Sindicales

21/11/1996|520

Foetra: Es la hora de una fuerte autocrítica

El sindicato telefónico es, en todas sus instancias regio­nales y nacionales, una cáscara vacía. Sus burócratas dejaron de interesarse por sus afiliados desde el momento en que pac­taron la ‘cometa’ que venía con la ´privatización’ de Entel, o sea, el manejo del 10% de las acciones que deberá suscri­bir progresivamente su perso­nal. El otrora combativo’ Guillan, camarada de ruta del partido comunista, se sacudió el polvo popular que le queda­ba, emulando a los Ongaro y a otros ´izquierdistas’ de la misma laya.


Desde que la agrupación de Guillán ingresó en el completo ocaso como consecuencia de la ‘transformación’ de su líder, el fiel del sindicato pasó a los opositores, en su mayoría ex guillanistas, y esto continuó siendo así aun después de la crisis de la agrupación oposito­ra, que conoció un breve paso por la dirección de la seccional capital.


En la última etapa, la ma­yoría de las agrupaciones opo­sitoras decidieron actuar en un frente, incluso fuera del pe­ríodo electoral, ante la grave­dad de la ofensiva que sufrían los trabajadores. El frente im­pulsó numerosas movilizacio­nes de edificios, siempre en respuesta a arbitrariedades patronales. Todo esto hacía caer sobre él la responsabili­dad de hacer frente al intento de la burocracia de Foetra Nacional, de obtener los re­caudos estatutarios necesa­rios para dar por aprobado un preacuerdo con los pulpos tele­fónicos que consagra la ‘tercerización’ de las actividades telefónicas y, por lo tanto, la ‘flexibilidad laboral’ y la rebaja de los salarios.


La oposición no ha estado, lamentablemente, a la altura de las circunstancias, en espe­cial luego de su incorrecta ac­tuación en relación a la asamblea general convocada, en Ca­pital, el último miércoles 13. El fracaso, en esta oportunidad, abre una etapa de desconcierto y de reflujo que solamente po­drá ser superada cuando los trabajadores deban enfrentar­se al intento de imponerles el convenio y si la oposición es capaz de cambiar de rumbo en profundidad.


La cuestión es muy simple: la burocracia es incapaz de re­unir los mil y pico de trabajadores necesarios para darle quórum a la asamblea que debe pronunciarse acerca del pre-acuerdo. Pero incluso esto la tiene sin cuidado porque, a pesar de mayoritaria, la seccio­nal Buenos Aires cuenta con un solo voto entre la veintena que integran la Federación, lo que permitiría a la burocracia firmar reglamentariamente el preacuerdo de todos modos. Es por este motivo que el frente opositor decidió, al igual que en otras seccionales importantes como Rosario, rechazar el preacuerdo y desconocer lo que pueda firmar la Federación, esto mediante la desafiliación del gremio.


Ante todo el burocratismo y toda la arbitrariedad de la bu­rocracia, sorprende que los compañeros de la oposición se hubiesen dejado entrampar con el tema del quórum, que no habían conseguido reunir (unos 1.500-1.700 afiliados), para no impulsar la soberanía de las decisiones de la primera asamblea que se convocó hace más de un mes, elegir en ella un comité de lucha y lanzar, a partir de esto, una campaña para movilizar a la masa del gremio. El frente opositor ha­bía demostrado capacidad para movilizar a mil compañe­ros a esa y a otra asamblea, en el local de la CGT, y un poco más todavía en la movilización del 26 de setiembre en Plaza de Mayo. La falta de decisión del frente opositor, incluida la to­talidad de sus agrupaciones, es decir, también la que incluye a los compañeros del PO; esa fal­ta de decisión, repercutió nega­tivamente en la base y produjo una retracción incluso entre las bases más motivadas.


En la asamblea del pasado miércoles, otra vez en el mini­ estadio de Atlanta, él frente se encontró con que la burocracia había arreado a cien elemen­tos, en su mayor parte ajenos al gremio, y entre ellos una nutri­da barra de provocadores ar­mados. Pero esta circunstancia era previsible y había sido con­siderada como una posibilidad por parte del frente. Sin em­bargo, al momento de los hechos, privó otra vez la improvi­sación; más de doscientos tra­bajadores de los edificios de Valentín Gómez, Mitre y Lezica ingresaron al recinto con un gran cartel que decía, precisa­mente, “La asamblea no se levanta”; esto es, que el quórum no debía ser un fetiche que se antepusiera a una toma de decisiones. Sin embargo, los cuatrocientos compañeros que llegaron después no ingresa­ron a la asamblea, debido a que dirigentes de la oposición en­tendían que no estaban dadas las condiciones elementales para funcionar. Hace seis años atrás, los opositores a la priva­tización se dejaron robar una asamblea en la que eran mayo­ría, cuando la burocracia deci­dió por las suyas que había ‘ga­nado’ la votación que declara­ba el fin de la huelga general que el gremio cumplía con masividad y firmeza.


Ha vuelto a faltar, natural­mente, preparación y decisión. La masa de los seiscientos com­pañeros se retiró muy afectada por la decisión de retirarse de la asamblea y permitir que, provocadores mediante, la bu­rocracia se saliera con la suya. Esa falta de decisión tiene que ver con una incomprensión po­lítica, que consiste en no ver que la burocracia ha vaciado el aparato sindical de todo su con­tenido; que la burocracia está vendida a las empresas; que la oposición es la única expresión sindical efectivamente exis­tente; que la base del gremio se encuentra confundida por la falta de una dirección que im­prima una política clara al en­frentamiento contra el conve­nio negrero que quieren impo­ner las patronales. Existe, se­guramente, una considerable confusión en la oposición sobre la etapa abierta con la caída de Cavallo, en la que no logran ver de un modo consecuente el cre­ciente ascenso popular y el de­bilitamiento colosal del gobier­no menemista. No se ha discu­tido suficientemente el signifi­cado de las huelgas de Trans­portes del Oeste, de Cormec, de Ciadea; de las rebeliones edu­cativas en Córdoba y Buenos Aires; de la ocupación victorio­sa de la Universidad del Comahue; del avance electoral de la oposición combativa en varios sindicatos; de la fragmenta­ción de la burocracia de la CGT; es decir, de la crisis de conjunto del régimen político.


Si toda la oposición se deci­de a hacer un análisis descar­nado de las limitaciones que ha manifestado, hasta el momen­to, tiene asegurada su victoria en un plazo más breve de lo que se imagina.