Políticas

30/4/2003|798

Una victoria política de los explotadores

Tomados en su conjunto, los resultados electorales no dicen nada que no se haya sabido durante la campaña electoral. Las encuestas señalaron desde el principio que el pelotón estaba encabezado por los candidatos que representaban al viejo régimen y que el ballotage tendría lugar entre dos fracciones perfectamente caracterizadas de la burguesía. Estas fracciones se pusieron en evidencia en las elecciones de la UIA y en las divisiones que tuvieron lugar entre los banqueros y en la Bolsa.


 


Contrarrevolucionarias


Las elecciones cumplieron el rol que el Partido Obrero les adjudicó desde el primer momento: una tentativa de la burguesía y del imperialismo (fueron reclamadas por el FMI y el “Grupo de los 7”) para restaurar la autoridad del Estado quebrantada por la bancarrota económica y la rebelión popular. La lucha entre poner fin al gobierno de Duhalde y convocar a una Asamblea Constituyente soberana, por un lado, y, convocar a elecciones en el marco político del viejo régimen, fue ganada por este último. La convocatoria electoral logró encauzar a las fracciones enfrentadas del peronismo, cuando la división de éste parecía bloquear la salida electoral. Para lograr este objetivo el gobierno de Duhalde logró armar un compromiso inestable con el FMI y los banqueros y confinar la lucha popular al movimiento piquetero y a una parte de las fábricas ocupadas. La perspectiva de un encauzamiento político por vía electoral logró mantener el empantanamiento económico, o sea evitar nuevas recaídas, por la vía de la tregua entre los diferentes intereses capitalistas afectados por la bancarrota económica. El éxito del plan electoral consistió en patear la pelota para adelante y dejar el desenlace de la crisis en manos de un nuevo gobierno. Lejos de poner fin al derrumbe capitalista, las elecciones son el preámbulo de un nuevo estallido.


Al imponer una salida electoral en los viejos marcos, la burguesía impuso al mismo tiempo su agenda política: la reorganización del país pero sobre las viejas bases. Una agenda que tuviera como eje a Brukman y a la gestión obrera, o la expropiación de Lapa y la nacionalización de los bancos, o que planteara el reemplazo de las instituciones políticas, era incompatible con elecciones convencionales; la “democracia” no la habría resistido. Duhalde fracasó en querer imponer su agenda mediante la represión en Puente Pueyrredón, pero al final ha tenido éxito en hacerlo por una vía indirecta o desviada. El movimiento piquetero, por su lado, no pudo transformar su victoria contra la represión criminal en una salida política propia; su mayor esfuerzo en esta tentativa culminó con la concentración de Plaza de Mayo en conmemoración del 20 de diciembre.


 


El “cambio” sobre viejas bases


Los resultados electorales son, precisamente, un voto por la reorganización del país sobre las bases antiguas. Este es el contenido social que tiene el “mal menor”. Es muy claro que la evolución que ha tenido la crisis y el resultado de la lucha entre las clases y partidos ha limitado la conciencia del electorado a votar por una propuesta de cambio pero dentro de los moldes sociales y políticos vigentes. Ganaron los representantes del viejo régimen que pusieron fin a la convertibilidad y se han identificado con el “default”, la pesificación y el “cambio del modelo”. Los votos de Kirchner, Rodríguez Saá, Carrió y Moreau superan a los de Menem-López Murphy.


Los límites de esta seudoreorganización son descomunales y ya se han puesto de manifiesto bajo Lavagna: la hipoteca nacional, la quiebra financiera y el pago de la deuda externa son incompatibles con una real salida a la crisis, ni qué decir con una transformación que elimine la desocupación y pobreza en masa.


Las elecciones han sido un registro político, pero de ningún modo una expresión de soberanía popular. Para que ocurra esto último deben existir condiciones de deliberación política irrestricta y el propio poder político debe estar en manos de la mayoría explotada. El electorado ha votado dentro de los marcos sociales y políticos que ha encontrado y que son el resultado de la lucha política precedente a las elecciones. El voto no puede alumbrar una revolución social que no hubiera tenido lugar antes de que fuera emitido.


 


Contra la misma piedra


Dentro del tema del balance electoral se destacan los votos de López Murphy en la Capital, el derrumbe del voto en blanco y la votación marginal de la izquierda. En el primer caso, un elevado porcentaje de la clase media que se movilizó para poner fin a De la Rúa votó nada menos que por el círculo íntimo y el entorno del propio De la Rúa. A nadie se le escapa que, con la incorporación a su elenco de Patricia Bullrich y del ex secretario de Turismo Héctor Lombardi, en la candidatura de López Murphy se alojó el equipo de los “sushi” que pagó la coima del Senado y que llevó a De la Rúa al derrumbe. Lo que es incluso más interesante es que los votantes de López Murphy fueron inspirados por las mismas motivaciones que los llevaron a votar a De la Rúa en el ’99 (e incluso antes): la honestidad administrativa. Este verdadero acto de autismo político condena a este sector de la clase media porteña a sufrir nuevos desengaños y, peor, confiscaciones. De todos modos, ha votado en función de sus intereses de clase, no solamente porque aspira a una reorganización puramente capitalista del país sino porque la caída del dólar en las últimas semanas le hace creer que podrá recuperar sus ahorros sin pérdidas patrimoniales.


El estruendoso fracaso del votoblanquismo es un fenómeno interesante, porque realmente se desmoronó en los últimos días cuando quedó en evidencia que no tenía ninguna gravitación política. Se quebró así el mito de que la abstención sería de por sí revolucionaria, o sea con independencia de las condiciones políticas. El Partido Obrero fue el único que advirtió tempranamente el derrumbe del abstencionismo; otros partidos de izquierda, en cambio, sólo desecharon la abstención porque son electoralistas por principio.


 


La izquierda y el Partido Obrero


La bajísima votación de la izquierda fue advertida por los encuestadores desde el comienzo. Es probable, pero de ningún modo seguro, que esta baja votación sea un castigo del electorado por la falta de un frente de izquierda. La polarización entre los candidatos del viejo régimen podía igualmente haber prevalecido en los mismos términos incluso con un frente de izquierda. La ausencia de este frente, en todo caso, puso de manifiesto el fuerte error de caracterización de Izquierda Unida, que venía sosteniendo que Argentina (y en primer lugar IU) sería alcanzada por la onda de izquierdización electoral que se había manifestado en Bolivia, Brasil y Ecuador y que está presente como posibilidad en Uruguay. Al final se impuso el dicho de que no hay que comerse ninguna torta que no haya sido previamente horneada.


Los militantes del Partido Obrero supimos desde el primer momento dos cosas: que se había impuesto el terreno que quería la burguesía y al cual nos habíamos opuesto y habíamos combatido; dos, que la campaña electoral debutaba con una intención de voto menor por la izquierda y por nuestro partido. Sabíamos, asimismo, que las elecciones iban a dar un resultado político ilusorio, porque no resuelven la bancarrota del régimen, que deberá pasar por más crisis y por nuevas confrontaciones. Aun con esta claridad y con esta conciencia, la expectativa era bastante mayor que la recogida por el simple motivo de que el PO había crecido fuertemente en los últimos años y por su lugar en el protagonismo popular. Colocado el problema en estos términos, sólo un debate amplio entre todas las organizaciones y militantes del PO podría producir una verdadera clarificación. Es lo que haremos. De todos modos, nuestro partido no ha conquistado aún una identidad de alcance histórico en el seno de las masas y es por eso que no cuenta con un voto “cautivo” o identificado ideológicamente. Las votaciones por el PO reflejan fuertemente la coyuntura en que tienen lugar y la fuerza organizada que hayamos alcanzado; no contamos con un capital de reserva. Eso es todavía algo que tenemos que conquistar, lo que ocurrirá inevitablemente en el marco de nuevas crisis y de nuevas confrontaciones.


Precisamente por esto importa ver cuáles son los escenarios que emergen de esta elección.


El primero sería que se afirme la tendencia a recuperar la autoridad del Estado y que, de aquí a fin de año, se produzca una suerte de “normalización política” a través de las elecciones provinciales. En este caso, deberemos dar toda la prioridad a la lucha en este campo, lo que significa que habrá que poner al día las cuestiones reivindicativas y que nos esforzaremos en agrupar en torno de ellas a todos los sectores en lucha para conquistar posiciones representativas. Para llevar adecuadamente adelante esta tarea es necesario reforzar al PO, formar a los cuadros que han emergido en las luchas y profundizar la campaña de clarificación de posiciones y de agrupamiento de fuerzas. Es muy probable que cobre fuerza en la izquierda una adaptación al nuevo escenario político y, con ello, la tendencia a los frentes centroizquierdistas o al electoralismo sin principios. El frente de los socialistas de Bravo, Carrió, la Cta (Claudio Lozano), sectores de Kirchner, todos ellos con Ibarra, es una clara manifestación de adaptación a una variante como la descripta.


El otro escenario es que las elecciones sean un episodio aun más breve dentro de la crisis, como lo hace prever, por ejemplo, el fin de la mentada reactivación de Lavagna y las presiones de la banca internacional para poner fin a la cesación de pagos de la deuda pública. Las próximas instancias electorales podrían tener lugar igualmente, pero en este caso en condiciones diferentes a las elecciones recientemente realizadas. En esta variante volvería al primer plano el planteo de que se vayan todos y la reivindicación de una Constituyente con poder convocada por las organizaciones en lucha. La necesidad de transformar en luchadores políticos conscientes y socialistas a los miles de piqueteros y asambleístas cobra, en este caso, una importancia mayor aún.