Sindicales

23/9/2019

Faccionalismo derrotista y anticlasista

Jorge Altamira, contra la lucha por un Paro Activo Nacional de 36 horas

Antes y después de la realización del Encuentro Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados, el grupo de Altamira no ha hecho más que atacar al  sindicalismo combativo, al plenario del SUTNA de Pilar y al plan de acción que allí resolvió una nueva  jornada nacional de Lucha para el 24 de setiembre.


Altamira caracterizó tres días antes del encuentro, en un video, al sindicalismo combativo como una nulidad que sólo “hace marchitas intrascendentes y acciones minoritarias”. Pasó de largo que el Sutna, los sutebas combativos, Ademys, la AGD-UBA, han salido resueltamente al paro, y el movimiento piquetero conmovió el país y al régimen con un acampe de masas contra el ataque en curso.


Arbitrariamente, contrapuso el programa y a la acción del sindicalismo combativo y de los piqueteros independientes, que luchan por imponer un paro de 36 horas con continuidad,  a la consigna de “huelga general”, aunque no pudo explicar cómo ni quiénes la llevarían a cabo.


El faccionalismo sin rumbo tiene aspectos que asombran : el sindicalismo y el movimiento piquetero combativos le han declarado públicamente la guerra al pacto social de Alberto Fernández,  han ganado las calles en su contra, mientras Altamira y los suyos los acusan de sostenedores del pacto social.  


Derrotismo y Revisionismo


Altamira ha decretado que un paro de 36 horas hacia la huelga general es inviable, porque ésta habría sido una estrategia del pasado, de sindicatos combativos que hoy no existen. En su versión, éstos “planteaban por esa vía un paro de advertencia, porque si conseguían lo que reclamaban nunca llegaban a convocar la huelga general” (entonces, ¿tampoco fue viable en el pasado?). Se trata de un bolazo histórico, porque el Cordobazo estuvo precedido de otro parazo regional el 15 y 16 de mayo, después de la represión a la asamblea general de 5000 obreros mecánicos. Se trató de una explosión obrera y estudiantil de dilatada preparación en la lucha de clases. El Cordobazo mismo fue una huelga política de masas, aunque no tuviera la forma de la huelga por tiempo indeterminado. Nada que ver con un paro de advertencia.


Para JA hoy un paro nacional de 36 horas que permita a la clase obrera irrumpir es  imposible, porque “exige como sujeto que lo aborde un sindicato, y actualmente ningún sujeto de la clase obrera tiene la capacidad para ello, salvo la burocracia sindical”. Y como la burocracia sindical está cerradamente detrás de Alberto Fernández, “particularmente luego del enorme éxito de las elecciones PASO y no quiere poner en riesgo la unidad del peronismo”, luchar por ello es “funcional” a la burocracia sindical”. ¿Y la huelga general? Esa sí podría surgir de un repollo histórico, sin mediaciones, sin crisis y ni maniobras de la burocracia sindical, sin cuerpos de delegados antiburocráticos que la impongan como resultado de un proceso de expulsión de la burocracia sindical, sin los miles de cuerpos de delegados combativos que la impusieron desde abajo en 1975. La huelga general es transformada en un fetiche típico de una secta propagandística que no actúa en el movimiento real. Pero allí no termina esta historia, veamos.


Altamira tiene todo su derecho a resignarse.


Y el SUTNA, la AGD-UBA, el Polo Obrero, Ademys, los sutebas combativos, las comisiones internas que ocupan fábricas ante los despidos tienen derecho sostener su decisión de seguir persistiendo en la lucha para que la clase obrera intervenga con su propia política y su propio método: la Huelga y la movilización.


Para explicar lo inexplicable, Altamira eliminó de la historia por decreto al “Cordobazo”, que nació de la convocatoria de un paro de 36 horas con abandono de fábrica, que culminó en una huelga general provincial y en una insurrección obrera que derrotó a la dictadura de Onganía. Ese paro fue impuesto a través de los sindicatos actuantes en Córdoba y no al margen de ellos, producto de  la intervención de las bases, rompiendo la política colaboracionista del vandorismo, la burocracia sindical dominante de aquel momento, con el régimen del general Juan Carlos Onganía.


Desde este lugar no debe sorprendernos que los rupturistas  en los sutebas multicolores de Escobar y de Matanza se hayan opuesto a los paros convocados por Matanza y Ensenada,  conducidas por Tribuna Docente, el 30 de agosto. Esos paros  abrieron el actual ciclo de paros docentes  en la provincia de Buenos Aires. Para ellos se trataría de paros “aislados” que no conducen a nada, algo que es un calco de las críticas de la burocracia sindical albertista de Suteba que, claro, está en contra de las medidas de fuerza.


El derrotismo es total, y tiene como único ofrecimiento la parálisis. El planteo del altamirismo es abandonar la lucha en los sindicatos, el combate por recuperar nuevas direcciones y la tarea de organizar el paro activo nacional como puente hacia la huelga general. Con esta orientación, plantean que tampoco hay que pelear por reabrir las paritarias, porque se trataría de una adaptación a los tiempos de la burocracia que los trabajadores no pueden esperar. Plantean atomizarse fábrica por fábrica, reclamando “aumentos de emergencia” por los que todos bregamos, pero que contraponen a la acción colectiva de la clase obrera. Dejan sin política a las direcciones sindicales conquistadas y a las agrupaciones que luchan por ellas. Y nos proponen, para un futuro,  dedicarse a juntar firmas en favor de una huelga general, aún cuando no “hay sujeto obrero” a la vista que la pueda convocar.


Faccionalismo


También sobre la génesis y el papel de la huelga general en la Argentina Altamira revisó la historia. No fue el resultado de una agitación de propaganda al margen de los sindicatos.


En los meses previos de las huelgas generales de junio y julio de 1975, el sindicalismo combativo de la época realizó centenares de “paros aislados”. En una de las fábricas emblemáticas entre aquellas que con su accionar abrieron paso a la huelga general, la planta de IKA-Renault de Santa Isabel, durante el año 1975, realizó 219 huelgas de fábrica, todas ellas organizadas principalmente por delegados clasistas de la planta. Durante todo el año hubo paros y acciones “aisladas”, que obligaron a seccionales y sindicatos a salir a la huelga.


La huelga general, tampoco


Pero para Altamira tampoco sirvió la huelga general del ´75. En el XXVI Congreso escribió que no sirvió  porque “la burguesía había logrado bloquear, con esas concesiones (el rompimiento de los topes salariales de Isabel Perón), el alcance político de la huelga general” (documento de JA presentado al XXVI Congreso del PO, antes de su ruptura).


Política Obrera balanceó en tiempo real que fue una victoria, pero su alcance político fue limitado, -aunque volteó a López Rega-, por el carácter contrarrevolucionario de la dirección del movimiento obrero y por la inexistencia de un partido revolucionario de masas. ¿Porqué tendríamos hoy una huelga general que supere todo esto e imponga la caída del gobierno del FMI? Indudablemente se trata de un proceso político de maduración, que como partido revolucionario tenemos que ir desenvolviendo con las consignas transicionales adecuadas a partir de la experiencia y la conciencia de los trabajadores, quienes han votado masivamente al peronismo en la expectativa que altere el cuadro de catástrofe social y económica sin romper con el régimen que nos llevó hasta acá. La separación de los trabajadores y de su vanguardia del nacionalismo es una tarea imprescindible como parte de la intervención en la lucha de clases.


Para este grupo la huelga general es sólo una excusa propagandística no para que las masas den un salto, sino para atacar al sindicalismo combativo y a la izquierda.