Tiró la toalla
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En estos días estamos asistiendo a un ´clásico´ que, no por repetido, fue previsto solamente desde estas páginas: la capitulación completa de un gobierno de la burguesía nacional ante el imperialismo. Luego de haber pretendido durante semanas y semanas que no se movería de la quita del 75% de la deuda impaga para no profundizar el hambre popular, el estridente Kirchner acaba de tirar la toalla, como lo demuestra el anuncio de la formación de un comité de grandes bancos para encarar la negociación con los acreedores. Esos bancos ya habían puesto hace mucho tiempo la condición de que la pretensión de quita del 75% debía poder ser modificada. Incapaz de administrar la negociación de la deuda impaga, Kirchner deberá aprender ahora a administrar su propia crisis política.
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La crisis por la deuda externa que fue declarada en ´default´ llegó a su punto de estallido cuando, hace unas semanas, los bancos seleccionados para hacer el canje por nuevos bonos desistieron de seguir adelante. Significativamente, entre los bancos que decidieron boicotear el canje de los bonos impagos por otros nuevos, se encontraba el español Santander, que opera en Argentina el Banco Río. Es decir que ni los colegas de Telefónica o de Repsol aceptaban el encargo de presentarse, ante los acreedores, con una propuesta de quita del 75%. El boicot de los bancos al planteo de Kirchner fue seguido del comunicado de los gobiernos agrupados en el Grupo de los 7, que ordenaba a Argentina hacer una oferta que fuera aceptable para una mayoría de los dueños de la deuda impaga. El jefe del FMI le comunicó el ultimátum a Lavagna, quien luego rehusó informar a los periodistas sobre los términos que le había impuesto Horst Köhler. La oferta que sería aceptable no debería superar una quita del 50% y debería incluir el pago de la totalidad de los intereses que fueron venciendo desde diciembre del 2001.
Por eso, cuando el miércoles 11 los diarios dieron a conocer que el "comité de bancos" se había reconstituido, era claro que Kirchner y compañía habían capitulado ante el Fondo y sus mandantes capitalistas. El "comité" en cuestión incluye a la bancas de inversión Merrill Lynch y UBS, que jugaran un papel central en el "megacanje" que organizara Cavallo en el 2001, para lo cual aceptarón intereses un 50% mayores a los que tenían los bonos que iban a ser sustituidos. Es decir que en la negociación de la deuda participarán los bancos que vendieron deuda argentina en el 2001, cuando para los poderosos la bancarrota argentina era un hecho irreversible. Está fuera de duda que los bancos (Merrill, el suizo UBS, el inglés Barclays, más los locales Nación, Galicia y Francés) aceptaron ahora esta misión porque el gobierno se ha allanado a la exigencia de otorgarles flexibilidad para moverse por afuera del planteo de quita del 75%. El Cronista no dudó en titular: "Presionado, Lavagna anunció el sindicato de bancos para la deuda".
Los Kirchner y los Lavagna creyeron que iban a poder sortear el pago del 75% de la deuda en ´default´, ofreciendo al capitalismo los negocios jugosos que dejó la devaluación y la pesificación, y ni qué decir el rescate de empresas y bancos mediante la emisión de nueva deuda externa. Es así que desde enero del 2002 la deuda externa se incrementó en la cifra impresionante de 20.000 millones de dólares, mientras el salario caía, en dólares, un 60% y se profundizaba la flexibilización salarial. Kirchner ofreció también un típico negociado ´neo-liberal´, la libertad del mercado cambiario, que permitió la salida de capitales por 25.000 millones de dólares en dos años. La consecuencia de estas medidas fue el retorno de los capitales especulativos, sin importar que el país siguiera en cesación de pagos: la cotización de los bonos de la nueva deuda subió un 50% en seis meses y hasta los bonos de la deuda impaga lo hicieron, aunque en porcentaje menor. En el reciente viaje a Madrid, Kirchner arregló con las privatizadas españolas la nueva ley de renegociación de los contratos, con una repercusión tal que el ministro francés, Villepin, le pidió al gobierno argentino que Kirchner fuera a París para hacer lo mismo con las casas centrales de las privatizadas francesas. El capital financiero interpretó estas agachadas del nacionalismo estridente de Kirchner, no como un motivo para ceder sus pretensiones sobre la deuda impaga, sino, obviamente, para apretar todavía más.
En los días previos al ultimátum del Grupo de los 7, hasta los nacionalistas más arrogantes habían tirado la toalla. Es el caso de Eduardo Curia, que pasó de crítico de Cavallo a asesor del ministro nacionalista popular, De Vido; Curia eligió nada menos que a La Nación para recomendarle al gobierno que pensara menos en el hambre del pueblo y más en el de los acreedores.
Un conflicto de clase
Tanto los choques de la burguesía nacional con el FMI como la capitulación, ahora, ante el ultimátum del G-7, obedecen a estrictos intereses de clase. La burguesía nacional pretende mantener la desvalorización del peso, que eleva los beneficios de la exportación (incluida la desvalorización de los salarios y las tarifas de los servicios que necesita para la producción). El pago de la deuda externa, la nueva y la vieja, plantearía, en cambio, la necesidad de una política que valorice al peso frente al dólar (algo que viene ocurriendo desde hace tiempo), para que una menor cantidad de pesos pueda pagar una igual cantidad de deuda en dólares. Se volvería, en ese caso, a la plata dulce que imperó bajo Martínez de Hoz y bajo Cavallo.
Un canje de la deuda impaga aceptable para los acreedores plantearía un nuevo negocio, que también llevaría a la valorización del peso. La nueva deuda, en las condiciones ´aceptables´ que reclama el FMI, comenzaría a cotizarse un 50% por arriba de su cotización actual, lo que desataría desde ahora una ola de compras y, aunque sea en forma marginal, un reingreso de capitales líquidos a Argentina. Estos factores revalorizarían al peso en relación al dólar. El gobierno norteamericano está reclamando, precisamente, en estos momentos, que el resto de los países admita la valorización de sus monedas frente al dólar. Pero la resistencia a este reclamo es generalizada, porque afectaría las exportaciones de esos países, como afectaría las de Argentina.
Este conjunto de razones permite prever que la capitulación de Kirchner, que dejará de lado la quita del 75%, dará paso a una prolongada negociación internacional, donde la burguesía exportadora buscará minimizar la presión para una revalorización del peso. Pero también dará lugar a crisis políticas, más o menos importantes, como consecuencia de los choques de intereses en pugna.
Como lo demuestra la reducción de los planes de empleo y los ataques en general contra las posiciones de los trabajadores, Kirchner y sus mandantes pretenden que el costo de la capitulación se descargue sobre los explotados; esto forma parte esencial de los intereses de clase comunes a deudores y acreedores. Por eso, es necesario explotar la capitulación, una vez más, de los gritones burgueses nacionalistas, para denunciar sus limitaciones insalvables y preparar la salida de la clase obrera