Políticas

4/5/2006|944

Un sangriento 17 de octubre


Entre el 10 y el 13 de octubre de 1947 —primera presidencia de Juan Perón— la Gendarmería fusiló a un millar de braceros de la nación Pilagá, en Formosa. En ese entonces Formosa era un “territorio nacional” y estaba bajo la autoridad directa del Poder Ejecutivo. La Federación Pilagá denunció en 2004 al Estado nacional por “crímenes de lesa humanidad” y exigió que se investigara la masacre de Rincón Bomba, una localidad cercana a las Lomitas. En un primer allanamiento judicial al Escuadrón de Gendarmería de Las Lomitas, ya se encontró una fosa común con 27 cadáveres, y en Pozo de Tigre, otros 23 (Página/12, 17/3).


 


 


 


La historia había empezado en abril de ese año, en Salta, cuando miles de braceros pilagás, tobas y wichís fueron despedidos sin indemnización alguna del Ingenio San Martín, de El Tabacal. Habían sido llevados desde Formosa “caminando cientos de kilómetros, cargando al hombro sus pobres enseres, sus mujeres y sus niños con la promesa que se les pagaría 6 pesos por día. Pero en El Tabacal se les quiso abonar 2,50 pesos por día”. Y las autoridades los echaron, así que “volvieron a pie hasta Las Lomitas porque carecían de medios para hacerlo por ferrocarril...” (diario Norte, Formosa, 13/5/1947). Para agosto, en Rincón Bomba, se habían reunido entre 7.000 y 8.000 indígenas hambrientos, semidesnudos y enfermos, que pidieron comida a las autoridades y a la Gendarmería. Como ya había chicos y viejos muertos, les entregaron algunos víveres, “pero a los pocos días los indígenas ya no pedían, exigían (...) primero quisieron ver al Presidente en Buenos Aires, es cierto, tan cierto como que después desistieron proponiendo que el Presidente los visitara a ellos ‘para que viera como vivían’”[1]. Tres vagones de alimentos fletados por el gobierno nacional llegaron a fines de septiembre... en mal estado. “A las pocas horas comienzan a sentir los síntomas de una intoxicación masiva. Fuertes dolores intestinales, vómitos, diarreas, desvanecimientos, temblores y nuevamente la muerte... Los gritos y quejidos de dolor en las noches de las madres que aún sostienen en sus brazos a sus bebés muertos retumbaban en la noche formoseña.” A partir de ese momento, las autoridades les impiden entrar al pueblo y enterrar a sus muertos en el cementerio. Un centenar de gendarmes rodea el campamento con ametralladoras, pistolas automáticas y fusiles a repetición.


 


 


 


El 10 de octubre los caciques piden una entrevista al jefe de los gendarmes. “Entre los aborígenes (más de 1.000) se notaba gran cantidad de mujeres y niños, quienes portando grandes retratos de Perón y Evita avanzaban desplegados en dirección nuestra.” Fue el inicio de la masacre. “Al amanecer, hay más de 300 cadáveres y los heridos son rematados. Niños de corta edad, desnudos, caminan o gatean, entre los cadáveres, envueltos en llanto.” Allí no terminó la matanza. La orden fue que no quedaran testigos, y los gendarmes, “con la colaboración de algunos civiles”, comienzan la persecución. En los días siguientes son masacrados 200 en Pozo de Tigre, en Campo del Cielo, en el monte. “Se hubiera podido seguir la trayectoria de las tropas por las piras de cadáveres humanos que se quemaban, porque ‘no había tiempo para enterrarlos’, a medida que avanzaban”. La Gendarmería solicita la intervención de dos aviones caza-bombarderos. Entre los represores, no hay bajas. Entre los pilagás, 700 muertos y 200 “desaparecidos”. El diario La Prensa informa: “En Las Lomitas se produjo un levantamiento de las tribus de indios pilagás (...) Las mismas noticias aseguran que tropas de la Gendarmería Nacional intervinieron inmediatamente para restablecer el orden. Se tiene conocimiento que están listos para partir hasta Las Lomitas, en caso necesario, efectivos del ejército destacados en la guarnición local” (12/10/47).


 


 


 


La masacre de Rincón Bomba se suma a la masacre de Napalpí, de 1924, en el Chaco, cuando miles de cosecheros de algodón tobas, a los que se unieron braceros correntinos y santiagueños, se declararon en huelga por mejores condiciones de trabajo y para que les pagaran en pesos y no en vales. La policía y los ejércitos particulares de los hacendados prendieron fuego a las tolderías y fusilaron a centenares de sobrevivientes. En 1924 gobernaba un presidente radical, Torcuato de Alvear. En 1947, Juan Perón. Los partidos patronales que se llaman a sí mismos democráticos y populares tienen las manos manchadas de sangre.