Políticas

19/9/2002|772

Terremoto político

Como más de la mitad del padrón de votantes de Santiago del Estero se abstuvo o anuló su voto, el 68,2% atribuido al PJ en las elecciones del domingo pasado se convierte en un 33% de los habitantes convocados a los comicios. De este modo, los 189.393 votos logrados por el “delfín” del juarismo no permiten hablar ni por asomo de “consolidación del PJ”. Incluso los votos de más obtenidos en esta oportunidad por la fórmula del PJ respecto de las anteriores elecciones de gobernador (189.393 contra 170.761 en 1999, con Juárez como candidato) deben ser relativizados a la hora del análisis porque todos los informes señalan que el aparato del PJ se empeñó en lograr una victoria que fuera señalada como aplastante, apelando en escala gigantesca a todos los mecanismos del fraude “sigiloso”. Reparto de comida, “contribución” por voto, traslado de la gente a los lugares de votación, todo esto en un escenario signado por la ausencia de fiscales de la oposición en gran parte de la provincia y una Justicia que es un apéndice del gobierno. Se podrá decir que la compra de voluntades no es un dato nuevo en la camarilla gobernante, pero ésta habría explotado a fondo los viejos recursos en una provincia que hoy tiene un 60% de pobres, casi un tercio de indigentes y el primer lugar en deserción escolar.


El dato político no es la afirmación del PJ, sino la masa de votantes que anuló el voto por distintas vías. Entre el 43,10% de abstenciones, el 3,64 de votos en blanco y el 4,58 de impugnados o nulos, el 51,32% de los habitantes le dio la espalda al comicio. En Santiago del Estero la tendencia a anular el voto tuvo significación a partir del Santiagueñazo (1993) y creció en forma ostensible desde el ’99 hasta provocar este vuelco de “llevarse” más de la mitad del padrón (en la elección a gobernador de 1999 no fue a votar el 30% y anuló el voto el 2,1; en el 2001 el 37 y el 6,2; y ahora, el 43 y el 8,4, respectivamente).


¿En qué ha quedado entonces la consigna “para que se queden todos” que Carlos Juárez, el caudillo del PJ, colocó como emblema de esta campaña electoral?


El crecimiento de la tendencia a anular el voto expresó, aun en términos confusos, el reclamo popular por “que se vayan todos” y el fracaso impresionante del centroizquierda para erigirse en una alternativa frente a la descomposición del régimen y del peronismo. En la provincia emblemática de la mafia gobernante y en la que su líder hizo un particular esfuerzo por lograr un éxito electoral (participando varios días de la campaña), la perfomance del Ari fue un fracaso – un 7,62% de los que fueron a votar y poco más de un 3% del total del padrón. La población pareció hartarse de las denuncias de la Carrió sobre la corrupción y de su absoluta impotencia ante la catástrofe social que viven las masas. La diputada no tuvo otra conclusión que echarle la culpa a los que repudiaron, entre otras, su propia candidatura: “No fueron a las urnas y allí está el resultado” (La Razón, 17/9), lo que permite vaticinar una derechización de sus planteos y una agudización de su derrumbe. Horas antes de los comicios en Santiago del Estero, un encuentro de la plana mayor del Ari definió la necesidad de “abrir el partido a la sociedad”. Esto significa abandonar el “espacio ciudadano” junto a la Cta y Luis Zamora sin proclamarlo abiertamente, por cuanto “la intención de Carrió es virar hacia los votantes de centro y procurar despegarse de las banderas más recalcitrantes de la izquierda partidaria” (La Nación, 15/9).


La votación de IU (2,8% de los que fueron a votar) fue marginal, luego de una campaña centrada en la consigna “para que se vayan todos, cambie y vote a la izquierda”, lo que revela que “la izquierda que se une” no ha renunciado a planteos crudamente electoreros y sin contenido frente a la crisis de poder que se niega a reconocer.