Temperatura en ascenso


Los diarios califican de “confusa” la situación creada a diez días de la fuga de General Alvear. Ese calificativo valdrá para la crónica policial pero no para el plano político, donde la conclusión es clara: la transición presidencial opera en medio de una completa descomposición del aparato político, judicial y de represión que ha gobernado la Argentina en las últimas décadas. Los fugados formaban parte de una fracción de ese Estado, a partir de sus vínculos con la policía provincial, punteros y barrabravas.


 


Ahora queda más claro que nunca que las Paso del ex oficialismo bonaerense fueron un episodio agudo en la descomposición del kirchnerismo y el pejota. En esa interna se dirimía una puja entre entre camarillas empresariales ligadas al delito organizado, la policía y las mafias carcelarias.


 


Pero, a medida que pasan los días, la crisis envuelve con mayor fuerza al gobierno actual. Vidal y Ritondo debutaron con un pacto con la Bonaerense y el Servicio Penitenciario, a cuyas cúpulas y destacamentos dejaron mayoritariamente intactos. Ese pacto entró en crisis al advertir que la Bonaerense jamás encontraría a sus ¿ex? socios fugados de General Alvear. Entonces, el gobierno improvisó una purga parcial que sólo ha agravado el impasse de la investigación. Los cronistas policiales atribuyen la impericia oficial a factores circunstanciales. Pero hay una razón de fondo: Cambiemos y el macrismo no son ajenos a la crisis de Estado que supuestamente pretenden remediar. Ritondo y Aníbal Fernández, brutalmente enfrentados en estos días, no sólo fueron compañeros de gabinete en el gobierno de Duhalde. Comparten, además, la afición por los barrabravas, los punteros y los burócratas sindicales. Este es el hilo conductor de los que se van y los que vienen: la defensa de un Estado y una organización social que se ha servido de la cooptación y la violencia para asegurar el saqueo de los trabajadores y del país. Yendo más arriba, el propio Macri construyó la policía porteña a partir de una red de espías y escuchas telefónicas.


 


Si Ritondo, Vidal o Macri no pueden con este Estado sospechado, es porque, sencillamente, forman parte de él. Esta incapacidad de fondo ha tenido en estas horas otra manifestación: después de haber intentado un pacto con la Bonaerense, con los resultados conocidos, Macri no ha tenido mejor idea que avanzar en la transferencia de la Policía Federal a la Ciudad, con su cúpula y estructuras intactas. Macri-Larreta confiarán la seguridad porteña a la fuerza que liberó la zona del crimen de Mariano Ferreyra -ello, cuando la comandaba… Aníbal Fernández. El traspaso policial a la Ciudad es el preámbulo de nuevas crisis políticas en el campo de la “seguridad”.


 


Disciplinamiento social


 


Mientras Macri peroraba sobre la “lucha contra el narcotráfico”, los más informados describían cuáles eran las urgencias del gobierno en relación al traspaso policial: se refirieron al control de las calles, en función de que “se esperan meses agitados en cuanto a protestas sociales” (La Nación, 2/1). La agenda de “seguridad” oficial mira hacia el ajuste que está en curso y que recorrerá un verano caliente. A la suba de la canasta básica, empujada por la devaluación y la eliminación de las retenciones, se suma el aumento en las naftas -otro rescate a los pulpos petroleros, cuyos precios deberían bajar si siguieran los valores internacionales. Para fin de enero, se anuncian aumentos del 130% en la electricidad, que quieren ser disimulados con el desdoblamiento mensual de las facturas.


 


Pero estos ajustes tampoco caminan sobre tierra firme, porque la megadevaluación no ha significado un nuevo equilibrio. La patria sojera ha vuelto a retener la cosecha y presiona por una devaluación aún mayor, con más razón cuando la caída de los precios internacionales contrarresta las medidas oficiales que la beneficiaron. Pero un nuevo salto en el tipo de cambio echaría más leña a la carestía y puede provocar un descalabro económico superior. El gobierno ha evitado una corrida cambiaria, promoviendo una nueva bicicleta financiera, la cual, a su turno, alimenta la crisis industrial y las tendencias al parate económico. Los cerebros oficiales tramitan un rescate financiero internacional cuando la crisis mundial crece en intensidad.


 


Tembladeral político


 


A la luz de lo anterior, es difícil darles crédito a los charlatanes del kirchnerismo, para quienes “la derecha” se ha hecho cargo “con timón firme” de la transición política. En verdad, asistimos al primer mes de un gobierno de advenedizos, que improvisa en medio de la bancarrota económica y de un derrumbe inédito de las instituciones -Justicia, burocracia sindical, régimen de punteros- que contuvieron a las masas durante décadas. El gobierno que quiere “controlar la calle” no controla ni a la policía que debe “callejear”.


 


La especie de una “consolidación a la derecha”, en este cuadro, sólo apunta a cubrirle las espaldas al kirchnerismo. Los desplantes y rencillas del cristinismo apenas disimulan su compromiso de fondo con los objetivos antiobreros que el gobierno quiere ejecutar, a cuenta de la gran burguesía. En la reconfiguración del negocio mediático a costa de los periodistas, el que hace punta en los despidos es el kirchnerista Szpolski. En otro mostrador, otro ex gurka -Ricardo Echegaray- ya consiguió el aval del PRO para ser “auditor” de sus propios negociados. Mientras tanto, los intendentes pejotistas del conurbano apuran un acuerdo con Vidal, para votarle el presupuesto de superendeudamiento a cambio de algunas migajas para los municipios.


 


Estamos ante los primeros episodios de una etapa de convulsiones políticas y de grandes luchas. Los ajustadores tendrán que pasar por esa prueba. Para triunfar, hay que demarcarse sin vacilaciones de quienes gobernaron con Chevron, Aníbal Fernández y Cirigliano, y reforzar la batalla por nuestra independencia política.