Políticas

7/8/2003|812

Zaffaroni

La propuesta de Zaffaroni para integrar la Corte Suprema, por parte del gobierno de Kirchner, ha levantado una polvareda de apoyos y rechazos fervorosos, estos últimos por parte de la derecha genocida, eclesiástico-videlista.


Ante los embates derechistas, Zaffaroni ha señalado que fue funcionario judicial bajo los más diversos gobiernos, desde Onganía hasta Alfonsín, así como integrante, desde el Inadi, del gobierno de De la Rúa, Alvarez y Cavallo.


Al efectuar esta defensa, Zaffaroni se ha colocado, correctamente, como un hombre de Estado. Por el período que le ha tocado, del Estado capitalista argentino en descomposición.


La derecha lo ataca porque Zaffaroni manifiesta estar a favor de aplicar las garantías constitucionales de este Estado, algo que ese sector de la burguesía no considera adecuado tolerar, frente a la movilización popular, disfrazando su planteo como “la lucha contra la ola delictiva”.


El candidato del gobierno es un jurista de renombre internacional, respetado por su crítica puntual a la escuela alemana de derecho penal, liderada, entre otros, por Roxin. La crítica de Zaffaroni a esta corriente es correcta, en la medida en que esa escuela se coloca como la vanguardia “progresista” del derecho penal, cuando en realidad no es otra cosa que una versión retorcida del pensamiento reaccionario del filósofo alemán Heidegger, nacido de las entrañas del nazismo.


Pero al criticar a esta escuela, por las limitaciones de su enfoque (contrario al materialismo dialéctico, del que se reconoce no tributario), Zaffaroni ha permeado aspectos esenciales del discurso al que critica. Lo que mantiene de la escuela alemana – es decir, su metodología – es fatal para las libertades.


Su crítica a los fallos judiciales reaccionarios se coloca en el terreno de las “fallas” de la ley. Para la doctrina internacional, el corte de ruta es una mera contravención penalizada con una multa. Es por esto que para Zaffaroni no es delito.


Pero sí, en cambio, hubiese una ley bien dictada y reglamentada, Zaffaroni, como hombre de Derecho, aceptaría aplicarla, como lo hizo durante largos años como juez, bajo el gobierno que fuese.


Zaffaroni, entonces, no está contra el orden constituido, sino contra su desorden.


La contradicción de Zaffaroni, es que los cortes de ruta, los piquetes, las asambleas populares y las fábricas recuperadas, son el desorden.


Pretender “ordenar” un mundo que se derrumba, es una misión condenada al fracaso. El mejoramiento de las leyes de un Estado en descomposición, es un intento objetivamente reaccionario.


Esta contradicción de Zaffaroni, que es la del “progresismo” en general, es la que agudamente ha tenido en cuenta Kirchner, a la hora de proponerlo para la Corte Suprema.