Políticas

5/4/1989|263

Zamora y Vicente se pintan la cara

La dirección del Mas ha descendido el último peldaño de la degeneración política. Sin mosquearse, acaba de franquear un nuevo paso en su alineamiento político con el Estado y con la represión “carapintada”, que se manifestara en oportunidad de la masacre de La Tablada. En esta ocasión, siempre es pedagógico recordarlo, Luis Zamora se apresuró al ministerio del Interior a expresarte al gobierno la solidaridad política del Mas, cuando los “carapintadas” estaban aún en plena “faena”. Dos meses más tarde, los dirigentes del Mas llamaban a boicotear la marcha de Madres contra la militarización y las leyes represivas que habían sido horneadas por las bombas de fósforo lanzadas el 23 de enero. Nadie le trazó a la dirección del Mas la línea divisoria; ella se la dibujó sola. Eligió el campo de la reacción política, no solo por presión sino por vocación.

Pero ahora la dirección del Mas se ha superado incluso a sí misma. Su consigna del momento es: “Defender legalmente a los atacantes es reclamar su libertad… estamos en contra de defenderlos”. El abogado de los “derechos humanos” ya le ha sacado a este tema todo el jugo que podía favorecer su carrera política; el puesto de diputado, ahora, depende de su servilismo para con la represión. Los dirigentes del Mas aún piden la “Investigación de La Tablada”, pero no necesitan de ella para reclamar la condena de los atacantes. Tampoco esperan a que se pruebe la culpabilidad de los acusados en un juicio impecable; al igual que a los “carapintadas”, el “estado de derecho” los tiene sin cuidado. Ahora está claro que cuando la dirección del Mas le reprochaba a Madres de Plaza de Mayo el no levantar la consigna de juicio y castigo a todos los culpables, se estaba refiriendo al castigo de los militantes del MTP. Es a esto que la dirección del Mas llama mantener las banderas históricas. Esto es algo más que una sutileza, porque nadie que mantenga la continuidad de la lucha contra el aparato represivo del Estado puede coincidir con éste, como coincide la dirección del Mas, siquiera por un momento.

Para los dirigentes del Mas, la condena judicial de los militantes del MTP se justifica por completo, porque lo contrario, su defensa, “solo puede hacerse, dicen, sobre la base de reconocer que algún aspecto del asalto a La Tablada fue reivindicable o progresivo”. De acuerdo con este raciocinio, si así se lo puede llamar, la solidaridad mutua de los militantes populares, contra la represión estatal debería estar condicionada, en cada oportunidad, a un acuerdo político unánime sobre la naturaleza de la política de cada uno de ellos. Está claro que si la solidaridad debe pasar primero por esta clase de exámenes, ella ha quedado concretamente liquidada. La dirección del Mas no se limita a pedir cárcel para los activistas del MTP; va más lejos aún al sentar una doctrina divisionista sobre la unidad popular frente al Estado burgués Precisamente, la solidaridad popular frente al Estado burgués debe ser incondicional; condicionarla significa plantar en el seno del pueblo que lucha la gangrena de la delación policial. Desde el momento en que pide la condena criminal, la dirección del Mas está obligada a considerar “progresiva” la delación de los criminales. Cuando a Vicente se le preguntó recientemente si denunciaría a gente ligada al MTP en el caso de que perteneciera a Izquierda Unida, respondió que en IU no hay gente ligada al MTP… Como se ve, Vicente sacó con mucha anticipación las conclusiones que se derivan de la doctrina de los dirigentes del Mas. ¿Quién se hubiera imaginado hace un tiempo que Vicente y Zamora alcanzarían tal grado de “homogeneidad” política?

Para los dirigentes del Mas “ningún aspecto” de la acción del MTP es “reivindicable”. Pero esto no solo depende de lo hecho por el MTP, depende también de la estrategia y de la política de quien critica esa acción. Para una dirección carrerista y arribista no hay nada de “reivindicable” en alguien que se juega la vida, independientemente de que protagonice una acción política irresponsable. Para una dirección revolucionaria es, sin embargo, “reivindicable” la disposición a entregar la propia vida en la lucha por un ideal. También es “reivindicable” la decisión de pasar de las denuncias verbales a los hechos frente a los que no pasan nunca del charlatanerismo. Los dirigentes del Mas no encuentran nada “digno” en la acción del MTP porque son ellos quienes carecen de dignidad. Poner de relieve el aventurerismo político y las alusiones democratizantes del MTP constituye un juicio sobre el conjunto de la política de éste, de ninguna manera supone condenar los propósitos morales y las intenciones generales de sus miembros. Los dirigentes del Mas no perciben nada “reivindicable” en la acción del MTP que justifique defender, no la política de éste, sino su libertad frente al Estado burgués, por la simple razón de que para ellos, los sucesos de La Tablada habrían perturbado el festín electoral que calculaban hacer el 14 de mayo. La condena judicial que la dirección del Mas pide para los sobrevivientes del MTP, es un intento último que ella realiza para salvar su aspiración a meter un diputado en el próximo parlamento.

Los dirigentes del Mas son muy “francos” Dicen que “no confían en la justicia burguesa”, lo que en este caso debe entenderse en el sentido de que ella sería excesivamente benigna con el MTP. Ante una “justicia popular”, dicen, pedirían la cárcel para quienes pretendieron copar La Tablada. Pero si hubiera “justicia popular” en La Tablada no habría “carapintadas”. La “justicia popular” solo sirve para enmascarar la exigencia de que la justicia del Estado burgués condene con fuertes penas a los asaltantes del cuartel. Los dirigentes del Mas se han convertido por sí mismos en fiscales del alto mando militar y en verdugos de sus compañeros —porque hasta el día anterior buena parte de los asaltantes se codeaba por las mismas oficinas que los dirigentes del Mas.

Los dirigentes del Mas han tomado prestada la caracterización del MTP del vocero de Alfonsín, José Ignacio López. Son “delincuentes” —dijo éste-no estamos en presencia de una acción política. ¡Qué bajeza! En un país que presenció tres levantamientos militares, el intento de copar un cuartel, con la certeza o presunción de un cuarto levantamiento, no sería una acción política. La sustracción de 50.000 ejemplares de varios libros, en perjuicio de la editorial El Yunque, perpetrada por Moreno en 1976, al amparo de la dictadura militar, fue, en cambio, un gesto de cuño marxista.

La negativa a reconocer el carácter político de todo lo ocurrido en La Tablada tiene como propósito ocultar la naturaleza política que tuvo la decisión de reprimir. Un hecho delictivo común o no tan común no requiere de un decreto reservado del Poder Ejecutivo ni un pacto con el alto mando militar, ni las garantías de que los represores no serían interrogados por la Justicia con posterioridad. Como consecuencia de su propia miopía, ésta sí típicamente criminal, la dirección del Mas ni siquiera cree que exista un proceso de militarización del Estado.

Pero: ¿y si fueran delincuentes? La delincuencia es un fenómeno social, y es en este carácter que debe apreciarlo un marxista. La delincuencia tiene por fondo histórico la propiedad privada. Al condenar indiscriminadamente a la delincuencia, los dirigentes del Mas revelan su vocación de fiscales del Estado. Aun si lo de La Tablada hubiera sido una acción delictiva, es decir, donde estuviera cuestionada su motivación general, antes de condenar a sus protagonistas habría que investigar los antecedentes y circunstancias de los hechos. Tanto los dirigentes del Mas como el juez de instrucción, prefieren pasar olímpicamente por encima de las circunstancias políticas, ignorar la destrucción de pruebas dentro del regimiento controlando por los “carapintadas”, escamotear los planteos previos de Alfonsín y Menem acerca de un inminente levantamiento militar, hacerse los distraídos con relación al proceso institucional que puso en marcha la represión —en fin, prefieren mantener el velo sobre la acción sigilosa y las conspiraciones internas del Estado opresor, para lo cual necesitan clasificar al incidente como delincuencia y mutilar luego la investigación integral del “delito”.

Los dirigentes del Mas afirman que lo de La Tablada sirvió de excusa para la represión, sin percibir que con ello confiesan que se trató de una acción política. Pero como sujetos políticamente capituladores, la emprenden, no contra la represión sino contra los que le habrían servido como excusa y contra los que, como el 23 de marzo, se movilizaron contra la militarización sin aceptar historias ni excusas.

Los dirigentes del Mas pretenden hacer creer a los incautos que tienen una larga trayectoria de defensa de los derechos políticos de militantes que hubieron participado en acontecimientos violentos o foquistas, cuando estos hechos “formaban parte, dicen, de la justa lucha popular”. Pero los dirigentes del Mas no nos dan, ¡ay!, el precioso secreto que les permite distinguir al terrorismo individual que “forma parte de la lucha popular” del que no tiene esa característica. Lo que, sin embargo, la dirección del Mas en realidad reivindica es el terrorismo individual exitoso del que no lo es, independientemente de su relación con la techa popular. Los dirigentes del Mas no perciben que el carácter no revolucionario del terrorismo se acentúa precisamente cuando emerge un movimiento de lucha del pueblo, y de que prospera en cambio en el reflujo. No es contradictorio el intento de copar La Tablada con la falta de apoyo popular, precisamente porque La Tablada se produce como consecuencia del fracaso del movimiento popular en aplastar a los carapintadas y en impedir las leyes de impunidad. La excusa del copamiento del MTP, ésta sí bien real, ha sido brindada por todos los políticos impotentes, incluidos los de izquierda, que apoyaron las “actas democráticas” y que elogiaron la “lucha” de Alfonsín contra las sublevaciones militares El asesinato de Aramburu o del Sallustro de la Fiat o muchos otros, no formaron parte de ninguna “lucha popular” sino de la crisis de la dictadura de aquel entonces y de la política de la burguesía, Perón y Balbín por reconstruir la estabilidad política del Estado burgués en el marco del llamado proceso de institucionalización, que el Mas de entonces apoyó con la totalidad de sus recursos políticos. A fuerza de no encontrar nada “reivindicable” en el MTP, en beneficio entero de los “carapintadas”, los dirigentes del Mas se libran a la apología del foquismo del 70, que habría sido parte de la “lucha popular”, escamoteando su naturaleza antirrevolucionaria, que terminó por llevarlo al fracaso, a la derrota y a la liquidación de una generación. Esto sí la dirección del Mas lo saluda.

Cuando los dirigentes del Mas dicen hoy que en la época de la dictadura militar defendían a los presos, se refieren a que fueron los únicos dirigentes, hasta el día de hoy, de toda la izquierda (y en aquella época adelantándose incluso a la dictadura), que denunciaron a Madres y Familiares, en 1981, por no reclamar una ley de amnistía Bajo Isabelita se negaron a luchar por la libertad de los presos guerrilleros (porque sólo debían defenderse, afirmaban a los “civiles” que estaban detenidos “a disposición del Poder Ejecutivo”, es decir no juzgados ni condenados por tribunales civiles o incluso militares) mientras mandaban, sí, telegramas de condolencias a los miembros de los aparatos represivos que caían en la lucha contra los foquistas de aquel período. “Dime de qué te jactas y te diré de qué adoleces”. Tanto cuento sobre el pasado pretende tapar las fechorías de entonces y los crímenes de hoy.

Izquierda Unida, por sorprendente que le pueda parecer a más de uno, se ha venido a dar de bruces en torno a la cuestión de las libertades democráticas. Néstor Vicente coincidió en el tiempo y en el espacio con estas posiciones que sin vergüenza Zamora también reivindica como propias. Vicente y Zamora han puesto al descubierto ante la izquierda que la defensa de la democracia, en tanto organización política históricamente determinada, no es más que la defensa del Estado burgués como órgano de opresión de la clase capitalista. Por eso en nombre de la democracia renuncian a la lucha por las libertades democráticas, cuya viabilidad está condicionada a que se la entienda como una lucha contra el Estado. Así como la Coordinadora radical inventó aquello de “somos la vida, somos la paz”, para concluir su trayectoria con tres capitulaciones ante la derecha, el ascenso de los genocidas y la masacre de La Tablada, la izquierda democratizante reimprimió la muletilla de la “democracia con justicia social” solamente para renunciar a la defensa de las libertades conculcadas por la democracia con la ratificación de su justicia.