Sindicales

3/6/2004|853

El laboratorio de la “burguesía nacional”

Durante el último período hemos visto en el Inti cómo se han incrementado las órdenes de trabajo y aumentó considerablemente la facturación. Esto obedece a la sustitución de importaciones y mayor ingreso por exportaciones, que son el producto de un dólar caro y la caída de los salarios.


Pero estos beneficios no han modificado el cuadro de obsolescencia del parque tecnológico argentino. Incluso las maquinarias que se adquieren son obsoletas en el mercado mundial. Esto se ve también en el agro, donde la antigüedad promedio de la maquinaria agrícola es enorme: 11 años y medio. Si, además, se tiene en cuenta la brecha tecnológica, la llamada recuperación es casi un accidente a nivel mundial.


En el 2003, se compraron cosechadoras por 743 millones de dólares (por debajo de lo invertido en el ’97), pero debido a la obsolescencia se perdieron 700 millones en cosechas.


El límite que tiene, entonces, el Inti, es el del capitalismo. La idea de superar las condiciones de atraso con investigaciones subsidiadas para los industriales nacionales o extranjeros, o con microemprendimientos es una cortina de humo que oculta la incapacidad del “empresariado nacional”.


La burguesía, que alternó del negocio de las importaciones a una mayor producción interna y a mayores beneficios de exportación, está llegando al límite de la capacidad instalada (Clarín, 4/4). El mercado interno, a su vez, estructurado básicamente alrededor del salario, tiene el límite de una canasta básica de alimentos de 720 pesos y una familiar de casi $1.200.


Otro límite es la depredación de los recursos naturales. En los últimos 10 años, la reserva de petróleo ha pasado de 28 años a 7 años (las petroleras en 10 años se comieron 23 de reservas). No se ha realizado ningún trabajo de exploración, ni se han instalado refinerías; simplemente tiraron un caño, sacaron petróleo crudo y cobraron. Un caso similar ocurre con el gas. Inclusive las inversiones que requiere este saqueo son financiadas por el Estado, como ocurre con el famoso gasoducto de Techint, cuya inversión será realizada en un 100% por el Estado (Clarín, 7/4).


El valioso trabajo de nuestros profesionales y técnicos se esteriliza en función del gran capital, consorte inevitable de la bancarrota nacional.


No existe una salida tecnocrática a esta situación. Naum Polisuk, director del Centro de Teletrabajo y Teleformación de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, señala: “La tecnología por sí misma no pudo ni puede producir cambios sociales. Condiciona esos cambios, los lleva a un punto de maduración… La tecnología no es neutra. Su producción y su uso están determinados por las relaciones sociales…” (Cash, 22/2).


Pero esto no significa la nacionalización del petróleo, de la tierra, etc., y un plan concebido por los trabajadores.


El Inti le pone un barniz cosmético al atraso de la industria nacional. De esta endeble reactivación basada en la obsolescencia no se puede salir sin una planificación social de la producción.