Zamora: ¿De izquierda, yo?
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¿Quién votó a Zamora?
Según el mismo Zamora, “muchos (que) cambiaron su voto en blanco o nulo” (Clarín, 16/10). De acuerdo a esta interpretación, Zamora sería una especie de político “emergente”, que ha sabido corresponder al electorado que, dicen los diarios, “repudia la política”. En esta variante, su figura de viejo luchador que se reclamaba de la IV Internacional e injuriaba al viejo trotskista E. Mandel por revisionista, en la Facultad de Filo, ha quedado reciclada a la de un viajante de comercio, en este caso de libros, que rechazó la “jubilación de privilegio”. De político marxista ha pasado a encarnar al político “qualunquista” *de la multitud anónima.
Pero podría haber otra interpretación, la que dice que lo votaron aquellos que lo recuerdan como un luchador de izquierda, desafiando a Bush y a sus alcahuetes nativos en el Congreso nacional. En un período de crisis y convulsiones, como el actual, ese recuerdo explicaría la emigración de votos reales y potenciales de la izquierda hacia Zamora.
Lo que, sin embargo, ambas interpretaciones tienen en común es que la identidad política de Zamora no está clara, incluso para él mismo, al punto que le ha dicho a Clarín (16/10) que “no sé si definir a mi partido como de izquierda”. Es decir que, independientemente de lo que depare el futuro, Zamora es un cero político. Según él mismo, ingresó a la campaña electoral por un motivo tan hueco como que “ahora nos pareció que teníamos algunos puntos interesantes para pensar y que una campaña electoral daba la posibilidad de llevarlos lejos” (Página/12, 13/10). Un poquito complicado esto de “llevar lejos” los “puntos interesantes para pensar”.
La verdad es que Zamora se lanzó al ruedo sólo después que comprobó el éxito electoral de la izquierda en las elecciones de la Ciudad en mayo del 2000. Ya fogueado en la ventas, percibió que había un mercado electoral potencial para explotar su apellido. Hasta ese momento había deambulado por programas como el de Grondona, con el solo fin de agredir a la izquierda. Incluso fue esta la tónica con que largó la campaña para legalizarse, lo cual motivó que se apartaran de él tanto el Mas como la Lsr. Incluso más tarde, no ha abandonado este antiizquierdismo, aunque sí trata ahora de disimularlo… a veces.
La candidatura de Zamora estuvo relacionada con una característica de esta campaña electoral, en donde la desintegración de la Alianza y la crisis del peronismo dieron paso a los advenedizos políticos o llaneros solitarios, como Carrió y Farinello, y naturalmente a la tendencia al votoblanquismo. Una aventura típicamente dialéctica le permitió llegar primero por haber comenzado tarde. Sus adversarios políticos no tuvieron tiempo de desgastarlo. A pesar de no estar enrolado en lo ya establecido, Zamora no ha aparecido como una excepción sino como la regla. En el desbande político actual, lo excepcional es defender la necesidad de un partido revolucionario.
Zamora se opone, no al Estado capitalista sino a “la democracia representativa, (porque) no es ni democracia, ni representativa”. Plantea que “hay que trabajar por métodos de democracia directa” y por eso “encuentr(a) muy legítimo el voto en blanco”. Ya el Mas morenista, y hoy incluso el Pts, reclamaba la reforma del artículo 22 de la Constitución, que sostiene que “el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes”, para suplantarlo por la “democracia directa”. Pero la democracia directa en un Estado burgués sólo puede existir mediante “consultas”, referéndums y “plebiscitos”, es decir sin deliberación política, solamente por el Sí o el No. Bajo una dictadura obrera, la democracia directa sí tiene la posibilidad de ser deliberativa, bajo la forma de consejos obreros, asambleas populares o soviets revolucionarios. La “democracia directa”, bajo el régimen burgués, sólo existe bajo la forma de un poder personal o bonapartista. Fujimori, Pinochet y Chávez se han valido de “los métodos” de la “democracia directa”. Esta apología del régimen plebiscitario explica la facilidad con que Zamora, IU y el PH despotrican contra “los políticos” sin caracterizarlos por sus partidos o las clases a las que sirven. Un ladero periodístico de Zamora acaba de escribir en Página/12 (15/10) que “el socialismo en sus términos clásicos”, así como “la toma del poder y el partido leninista… ha perdido casi (sic) todos los debates”. Esta sentencia caprichosa mide la distancia del recorrido de Zamora.
Zamora admite, a pesar de todo, coincidir con “reivindicaciones características” (Clarín) de la izquierda, es decir que no son reivindicaciones de izquierda, aunque es usual encontrarlas en la izquierda. Zamora mide sus palabras al centímetro. Una de esas reivindicaciones es el “no pago de la deuda externa”, aunque otra acepción corriente en Zamora e IU es la “suspensión” para sentarse a discutir. Tampoco hay que asustarse con que esta reivindicación nos lleve a un gobierno o sociedad de izquierda, porque no es una consigna de izquierda sino apenas “característica” de ella. Desde 1983, la ha presentado siempre como una medida aislada, de donde se podría “sacar la plata”, por ejemplo, para educación o salud. Se pretende que este planteamiento tiene un status de programa, cuando se trata de una simple vulgaridad, porque la deuda externa no es un problema de caja, toda vez que “la plata” se podría sacar de allí o de cualquier otro lado, y Verbitsky, por ejemplo, prefiere meter la mano en “la caja” de la burguesía argentina que, dice, “nos endeudó”, y no en la de los acreedores internacionales, con los que propone “renegociar”.
La deuda externa, en realidad, es una relación social de explotación económica, sobre la cual se ha estructurado una relación de dominación política, de modo que la solución radical del asunto lleva al “demodé” gobierno de los trabajadores y a la reestructuración socialista de la sociedad. El “loco del no pago”, como se autodesigna Zamora en referencia a su pasado, sólo estaba “loco” porque no sabía (ni sabe) de lo que estaba hablando. Una reivindación aislada, que ni siquiera plantea una perspectiva o estrategia de izquierda, no digamos socialista, es una chapucería.
Esta es la fisonomía política de la primera fuerza de ¿izquierda? de la Capital Federal.