimento se produce para valorizar capital.

Nunca se insistirá lo suficiente en que, bajo el capitalismo, la producción no apunta a resolver las necesidades sociales sino a producir ganancia. En criollo, bajo el capitalismo comen quienes pueden comprar alimentos. Cierto es que el precio de los alimentos está subiendo por un conglomerado de razones de orden mundial, que van desde el uso del suelo para los biocombustibles, el incremento de la demanda de China e India, hasta la especulación financiera sobre las materias primas resultante de la crisis mundial actual. Pero este hecho agrava la situación anteriormente descripta.

La consigna de la soberanía alimentaria es también utópica en el sentido de que se le pide al propio Estado capitalista que salte por encima de su propio carácter de clase para ponerle fin a la producción orientada según la ganancia y ponerla a disposición de los campesinos y el “pueblo”. Cualquier modificación que se quiera realizar en este nivel -y esto debe explicarse paciente y sistemáticamente- supone el derrocamiento revolucionario de la burguesía, hecho que implica nada más y nada menos que el gobierno de los trabajadores. De lo contrario, el capital seguirá dictando el curso de los acontecimientos.

Los marxistas tenemos una herencia compuesta, por sobre todas las cosas, por una implacable crítica de todas las doctrinas pequeñoburguesas que, refugiándose en situaciones de tipo ideal, escapaban a la realidad capitalista y sus tendencias. La relación de explotación capitalista no podrá superarse jamás mistificando la realidad. Si los expropiados por el capital luchan como falsos campesinos y no como verdaderos expropiados, por mal camino vamos. De ahí la insistencia de Marx, según la cual “el único camino histórico por el cual pueden destruirse y transformarse las contradicciones de una forma histórica de producción es el desarrollo de esas mismas contradicciones”. Desarrollar “esas mismas contradicciones” supone, primero, estar dispuestos a mirarlas cara a cara.

Si el capital ha transformado al proletariado en la clase absolutamente mayoritaria en la estructura social. Si más del 80% de la producción agrícola es desarrollada bajo la forma típicamente capitalista. Si los antiguos latifundios “improductivos” han sido transformados en sendas explotaciones capitalistas de altísima competitividad internacional. Si la mayoría (65%) de las doscientas mil familias de pequeños productores son, en realidad, expropiados con lote, quiere decir entonces que desarrollar “esas mismas contradicciones” no significa otra cosa que organizar el movimiento de los explotados y expropiados agrícolas para luchar contra todos los que viven del trabajo ajeno. Significa poner la producción agropecuaria en manos de quienes efectivamente trabajan la tierra, expropiando las grandes explotaciones agropecuarias, para ser dirigidas por comités de asalariados electos por la base.

El camino estratégico no queda definido entonces por la búsqueda de la soberanía alimentaria al interior del Estado burgués, sino por la lucha obrera por la soberanía política de clase sobre los medios de producción agropecuarios al interior del Estado proletario. El desarrollo de la crisis mundial y el problema del hambre que toda crisis pone sobre tablas, exige a los socialistas avanzar en la clarificación y la organización de los explotados y expropiados agrarios para que luchen como lo que verdaderamente son.