Sindicales

23/5/1996|495

La curiosa política del CTA para combatir la desocupación

El Cta levanta un programa contra la desocupación (1) que, curiosamente, plantea un subsidio masivo para los capitalistas y la reducción salarial y la flexibilización.


En efecto, para resolver el desempleo, plantea “subsidios crediticios y fiscales” para las PyME, “vinculados a la efectiva generación de puestos de trabajo”. Pero los subsidios para quienes despiden no garantizan para nada que se creen puestos de trabajo. Los patrones despiden por razones eminentemente capitalistas, porque no tienen a quién venderle lo que producen, o porque están cargados de deudas que no pueden pagar, o porque necesitan incrementar el rendimiento por trabajador ocupado, o sea superexplotar. La tendencia capitalista a la creación de una masa de desocupados no la puede resolver ningún subsidio, porque ningún patrón –sea pequeño, mediano o grande– va a contratar a un trabajador para producir una mercancía invendible, o para incrementar sus deudas. o para contratar personal estructuralmente excedente.


El Cta dice que pretende acabar con la desocupación, pero promueve un nuevo negociado para sus ‘socios’ del Congreso del Trabajo y de la Producción, que han estado en la primera línea del reclamo de la flexibilización y de la reducción de los salarios. ¿El Cta se olvidó de los negociados que se montaron alrededor de los subsidios a la promoción industrial y a las exportaciones? El subsidio a los capitalistas –que no reducirá la desocupación– constituye un fenomenal despilfarro social que sólo servirá para llenar los bolsillos de los patrones.


Una catástrofe social de inconfundible carácter capitalista sólo puede encontrar un punto de salida mediante medidas que ataquen ese monopolio capitalista, y no mediante propuestas que favorecen el vaciamiento de las arcas del Estado, de las empresas y la fuga de capitales.


Mientras reclama un subsidio para los capitalistas, el Cta se niega a exigir un subsidio para todos los trabajadores despedidos por esos capitalistas. En efecto, plantea “la instrumentación de un urgente seguro de desempleo” … pero tan sólo “para los jefes de familia”. Según el propio Cta, en esta categoría entrarían únicamente 702.600 trabajadores. El motivo que da para esta restricción es “la necesidad de garantizar el equilibrio fiscal” (Página 12, 21/4), ¡sin que al Cta le importe que la primera razón del ‘desequilibrio’ fiscal es la deuda pública y los diversos subsidios a los capitalistas (6.000 millones a los exportadores, por ejemplo)!


El Cta deja fuera del ‘seguro’ (cuyo monto no especifica), ¡a casi tres millones y medio de trabajadores! Con esto renuncia a la obligación fundamental de un sindicato –defender la unidad de los trabajadores frente al capital– y deja en pie una enorme masa de desocupados, que servirá para que las patronales continúen presionando por la rebaja de los salarios y una mayor flexibilización.


Pero lo que propone el Cta ni siquiera es un ‘seguro’ al desocupado, porque este seguro estaría “vinculado con el cumplimiento de … actividades con financiamiento público, incorporando desocupados para producir servicios comunitarios”. Como Sapag o como Duhalde, el Cta reclama una ‘contraprestación laboral’, lo que convierte al ‘seguro’ en un salario ‘basura’, y establece una suerte de salario mínimo en un nivel ‘asistencial’ y en las peores condiciones de ‘flexibilización’ (los desocupados no tendrán convenio, ni sindicato, ni obra social, ni aportes jubilatorios). Así, el ‘seguro de empleo’ deja de ser un límite a la rebaja salarial para convertirse en el instrumento de esa rebaja; esto invierte el slogan del CTA, que dice que el desempleo es la peor flexibilización, en lo siguiente: la peor flexibilización laboral es el ‘seguro al desempleado’ del CTA.


Flexibilización y rebaja salarial


Sugestivamente, el Cta omite cualquier planteamiento contra la propia flexibilización laboral o contra la rebaja de salarios. Parecería sugerir, por el contrario, una estrategia ‘en etapas’, que reclama primero la vigencia de la flexibilización laboral para poner fin al desempleo. Acepta así la tesis fundamental de la patronal, de que la causante del desempleo no son las tendencias a la superexplotación y a la sobreproducción propias del capitalismo, sino la ‘excesiva rigidez del mercado laboral’. Consecuente con esto, el Cta propone “el fomento de la discusión de salarios por productividad” (diferenciado nuestro).


Pero así como es imposible combatir la “flexibilización” sin combatir la desocupación, es igualmente imposible combatir el desempleo sin luchar contra la ‘flexibilidad’. Uno y otra son inseparables, porque el alargamiento de la jornada laboral y la superexplotación creciente de la fuerza de trabajo constituyen los dos métodos principales del capital para producir o crear una sobre-oferta (exceso) de obreros, que le permita bajar los salarios.


Cuando el Cta reclama ‘salarios por productividad’, invoca el mismo principio del convenio Fiat-Smata, que redujo los salarios a la mitad. El ‘salario por productividad’ implica que la remuneración no es ya determinada por el tiempo de trabajo ni mucho menos por la jornada de ocho horas, sino por una suerte de ‘pago por piezas’ que obliga al trabajador a una brutal ‘autoexplotación’ y a un alargamiento sin fin de la jornada de trabajo. Con la diferencia de que mientras en el antiguo ‘trabajo por piezas’, el obrero podía controlar el número de piezas que producía, al trabajador actual le resulta imposible medir la ‘productividad’, en virtud del carácter cada vez más socializado de la producción. El ‘salario por productividad’, en consecuencia, no es otra cosa que una ‘excusa’ capitalista para reducir los salarios, alargar la jornada y aumentar los ritmos de trabajo, es decir, para instensificar al extremo la explotación. El salario por jornada –y más específicamente, la jornada de ocho horas– constituye, en cambio, una medida de defensa del trabajador frente a la voracidad del capitalista de extraerle hasta la última gota de sudor. Precisamente por esto, los capitalistas nunca se resignaron a aceptarlo y buscaron, por todos los medios (premios, presentismo, horas extras), relacionar el salario con la medición exacta de la explotación a la que era sometido el obrero. El Cta, como toda la burocracia sindical, ha capitulado ante esta exigencia de la burguesía, que condena a unos trabajadores a la superexplotación y a otros al desempleo.


El Cta también reclama “la reducción de la jornada laboral”, pero no dice nada de mantener el mismo salario. En consecuencia, en lugar del reparto de las horas de trabajo sin afectar el salario, el Cta plantea el reparto de la masa salarial entre todos los trabajadores … sin afectar las ganancias capitalistas. ¡Esto es lo que hizo el cordobés Mestre con la ‘emergencia provincial’ y lo que la CGT está dispuesta a negociar en el Consejo de Empleo! La burocracia del Cta  se pone solita atrás de Lorenzo Miguel, Ubaldini y Palacios, que en el Plenario de Gremios del 1º de Mayo votaron un programa de reducción de jornada sin afectar el salario


En el trabajo de dos economistas del Cta que sirvió de base a este ‘programa’ se llega incluso a decir que “la reducción de aportes patronales (a la seguridad social) podría vincularse con una estrategia de generación de empleo, en tanto se trate de un subsidio selectivo atado a proyectos concretos de inversión con demanda de mano de obra” (2). Los autores manifiestan, de esta manera, una total coincidencia con la privatización jubilatoria de Cavallo y fingen desconocer que los aportes jubilatorios patronales forman parte de los salarios que le corresponden al trabajador a lo largo de su vida y que, por lo tanto, su reducción no es un ‘subsidio’ sino una reducción salarial, que afecta al obrero cuando se jubila. Cuando se trata de rebajar aportes patronales, a los teóricos del Cta les deja de importar el ‘déficit fiscal’ enorme que esta reducción ha creado.


¿Salida capitalista o salida anticapitalista?


El programa del Cta –subsidios a los capitalistas, ‘flexibilización’, reducción salarial– revela que para la central ‘alternativa’ (como para Cavallo) sólo una  tasa de beneficio capitalista creciente ofrece una ‘salida’ a la desocupación. Pero esa tasa de beneficio sólo puede aumentar con un aumento de la superexplotación y con una rebaja de los salarios. La primera crea obreros excedentes, y la presión de la desocupación así creada lleva a la reducción de los salarios. La pretensión de combatir el desempleo elevando los beneficios patronales está condenada al fracaso, porque el capitalismo  crea y reproduce la desocupación con la misma regularidad y sistematicidad con que una línea de montaje produce automóviles. Una hipotética eliminación definitiva de la desocupación significaría el fin del capitalismo, porque ya nada podría alterar el crecimiento de los salarios y la reducción de los beneficios salvo, que los obreros fuesen sometidos a un régimen de trabajos forzados (fascismo). Como defiende una salida capitalista, en ningún momento del documento el Cta plantea lo que es el punto de partida elemental de cualquier política que pretenda acabar con la desocupación: la organización de los propios desocupados para impulsar sus reclamos ante el poder político.


El capitalismo nunca ha podido funcionar sin una masa de desocupados. En la Europa de la posguerra, por ejemplo, cuando la muerte de millones de trabajadores en los campos de batalla y en los campos de concentración había creado una aguda escasez de mano de obra, los capitalistas promovieron el empleo femenino y organizaron una masiva inmigración desde la ‘periferia’ (españoles, marroquíes, turcos) hacia el ‘centro’ (Alemania y Francia). Lo mismo hicieron los capitalistas argentinos, que ‘importaron’ obreros europeos a fines del siglo pasado y, más tarde, del interior y de los países limítrofes, para evitar que la ‘escasez’ de trabajadores elevara los salarios y redujera los beneficios.


Cualquier “medida de corto plazo” que no afecte el verdadero motor del desempleo –el capitalismo– es inviable. Es necesaria una acción organizada, práctica y política de los trabajadores ocupados y desocupados para imponer un seguro mínimo de 500 pesos, a financiarse mediante un impuesto a los beneficios y fortunas capitalistas. Esa medida servirá para poner fin al aprovechamiento del desocupado para bajar los salarios o flexibilizar el trabajo de los ocupados. Es necesario prohibir los despidos y establecer el reparto de las horas de trabajo sin afectar el salario. Pero además, es necesario el dinero que se destina al pago de la deuda pública usuraria, nacionalizar la banca, los grandes monopolios y el comercio exterior, para que esos recursos puedan ser invertidos productivamente en función del interés de las masas. Sólo a partir de aquí se puede atacar el problema de la desocupación en masa. Pero la burocracia del CTA ha elegido otro campo de clase.