Políticas

18/12/2008|1068

Urtubey entrega a nuestros niños y jóvenes a la Iglesia de los Basseoto y los Grassi

Fuera de las aulas los oscurantistas, pedófilos y defensores de la dictadura

Con el solitario voto en contra de los dos diputados del PO, se aprobó la ley de educación del gobernador Urtubey, que impone la enseñanza religiosa obligatoria en el primario y el secundario. Es, además de un ataque reaccionario, un acto de vasallaje ante una institución jerárquica, conspirativa y extranacional.

La Legislatura llegó al extremo de reservar al obispo el derecho de nombrar los maestros de religión, incluso en la escuela pública. El bloque del PJ, el Partido de la Victoria y el PRS, fundamentaron su apoyo esgrimiendo que la religión es fundamental frente a la “crisis de valores” que sufre “nuestra” sociedad. ¿Qué valores defienden la Iglesia y sus agentes?

La Iglesia fue uno de los más sórdidos sostenes de la dictadura de Videla y las anteriores (Onganiato, Libertadora, etc.). El nuncio Pio Laghi visitaba la ESMA mientras los curas asistían a sesiones de tortura y “absolvían” a los militares que arrojaban al río a los desaparecidos. Administraron la apropiación de los niños nacidos en cautiverio, como hoy regentean el tráfico ilegal de bebés (Baseotto). Hoy, es la más enérgica promotora de la “reconciliación nacional”; o sea, de la impunidad para los genocidas.

Bastión de la reacción política, el clero otorga a la propiedad privada -una de sus “leyes naturales”- carácter divino. Y si fracasa su prédica de obediencia y sumisión, llama directamente a reprimir las luchas populares. Esta semana, el cura Aguer reclamó mano dura con los estudiantes “que no respetan la autoridad” (los griegos desvelan a muchos).

Aunque se pretenda travestir como una fuerza espiritual, la Iglesia es un poder político trasnacional y antidemocrático con quince siglos de defensa de las clases poseedoras. El Estado Vaticano es una dictadura teocrática con jefatura vitalicia ejercida por un mandatario elegido por un reducido grupo de jerarcas. Sus relaciones con la mafia quedaron documentadas en el affaire del Banco Ambrosiano, y con Wall Street el lazo es cristalino.

Ratzinger dice que el derecho natural está por encima de las leyes nacionales y moviliza su feligresía en favor de sus intereses (en España, Bolivia, Uruguay, Nicaragua, etc.). También incita a conspirar contra las libertades democráticas y a desacatar las leyes que las norman, en nombre de una autoridad emanada de un dios de quien se reclama único oráculo. Según la Iglesia, quien desobedece sus leyes “naturales” será martirizado en el infierno. Esta notable legitimación doctrinaria  de la tortura post mortem no les impidió infligirla en la Tierra contra todos sus enemigos.

Pero, además, la Iglesia envenenó generaciones completas en la idea del pecado carnal y la culpa y castigó a las desobedientes. Su sexofobia explica que esté llena de curas perversos, que usan su autoridad “espiritual” para violar chicos y jóvenes. La Iglesia no sólo está llena de paidófilos, como quedó en claro con las denuncias de las chicas y los chicos violados en Boston y, ahora, con las denuncias de masivas violaciones de niños esquimales por curas jesuitas. En Argentina, Grassi es apenas la punta del iceberg. Lo que mejor caracteriza a la Iglesia es su sistemática defensa de los curas violadores de niños. La defensa de millares de curas paidófilos incluye ocultarlos en el Vaticano para que eludan la Justicia. Ratzinger prometió la excomunión a quienes los denuncien y reglamentó las formas de coacción contra las víctimas. La jerarquía eclesiástica acató y ocultó por años sus directivas, que fueron descubiertas casualmente.

Aunque practicó libremente la homosexualidad hasta el siglo XII, hoy el clero repudia  las minorías sexuales y combate cualquier avance de sus derechos. Su homofobia es política: los homosexuales refutan de facto el pregonado vínculo forzoso entre sexualidad y procreación y prueban que la familia es una institución modificable e histórica, no una invención divina. Instigan la violencia contra personas no heterosexuales.

El sabotaje a la ciencia no terminó con Galileo. La Iglesia se opone, por ejemplo, a la inseminación artificial y a la investigación de las células madre, claves para prevenir y curar enfermedades. Miente a sabiendas cuando dice que los preservativos NO son una barrera para el VIH y propone la abstinencia. Su veto a la anticoncepción promueve el aborto ilegal y la maternidad precoz. La injerencia de la Curia en la vida de la juventud pone en riesgo grave su salud moral y física.

La Iglesia es una institución misógina, que predica la inferioridad de las mujeres -jamás se retractó, como sí lo hizo en el caso de Galileo o por su antisemitismo. Tardó siglos en decidir si las mujeres tenían alma -del mismo modo que con los pueblos originarios- y las excluye de las funciones sacerdotales, violentando con la complicidad del Estado las leyes nacionales que garantizan iguales derechos sin distinción de sexo. La religión católica -y muchas otras-son la justificación teológica de la opresión de la mujer. Los “padres de la Iglesia”, que Ratzinger cita profusamente, opinaban, por ejemplo, que “el marido ama a la mujer porque es su esposa, pero la odia porque es mujer” (San Agustín). En lo sucesivo, los niños y adolescentes salteños escucharán obligatoriamente que las mujeres son culpables de la expulsión del paraíso y portadoras de la “tentación”. ¡No existe mejor promoción de la violación y la violencia de género!

Los “valores morales” con que el gobierno de Urtubey (y antes Romero) pretende seguir moldeando a maestros y alumnos, es nada más que la  histórica defensa de los intereses de los explotadores, basada en “mandatos divinos”. El Partido Obrero defiende intransigentemente el laicismo y seguirá empeñado en lograr la exclusión de la Iglesia de toda función asistencial y educativa.