Políticas

12/4/2007|987

Una nueva situación política

La conmoción popular que produjo la muerte de un militante sindical y social, Carlos Fuentealba, asesinado cuando ocupaba su puesto de lucha en la huelga docente de Neuquén, ha creado una nueva situación política. Esencialmente porque ha desenmascarado, con una sola ráfaga, a todos los candidatos capitalistas —sin excepciones. A los Macri y Blumberg, que ofician de lobbistas del aparato policial y que propagan el cuento de que esa corporación es la custodia insustituible de la seguridad; a los Filmus, que durante dos décadas se han esmerado en consolidar la organización de la educación establecida por Martínez de Hoz y el Banco Mundial; a los Telerman, que con Ucedé o sin ella, no quieren ‘sacrificar’ en beneficio de los docentes la plata que ha asignado a la autopista ribereña; y por último a los Kirchner, que tienen militarizada a Santa Cruz desde Las Heras a Río Gallegos y a las escuelas ocupadas por la policía, además de apelar al recurso de los matones contra los maestros y de las bombas incendiarias contra los sindicatos. Los ‘candidatos’ deberán relegar a un segundo plano el discurso ‘modernizante’ y deberán cabalgar menos sobre el ‘efecto plasma’ —porque como lo demuestra la rebelión docente están insatisfechas las necesidades más elementales de la vida. La conmoción popular no dejó títere sin cabeza: a los Lavagna, a los Romero, a los Obeid, a los Cobos. Todas las provincias registraron, el lunes 9, las movilizaciones más numerosas en décadas, incluso mayores a la rebelión popular de diciembre de 2001. El bombero Yasky tampoco se salvó del repudio, porque él es seguramente el más pérfido de todos: ha aislado las luchas; ha trabajado para que se desangren; ha colaborado con todos los gobiernos para derrotar las huelgas; oficia de cabo electoral de Filmus, un taparrabos de la camarilla justicialista porteña, y se ha puesto al servicio de los patrones a cargo del Ministerio de Educación y del Estado. Su último trabajo sucio, el más infame, es haber salido a disimular las fechorías políticas del cabo Kirchner en Santa Cruz contra los docentes y contra todos los sindicatos unidos en una Mesa de unidad. Asistimos a la posibilidad de la caída de un enemigo histórico de los trabajadores, Jorge Sobisch, como resultado directo de una pueblada. Lo que reúne a todos los políticos y funcionarios del campo capitalista en este momento, a partir del propio Presidente de la República, es evitar a cualquier precio que esto ocurra. Kirchner no quiere tener que poner sus barbas en remojo. En Salta, el pueblo en lucha la ha emprendido, además de Romero contra la Legislatura, con sus Barrios de Pie y sus Frentes para la Victoria incluidos.


El gobierno y sus secuaces políticos de todas las tendencias están confundidos, porque creían a pie juntillas que con un PBI que se mueve hacia arriba al 8% anual y con 40.000 millones de reservas, ‘estaban hechos’. Kirchner llegó a balbucear que los últimos acontecimientos reflejaban “las tensiones del crecimiento”. Antes de él, esas mismas ‘tensiones’ se la atribuían a la crisis. No se trata de una contradicción, porque en un caso como en otro funciona la ley de la confiscación capitalista de los trabajadores por parte del capitalismo y de su Estado. Después de todo, el derrumbe de la educación, de la salud, de la infraestructura, de la vivienda y del medio ambiente refleja que el lucro capitalista pasa por la exportación de soja, minerales, petróleo y automóviles, o por la importación de celulares o por la especulación inmobiliaria o con los títulos de la deuda pública. No hay recuperación capitalista sin incremento del lucro y por lo tanto sin incremento de la explotación y sin el deterioro de los servicios sociales.


Por ahora, Kirchner y sus secuaces del campo político opositor solamente piensan en armar una línea de resistencia: que Sobisch se vaya después de las elecciones neuquinas del próximo 3 de junio y con seguridades judiciales; desmembrar las huelgas docentes con triquiñuelas y los servicios de Ctera o Bergoglio; desarmar el inesperado estancamiento de las paritarias, incluso si para ello hay que abrir la bolsa para la burocracia sindical; reencauzar la campaña electoral. Para más adelante dejan la crisis de los aparatos policiales, los choques con Estados Unidos y Brasil, los enfrentamientos con Uruguay y, por último pero más importante que todos, la imparable procesión inflacionaria. Que un reacomodamiento está en marcha lo prueba la incesante peregrinación de la primera dama a los santuarios del sionismo norteamericano. El gobierno enfrenta una explosión de reclamos sociales cuando la burguesía le pide que ‘enfríe’ la economía, o sea disminuya el consumo personal con el pretexto de aumentar las inversiones.


Definitivamente hay una nueva situación política; han hecho eclosión las contradicciones que se desarrollan al interior de la ‘recuperación económica’ y de la ‘normalización política’. La crisis de régimen, que se arrastra desde 2001, sigue sin solución, y es cada vez más incierto que encuentre un cauce después de las elecciones de octubre próximo. El gobierno ya está anotado para perder, eventualmente, en Capital, Santa Fe y Córdoba, y nunca faltará alguna sorpresa —como lo demostró Misiones. Tampoco los principales obstáculos del oficialismo se encuentran en la oposición; los fracasos de Miceli, Moreno y los dos Fernández alcanzan para justificar un cambio de gabinete. La crisis de régimen político, las fragmentaciones de los partidos, las contradicciones de la recuperación capitalista, el tormentoso horizonte internacional, las crisis provinciales, las divergencias de la burguesía mundial sobre la guerra y en América Latina sobre Chávez; la quiebra interior del aparato represivo; todo esto es suficiente brasa para nuevas rebeliones populares.


En este cuadro, el proceso electoral será el ámbito que deberá discutir la orientación a dar a las puebladas crecientes, que sólo con una orientación política pueden convertirse en una verdadera tendencia, o sea expresar una rebelión contra la organización social existente. El proceso electoral no es una ‘rutina’; debe ser convertido en el instrumento de una lucha política que ofrezca una perspectiva de poder a la rebelión popular —para lo cual es necesario un programa. Con este método es necesario organizar nuevos contingentes de luchadores para la lucha política socialista.


La consigna política inmediata que mejor traduce esta realidad política es la que acaba de aprobar el Congreso del Partido Obrero, que sesionó en el feriado de semana santa, mientras las delegadas y los delegados entraban y salían del recinto para atender sus obligaciones con la lucha que se estaba desarrollando.


Esa consigna es: Abajo los represores de Santa Cruz, Neuquen y Salta —por la inmediata satisfacción de las reivindicaciones de los trabajadores.


Esos reclamos son: un salario mínimo igual al costo de la canasta familiar


Una jubilación del 82% móvil.


Un salario básico docente de 1.200 pesos.


Un plan de viviendas populares en los grandes centros urbanos gestionado por los trabajadores.


Una Bolsa de Trabajo, bajo gestión obrera, para poner fin a la desocupación, y al trabajo en negro y precario.


Que se vaya Sobisch ya; fuera la Gendarmería de Santa Cruz; disolución de la policía de gatillo fácil.


El Partido Obrero llama a los trabajadores en lucha a impulsar la renovación de las organizaciones sindicales, echando a la burocracia. Fuera Yasky y la burocracia de Ctera, que los sindicatos docentes y las asambleas autoconvocadas se autoconvoquen y elijan una nueva dirección.