El elogio K de las empresas recuperadas

El diario kirchnerista Miradas del Sur acaba de hacer el descubrimiento del siglo (aunque este recién comienza): la crisis capitalista tiene salida y la desarrollan los K; además, esta salida es anticapitalista. ¿En qué consiste semejante hazaña? En la autogestión. Miradas traza de ella un extenso panorama. Para el autor de la nota, las empresas recuperadas se han destacado por su capacidad para promover “estrategias (…) para superar la crisis económica internacional sin despidos ni suspensiones masivas”. Si esto ha sido así: ¿por qué no propone expropiar las principales empresas –ni qué decir de los bancos– y reconvertirlas a un sistema autogestionario? ¿Por qué los K, los tutores del autor, no plantean, entonces, la sustitución del capital, al que mueve el afán del beneficio, por otro tipo de gestión basada –como él dice– en “criterios de solidaridad”? ¿Por qué pagar la deuda externa con reservas nacionales a los parásitos, en lugar de destinarlas a un fondo de inversión de las empresas autogestionadas? El solo hecho de que Miradas ni siquiera se plantee esta posibilidad nos anticipa que estamos ante un fraude intelectual. Lejos de sustituir al capital por la autogestión, la autogestión ha surgido como recurso último a la quiebra del capital, a la que los K convirtieron luego en una operación de rescate (no de superación) de los capitalistas afectados.

Lo que el autor denomina ‘criterio de solidaridad’ es un eufemismo de la autoexplotación. Señala que “ante un ciclo de recesión y una caída de las ventas, estos trabajadores (de las recuperadas) decidirán entre reducir la producción, trabajar menos horas e incluso reducir sus retiros, pero no habrá despidos ya que los trabajadores ya no son “un insumo más”.

Simplemente, una maravilla: como los salarios ya no son un insumo más’, no tienen precio –los trabajadores pueden bajárselo sin límites para conservar un empleo, que ya no es tal porque no está remunerado al mismo nivel que el conjunto de la clase obrera (el autor ni siquiera denomina a los salarios por su nombre, habla de “retiros”). El autor no puede soslayar que su remedio es uno de los ajustes más salvajes que aplica el capitalismo: recorte sin piso de los salarios y encima por mano propia (se terminó la lucha de clases). El trabajador cooperativo está abandonado a su propia suerte; no está en condiciones reclamar que el patrón se haga cargo de la crisis -ni siquiera con una contribución al seguro por desempleo. El capital, sin embargo, cuenta con los recursos de las ganancias acumuladas en el período de bonanza para absorber las pérdidas en los períodos de crisis. Si no quisiera hacerlo, el Estado debería obligarlo –por lo menos debería actuar así el Estado K que fantasean los alcahuetes. En las empresas en manos de trabajadores cuyo capital de trabajo es precario, no hay posibilidades de crear un fondo de reserva para épocas de vacas flacas, ni tampoco que las rescate el Estado.

La “solidaridad” las expone más a la crisis que a los capitalistas movidos por el egoísmo.

Tampoco es cierto que en la autogestión “no exista el costo empresario”, porque los ingresos, según el autor, “sólo se distribuyen entre los socios trabajadores en forma de retiros”. Esto fue refutado por Marx hace 140 años (“Crítica al Programa de Gotha”): en toda forma social de producción es necesario apartar recursos para aumentar la capacidad de producir. Las ganancias del capital no son ‘costos’, ni tampoco la parte que el capitalista reserva para su consumo conspicuo o para especular en el campo financiero. Las ganancias son las diferencias entre los ingresos, de un lado, y los costos del otro; por eso el capital procura bajar costos. Al eliminar el salario por el ‘retiro’, el mismo autor convierte a los cooperativistas en capitalistas que ‘retiran’ su parte del beneficio, o sea que su ‘solidaridad’ no es la del obrero frente al capital sino entre capitalistas (cooperativos). En el caso de cooperativas que trabajan para empresas que reelaboran, están sometidas al dictado del mercado que manejan esos capitalistas, o sea que su solidaridad se ve vulnerada por la competencia de los capitales contra las cooperativas. Esto no sólo vale para los períodos de crisis, pues en condiciones de bonanza el capital se vale de su lugar monopólico para llevarse la tajada mayor. A falta de capital y de la posibilidad de acceder al crédito y al mercado de capitales, las recuperadas exprimen su propia fuerza de trabajo.

Ejemplos

Los ejemplos que destaca la nota hablan por sí solos. En Gráficos Asociados, una empresa centrada en la impresión de etiquetas para vinos, “se cortó (la cadena de pagos) un poco primero y después se alargó, pero nunca pensamos en reducir los puestos de trabajo, sino que buscamos ganar un poco menos todos y apelamos al Estado”. Los trabajadores de la cooperativa Nueva Esperanza (ex Global), fábrica de globos ubicada en la Capital, adoptaron idéntico camino: “con la crisis decidimos bajar un poco el ritmo de producción y nos llevamos menos dinero a casa”. Los compañeros aclaran que incluyen el Repro, lo que nos da una idea del autorecorte salarial anterior a los subsidios del Estado.

Maderera Córdoba no tuvo mayores problemas con los coletazos de la crisis; sólo tuvieron que recurrir al subsidio salarial por dos meses, pero echa luz sobre otros grandes obstáculos. Por ejemplo, dicen: “no podemos acceder a crédito porque no tenemos bienes, porque la expropiación es temporaria y eso nos impide abrir cartas de crédito en los barcos y hacer compras de algunos tipos de maderas importadas”. En ninguna de las más de cincuenta empresas autogestionadas, en la provincia de Buenos Aires, que cuentan con leyes de expropiación, el Estado puso el dinero parra efectivizar la expropiación. En Capital, las beneficiadas son apenas cuatro de una veintena. Muchas de esas expropiaciones están vencidas o por vencer en la próxima etapa inmediata. Los gobiernos quieren que las autogestionadas produzcan el dinero para indemnizar a los propietarios o al Estado, ¡o sea que se maten para rescatar a los capitalistas quebrados! ¡Qué solidaridad! El autor no habla de Massuh –y con razón– ya que demostraría el carácter interesado de su ‘investigación’.

La nota destaca el caso de Pauny Zanello, la empresa cordobesa de tractores ubicada en las Varillas. Durante el conflicto del campo, la producción bajo drásticamente, pero “la decisión fue distribuir vacaciones adelantadas a una parte de los 450 trabajadores”. Zanello ha tenido después un salto en su producción. Pero el autor omite que Zanello es un consorcio donde los trabajadores son una minoría que detenta un tercio de la sociedad. Los otros dos tercios pertenecen, por mitades, al personal jerárquico y al agrupamiento de los concesionarios. Aquí estamos en presencia de un caso empresarial.

Conclusiones y perspectivas

La autogestión no puede escapar a las leyes del capitalismo y, por lo tanto, a la explotación capitalista. El futuro de los trabajadores de la falsamente caracterizada “empresa sin patrones” (en esto, la extrema izquierda coincide con los K) depende de una lucha anti-capitalista de conjunto por la expropiación sin pago de las empresas vaciadas y también por la nacionalización de los bancos, bajo control obrero, como una transición hacia una planificación industrial dirigida por los trabajadores.

Sólo a partir de la crítica a la autogestión podremos continuar la lucha para arrancar la expropiación definitiva de las fábricas en manos de sus trabajadores y consolidar la gestión obrera.

Como parte de esta lucha, planteamos la siguiente plataforma de acción: expropiación definitiva y sin pago a los capitalistas; salario no inferior al convenio de la industria, garantizado por el Estado a través de un fondo compensador; acceso a la jubilación y a la obra social, en iguales condiciones que los trabajadores de su ramo; que el Estado se haga cargo del equivalente a las contribuciones; reconocimiento de los trabajadores como afiliados en las organizaciones gremiales en que esté encuadrada su actividad.