Políticas

1/9/2005|915

Zamora al desnudo

Dos diarios, por lo menos, se ocuparon los últimos días de los avatares de Luis Zamora. Uno fue Clarín (24/8), que le dedicó un espacio generoso, aunque escondido, para destacar que “En menos de dos años… se partió en cinco”. Se trata de una descripción limitada, porque los cinco bloques que salieron del ‘partido’ de Zamora representan la pérdida de todos sus diputados nacionales y legisladores de la Ciudad (en la Legislatura perdió primero a una de las titulares y, hace dos semanas, al suplente de ella).


El otro que le dedica un espacio es Ámbito, del mismo día, pero para informar que en un almuerzo del Círculo de Periodistas acreditados en la Casa Rosada, Zamora declaró “que los medios de producción deben estar en manos privadas o públicas no estatales, administradas por los usuarios”. Para Ámbito, Zamora se convirtió en un “privatista”.


Las dos noticias reflejan una descomposición política en todos los planos. Con un caudal de votos impresionante, Zamora fue incapaz de construir una fuerza política, sea en los moldes ‘autogestionarios’ que pregonó o en cualquier otro molde. La experiencia zamorista supera lo conocido en los anales del arribismo, lo que no es poca cosa en la corrupta política argentina. Su doctrinarismo antiizquierdista acabó en un planteo capitalista de características vulgares. Ideológica e histriónicamente se emparenta con Nito Artaza: despotrica contra el FMI, por un lado, y defiende, por el otro, la propiedad privada y la explotación social de la clase obrera.


Zamora, sin embargo, vuelve a presentarse a elecciones y hasta asume el riesgo (¡!) de nuevo de inscribir una lista de lealtad incierta. Él mismo ha dicho que lo hace como consecuencia de las favorables intenciones de voto que reflejan las encuestas. Es la definición política de un aventurero. Nadie como él ha convertido a la política en una carrera personal hasta este extremo, despojada de toda connotación programática, o sea estrictamente vinculada a ventajas materiales. Pero el resultado final de las urnas puede no llegar a coincidir con lo que anuncian algunas consultoras.


Zamora fue muy aplaudido en el exterior por los llamados movimientos anti-global y foros sociales, que lo veían como un ‘renovador’ que se sacaba de encima los ‘clichés’ de la lucha de clases, la revolución o la dictadura del proletariado. Lo veían como un zapatista del asfalto. Ahora, ninguno de éstos abre la boca. La ‘renovación’ ha concluido bajo la viejísima forma de la corrupción política (ideológica y no ideológica). El hombre que abogaba por las decisiones desde abajo termina acusado de ‘autoritarismo’. El que hiciera un negocio electoral repitiendo que no tenía respuestas sino preguntas, acaba denunciado por ‘personalismo’ y refractario a cualquier cuestionamiento.


A Zamora se lo ha querido presentar como un emergente del fracaso de quienes luchan por la organización independiente de la clase obrera y la suplantación del Estado capitalista por medio de una revolución social. Nada acreditaba mejor esta tesis que el hecho de que él mismo proviniera del MAS. Pero no es casual que lo que lo catapultó al ‘estrellato’ fue la versión de que se había convertido en vendedor ambulante de libros. Quien hoy es acusado por sus ex compañeros de malversación de fondos había impuesto una imagen de modestia, vinculada al discurso contra ‘la clase política’. Zamora está, en este sentido, más cerca de Carrió que de un trotskista; no en vano no se acerca a un piquetero ni de casualidad. Forma parte de la fragmentación política de los partidos tradicionales y de la dispersión que esto ha producido en la clase media de las ciudades grandes.


Desde el punto de vista de la izquierda, sin embargo, la descomposición descomunal del zamorismo representa el fracaso de una tentativa de dispersión política de fuerzas. Zamora llevó hasta sus últimas consecuencias el planteo movimientista que caracteriza a toda la izquierda mundial, donde lo que importa es la convivencia de planteos contradictorios, no la concentración de fuerzas organizadas en torno a un programa. La dispersión del zamorismo es, en este plano, paralela a la quiebra de Izquierda Unida, la cual ha tenido un final no menos bochornoso, como es su subordinación a la ex Alianza o al clericalismo cafierista. Algunas asambleas barriales pretenden hacer política, sin embargo, con los planteos movimientistas o dispersivos del zamorismo.


A la luz de esta experiencia, la necesidad de construir un partido de la clase obrera es incuestionable, porque opone la concentración práctica e intelectual de fuerzas para una lucha decisiva contra el capital, a la dispersión de fuerzas de inconfundible final parlamentarista o electorero. Llamamos a aprovechar la lección política del fracaso movimientista para discutir, una vez más, a la luz de experiencias nuevas y perspectivas más profundas, la construcción de un partido obrero revolucionario.